Montse Armengou y Ricard Belis
Los internados del miedo, Barcelona, Arallibres, 2016.
No pocas claves de por qué nuestro sistema educativo actual adolece de una serie de problemas está ahí. Los Informes PIIE han detectado algunas limitaciones de lectoescritura, pero poco se han destacado otras carencias, tal vez porque conceptualmente se vieran como algo “natural”. La formación del profesorado, el currículum escolar e ingredientes muy estresantes como los que la organización de los centros genera, forman parte sustantiva de una cultura casi intangible por lo naturalizado que suele estar determinado “sentido común” del “cómo debe ser” educador. Tanto, que suele ser considerado ignorante quien, hablando del panorama educativo, no culpe de inmediato al corpus normativo que lo ha configurado desde 1985 y no ponga de vuelta y media, todavía, a la LOGSE.
Lo que Los internados del miedo pone en evidencia son desmemorias que conforman un Alzhéimer colectivo en buena parte inducido. Además de las que yacen en las cunetas de nuestras carreteras sin haber encontrado reparación alguna, existen muchas otras víctimas que no han tenido voz para expresarse. Entre ellas, quienes, en modalidades educativas de la época, sufrieron de todo. En los “internados” principales de que habla este libro –cuya existencia llegó en bastantes casos hasta los años ochenta–, las víctimas directas fueron miles de niños y niñas albergados en instituciones dependientes de Protección de Menores y Protección de la Mujer: Auxilio Social, Beneficencia, Casas de Caridad y similares. Procedían de situaciones de difícil entorno familiar, similares a las que nutren hoy los “centros de acogida” de las comunidades. La guerra y posguerra multiplicaron estos problemas exponencialmente: la muerte y el hambre rondaron a muchos hasta muy entrados los años sesenta, pero el interés primordial del libro es que documenta las razones por las que muchos fueron a parar a ellos hasta su mayoría de edad. Ser “educados” o “reeducados” en estos internados tenía mucho que ver con la moral de la época y la ideología nacional católica imperante. Ser hijo de soltera era razón sobrada, si había algún signo concomitante de pobreza alimentaria.
Si la genealogía y las carencias económicas eran determinantes en estos centros, cuestión no menos relevante era la del “miedo” como terapia. Los testimonios reunidos hablan de la pedagogía que se estilaba, de quienes la ejecutaban –habitualmente frailes y monjas, además de personal afecto al régimen–, y de una dureza de los castigos y maltrato físico o psíquico que pretendía justificar la vara alta y mano larga de sus ejecutores para adoctrinar mejor. De paso, aparecen muchos de los abusos de todo tipo –especialmente los sexuales y la explotación laboral– que, “por su bien”, sufrieron “cientos de miles de niños en los internados religiosos y del Estado durante el franquismo y hasta bien entrada la democracia”. Afortunadamente, en estos ámbitos educativos no todo fue tan horrendo. Algunos salieron del paso e, incluso, encontraron caminos atractivos para sus vidas. Pero muchos quedaron mutilados para siempre.
Últimos comentarios
Francisco Javier Jiménez Saenz
Me quedo con este comentario ( me agradará comprarme el libro 9 : «Además de las que yacen en las cunetas de nuestras carreteras sin haber encontrado reparación alguna, existen muchas otras víctimas que no han tenido voz para expresarse » .
Y es que a los vivos no es agradable , no ya escucharles tan solo oírles ,pués se pierden por las ramas de su memoria y eso cansa , no es lo mismo cuando contamos brillantemente nuestra historia para la cual estamos bien dotados que oir a alguien lo que recuerda de hace sesenta/setenta años.
En cambio con los muertos podemos hacer la historia según convenga al partido a la ideología venga el viento de oriente o de poniente y esto guste o no a sido siempre así y al que le toca pues le ha tocao y no queda otra que espabilar o quedarte al margen.