ES UNA LABOR TITÁNICA enfrentarte a todo eso para conseguir que tu familia salga de su zona de confort y te quiera reconocer. Algunas niñas y niños lo consiguen con tres, cuatro años o, de forma más frecuente, más mayores. El siguiente paso es el ámbito escolar, donde pasan gran parte de su vida y se premia el seguir la norma, el no cuestionar a los mayores; donde existen verdades absolutas, todo se juzga y evalúa; donde las vulvas son de niñas y los penes son de niño.
El entorno educativo es adultocéntrico. Solo así se explica que las compañeras y compañeros de nuestras hijas e hijos asuman en segundos lo que a las personas adultas puede llevarles una vida comprender. Es frecuente que al explicar esta realidad, ellas y ellos, profesionales del ámbito educativo te digan que en toda su experiencia laboral no se han topado con ningún caso. También es frecuente que en el centro en el que se identifica un caso aparezca otro en un breve espacio de tiempo.
Esa es la realidad con la que nos topamos las familias que algunas veces somos cuestionadas. Frecuentemente se piensa, y así se nos expresa, que la madre es muy permisiva o lo fomenta. Pero una vez superadas las primeras reticencias y con evidencias y argumentos de peso, el centro educativo va a tener la fortuna de traspasar la teoría de los planes de convivencia y de diversidad a una realidad desconocida, que aportará nuevas miradas, un mundo más amplio para interpretarse, beneficiando a toda la comunidad educativa.
Existe otra realidad, la de aquellas y aquellos que no consiguen hacerse oír en sus casas y que se encuentran con una administración que mira hacia otro lado. ¿Se imagina alguien qué pasaría si a un niño cisexual -acertaron al asignarle el sexo- su familia le obligara a llevar vestidos, lazos y le trataran en femenino? Le produciría la misma incomodidad que trasmite el niño o la niña transexual a quien no le permiten ser. ¿Alguien se imagina a la comunidad educativa mirando hacia otro lado? ¿Cuánto tiempo tardaría en intervenir protección de menores? La única diferencia entre ese pobre niño maltratado y el “desafiante” niño transexual son sus genitales, que ambos llevan tapados. Este ejemplo nos da la pista de una sociedad y una educación cisexista donde se parte de que lo bueno, lo normal, lo adecuado es que tu identidad coincida con la que te asignaron al nacer. En caso contrario no serás tratado de forma equitativa, tendrás que demostrar y convencer.
Parece todo un éxito que nos permitan nombrar a nuestros hijos e hijas con un nombre que les representa y que incluso en los centros se adopte en los documentos de exposición pública, pero no debemos olvidar que nuestro@s hij@s no aparecen en los cuentos, que sus cuerpos no existen en Conocimiento del Medio, que en Biología ni se les sospecha.
A cambio, ellos y ellas, niños y niñas transexuales nos regalan la posibilidad de leer el mundo con otras lentes que difuminan los estereotipos de género, las expectativas sexistas limitadoras, el cisheteropatriarcado opresivo, proyectando un arcoíris de colores donde la diferencia sea contemplada como un valor adicional.