Pero no hay mujeres; acaso hay alguna reina que ni siquiera es propia. Pero no hay casi ninguna mujer. Hay calles que han cambiado de nombre para que no haya honor en el horror de haber asesinado, humillado y vencido a aquellos que defendían la legalidad y la libertad, y se les ha devuelto el nombre antiguo, el de siempre, aquel con el cual era conocido por todos: calle Mayor, Paseo del Tren… Otras calles, con un esfuerzo imaginativo de las mentes brillantes de turno de los ayuntamientos, han sido bautizadas con nombres muy bonitos, para disfrute del peatón: el Amor, la Amistad…
Pero, ¿quién, sin hacer un gran esfuerzo, puede sugerir el nombre de una mujer a la que honrar con una calle de nuestras ciudades y pueblos? Entonces se hace necesario asumir que la historia que nos han contado de nuestros ilustres locales, como la historia que hemos leído en los libros, está teñida del color del patriarcado, que no tiene color, no tiene lazo, no lo necesita, porque este abunda.
El patriarcado es la graduación de las gafas que nos ponen en nuestro devenir como seres sociales y quitárnoslas implica un gran esfuerzo intelectual, revisar siempre la realidad y observarla desde el otro lado; ubicar sobre los platillos de la balanza qué cantidad hay, por ejemplo, de nombres masculinos, y qué cantidad de nombres femeninos en las calles de nuestras ciudades. ¿Eso significa que hay pocas mujeres que hayan hecho algo merecedor de ser recordado? No, sencillamente expresa que las mujeres somos ciudadanas de segunda del mundo y todo lo que hagamos estará velado por la sutil gasa de la infravaloración. El burka social que desmerece la labor realizada por mujeres que han sido las parteras, ayudando a nacer a toda una población y a más de una generación; costureras o modistas, que han enseñado a otras mujeres; pescaderas, que vendían sus productos con carretillas por las calles; encaladoras; cocineras; colchoneras; nodrizas… ¿Es menos importante su labor que la del carpintero al que le dedicaron una calle? Mujeres escritoras, poetas, pintoras, docentes, científicas, empresarias, doctoras, honoris causa… ¿Dónde están sus nombres en las calles para ser recordados? ¿Cómo podemos trabajar en la igualdad si las calles sólo muestran la realidad con el monóculo del absoluto masculino?
Las niñas y las jóvenes ven en la calle imágenes anoréxicas y cosificación. El mostrador de los programas de TV está repleto de mujeres desesperadas por tener relaciones superficiales, degradantes y groseras. Este es el resultado de la cultura patriarcal y del machismo. Este es el agravio de la herencia que las mujeres conscientes, cada día, debemos intentar cambiar para nosotras, para nuestras hijas y para las que han de venir. Empecemos por hacer nuestras las calles y las plazas.