Una de las grandes trampas de esa cultura patriarcal ha sido darle más valor a la palabra del relato que a la propia realidad, de manera que ni siquiera los hechos son capaces de quitarle la razón. Y aunque se trata de una construcción general que actúa en cualquier ámbito, el contexto educativo se presenta con una trascendencia mayor, dado su impacto directo y el papel esencial que juega en la transmisión de las ideas y valores de la cultura.
Educar y cuidar
Si el argumento del machismo, que otorga determinados roles y funciones a partir de la condición de hombre y mujer, fuese cierto y no una estrategia de poder, el ámbito de la educación debería estar ocupado y dirigido por mujeres, que son quienes tradicionalmente se han hecho cargo de la educación informal en la familia, y desde hace muchos años también de la formal, ámbito hacia al que han sido dirigidas las mujeres históricamente junto a las profesiones relacionadas con el cuidado, especialmente la enfermería, como prolongación de lo que hacían en el contexto doméstico: educar y cuidar. Pero las mujeres no ocupan las posiciones de poder porque no se trata de valorar su capacidad, sino de mantener el poder alrededor de los hombres.
Por eso las mujeres son mayoría en educación, pero no en los puestos de poder y responsabilidad. Y esa es la clave: entender que cuando se habla de poder, da igual el ámbito o el contexto en el que se encuentre la persona, puesto que el objetivo principal de esa posición de poder construida sobre las referencias de la cultura patriarcal es mantener las ideas, valores, prejuicios, principios… que permitan continuar con el sistema y recompensar a quienes se ajustan a él en cada uno de los contextos.
El poder en educación no se contempla como la capacidad de dirigir las medidas destinadas a organizar las actuaciones educativas. Esa es su parte formal o técnica; muy importante, pero no tanto como el componente informal. Este elemento informal es esencial para mantener el sistema general, y su objetivo es contribuir al modelo cultural androcéntrico desde la educación. Por lo tanto, las políticas educativas serán importantes, pero lo es mucho más que esas políticas permitan reforzar y mantener el modelo de poder basado en lo masculino, y en el que los hombres y lo de los hombres se presentan con un valor añadido, hasta el punto de que la propia realidad muestra cómo la mayoría de quienes ocupan los puestos de responsabilidad son hombres, no mujeres; situación nada casual como vemos.
Cuotas
Ocurre igual en el ámbito sanitario, judicial, político, social, etc.: el poder está en manos de los hombres para que haya sintonía con los valores, ideas, principios, creencias que prevalecen como parte de la cultura androcéntrica, y para que las medidas que se desarrollen en cada uno de ellos contribuyan a mantener el sistema. Todo ello es parte de la normalidad, de esa manera de entender las relaciones a partir de las referencias marcadas por los elementos de la cultura. No es necesario que se forme una especie de aquelarre o congreso nacional para tomar estas decisiones; ya vienen integradas en la idea de sociedad que la cultura considera adecuada para convivir. Por eso cuando los hombres han ocupado y ocupan la gran mayoría de las posiciones de poder en cualquier ámbito nadie ha visto algo anormal en ello, ni se piensa que las mujeres son discriminadas. En cambio, cuando ahora se plantea corregir esa injusticia social a través de cuotas o medidas de acción positiva, se interpreta como una “desconsideración” y un ataque a los hombres.
Corregir la desigualdad
Las mujeres deben estar en los puestos de poder en el ámbito educativo y en todos los demás, y deben hacerlo no solo para corregir la injusticia que la desigualdad ha instaurado en el tiempo, sino para poder aportar otra forma de entender la convivencia y las relaciones, así como los valores y prioridades que deben acompañarlas a través de todas las medidas y políticas que estimen necesarias para promocionar la igualdad y corregir la desigualdad.