La mayor parte del profesorado querríamos sentirnos más útiles y menos cuestionados. Por eso tenemos una fuerte pulsión hacia el cambio educativo.
Probablemente, algunas de estas conductas se deben a la inmadurez propia de las personas en formación, pero… ¿es posible que este alumnado sienta que el sistema educativo no va a su favor? ¿Y es posible que tenga razón, que el sistema educativo no vaya a su favor? ¿Cuál sería el problema? Hay hipótesis: metodologías obsoletas en la era de las pantallas, el alumnado gradúa pero no encuentra trabajo, el conocimiento desborda el sistema porque se produce exponencialmente, se delega demasiado en el sistema educativo, el ascensor social se ha convertido en descensor…
El discurso neoliberal ha desarrollado respuestas a estas preguntas, y expectativa. El problema es metodológico, el profesorado es la clave y su “misión” es un proyecto de centro: una marca única y atractiva que satisfaga al alumnado y a sus familias. El mercado impulsará la supervivencia de los mejores proyectos y liquidará al resto. Los poderes públicos deben fomentar la libre competencia, la libertad de elección y la evaluación para discernir la calidad de los diferentes productos.
Hay muchos centros trabajando a destajo para construir el proyecto más atractivo del barrio o del pueblo. En muchos barrios y pueblos ya empezamos a sentir las tiranteces de este sistema, pero vale la pena ver qué ha pasado en países donde el neoliberalismo educativo lleva años funcionando.
Estados Unidos o Inglaterra han sido pioneros y han sido estudiados. La competición de los centros por la excelencia no ha mejorado el sistema, ni siquiera medido en términos PISA: gastando mucho más, sus resultados globales son casi idénticos a los españoles.
Huelga de exámenes
En cambio, aumentan las desigualdades y la segregación escolar. Aumenta la presión y la evaluación sobre el alumnado para que sea “homogéneamente excelente”, hasta el punto de que, en oposición y con éxito, se han organizado “huelgas de exámenes”. Parece que rebotan más, si cabe, y sus familias les apoyan. El profesorado se siente cada vez más desautorizado, descontento, y desmotivado. Hay pocos jóvenes que quieran ser contratados en la enseñanza. Se produce un abandono voluntario significativo de la profesión en los primeros años de ejercicio. Pocos quieren ir a los puestos más “difíciles”.
Como ejercicio de justicia educativa, no parece convincente.
Aumentan las desigualdades y la segregación escolar. Aumenta la presión y la evaluación sobre el alumnado para que sea “homogéneamente excelente”, hasta el punto de que, en oposición y con éxito, se han organizado “huelgas de exámenes”
Los cambios metodológicos, con todo su aparato evaluador y su coste en carga de trabajo docente, pueden ser cosméticos, e incluso irritantes. No es suficiente con cortejar al alumnado con actividades más entretenidas, ni siquiera más ajustadas a partir de las neurociencias. Una revolución solo didáctica conserva intactas las estructuras de poder. Estas estructuras que ponen al alumnado frente a la cultura dominante durante 10, 15 o 18 años para decirle que no es la suya, que no va a ser seleccionado para las élites porque ya están seleccionadas. Y que hay trabajo, precario, para la mitad. Y que en el futuro será peor. Pero que la responsabilidad es suya porque no son excelentes, o no son emprendedores o tienen una familia que no les atiende bien, o tienen que ir al psicólogo.
Y, claro, el alumnado no siempre es dócil.
Y, no tan claro, el profesorado se siente confuso cuando no se le reconoce su esmero en el funcionamiento del sistema.
La aspiración a la justicia educativa ha evolucionado en la historia: la posibilidad de la alfabetización, el retraso de la edad de incorporación al trabajo, la igualdad de oportunidades, la compensación educativa, la cultura común… La educación es un proceso hermoso y exigente, que necesita del convencimiento de que vale la pena a pesar de fracasos y esfuerzos porque lo que hacemos es bueno. Quizás la última vez que nos reconocimos en un proyecto justo fue al final del franquismo, cuando muchos nos pusimos incondicionalmente a favor del alumnado porque era imposible ponerse a favor del sistema.
¿Qué aceptaríamos hoy como justicia educativa? ¿Tres idiomas e internacionalización, para parecernos a las élites que nunca han necesitado al sistema educativo?
¿Qué quiere hacer el profesorado? Escuchemos la interpelación del alumnado. Cambiemos las cosas a su favor, y nos reconocerán aunque les pidamos un gran esfuerzo. También ahora empieza a ser difícil estar a favor del sistema.
Los que no somos élite necesitamos un sistema educativo. Sin cultura, ganan ellos.
Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa