GRAN PARTE DE SU SIGNIFICADO sigue siendo un misterio que convocó a 600.000 curiosos en el Museo del Prado. Las multitudes se reunieron dentro y fuera de los cuadros, formando largas y pacientes colas. Todo ello a pesar de la subida del precio de las entradas, tan beneficiosa para la recaudación, y del aforo limitado, que no lo era tanto. Las colas llegaron hasta los aledaños de las piezas, repletas de minúsculos detalles. Muchos se detuvieron, como es lógico, para mirar con atención, pero otros tantos se plantaron delante de los cuadros para leer el catálogo o escuchar su audioguía con la mirada perdida, sin compasión hacia quienes esperaban su turno. O tal vez pasmados, catatónicos, ante el derroche de color y fantasía. El efecto hipnótico de este exuberante universo visual se recreó en la estupenda instalación audiovisual que ocupó una sala del museo. Sería muy útil prolongar este lucrativo éxito con una muestra de copias que satisfaga la insaciable curiosidad de las masas. Las exposiciones de reproducciones artísticas no son nuevas y tenemos el reciente ejemplo de la tumba y ajuar de Tutankamón. En el caso del Bosco, cabría mostrar múltiples réplicas de sus pinturas para distribuir a los espectadores, así como copias a mayor escala para ver bien todos los detalles. Pero todo ello con imágenes fijas, no virtuales ni proyectadas, para preservar la fuerza del lenguaje pictórico original. Sería muy educativo y rentable, ¿o no?
Cuando pase este frenesí, podremos volver a ver algunas de estas piezas maestras con el sosiego más o menos habitual del museo. Aunque las alucinadas imágenes del Bosco no dejarán de inquietarnos por su misterio, lleno de movimiento, color y bullicio. Al verlas resuenan en nuestra cabeza los gritos de los torturados, las risas del jardín, el rumor de las fuentes y el canto de las aves. Y del coro que lee la partitura tatuada en un culo, compuesta por dos páginas: nalga I y nalga II. Existe un insólito disco de vinilo grabado en 1978 por Gregorio Paniagua con el Atrium Musicae de Madrid con la interpretación de esta música. El disco se titula, cómo no, Codex Gluteo, y se completa con otras obras licenciosas de aquella época.