Votemos a la izquierda

LOS MAESTROS CONSERADORES se refieren siempre a las ideas, como un algo capaz de llevar por el mal camino al mejor educador. Las maestras de escuelas mixtas contaban, en voz baja, sus terribles experiencias al tener que educar a niños y niñas al mismo tiempo.[1]

Me sirven estas palabras de Paco Ignacio Taibo I, que hacen referencia a la niñez y primera adolescencia del autor durante la Guerra Civil y los primeros años de la posguerra española, como título de un artículo que pretende ser una voz de alarma, una vez más, contra la polarización que lleva años, muchos años, instalada en la educación española. Es una confrontación que termina derivando en fórmulas cerradas entre dos modelos educativos sustentados en ideologías contrapuestas, que no comparten, tan siquiera, el interés por la búsqueda de espacios comunes para el entendimiento. Se da por hecho que es imposible. Y no puede ser de otra manera, cuando un modelo, el de la derecha, excluye sin miramientos; y el otro modelo, el de la izquierda, pretende incluir aunque, de momento, mirando por el retrovisor.

No es cierto lo que he escuchado tantas veces sobre que si dejaran a los y las docentes llegar a un acuerdo, se lograría un pacto educativo en 24 horas. Poco ha cambiado el trasfondo de la educación española desde que Paco Ignacio Taibo I escribió las palabras que encabezan, y pretenden dar título –largo– a este escrito y los tiempos actuales. Hay docentes con ideas y docentes conservadores. Docentes que votan programas de partidos políticos que comulgan con las ideas más viejas, más caducas y más innecesarias; con las imágenes de un mundo paralizado, y con una fijeza maniaca por clasificar, separar, excluir, recluir y achicar todos los espacios posibles a la diversidad y a la convivencia entre las personas, e instruir a las personas para un mundo donde se ha acabado la esperanza. Y docentes con ideas, que entienden la educación como un ámbito de inclusión y convivencia de todas las personas, que saben mirar y escuchar, en el que todas aprendemos desde el principio de las cosas sencillas, que en último caso son las más importantes. Por suerte, siempre hay un docente dispuesto a ensanchar los caminos de la vida, del conocimiento y de la convivencia pacífica. Que se siente parte de una comunidad educativa permanentemente movilizada. Que entiende la vertiente colectiva de su trabajo, con la solidaridad y la cooperación como principales motores. La educación que queremos difícilmente podrá avanzar hacia cotas de calidad y eficacia si no existe la confianza y el apoyo mutuo.

¡Es tan importante fijarse en los modelos! Comparar es fácil, si se toma como un ejercicio de pura descripción, seguir el curso de las aguas subterráneas que surcan la educación es más complicado, aunque al final todo se reduzca a dos modelos: el que pretende incluir y el que excluye.

(…) todavía uno se va topando con alguna rara excepción en este fastidioso mundo de repeticiones, como lo podrían haber llamado los sabios órficos, pitagóricos, estoicos y neoplatónicos, si no hubiesen preferido, con poética inspiración, darle el más bonito y sonoro nombre de eterno retorno.[2]

No hay excepciones en el fastidioso mundo de las repeticiones que rige la política educativa de la derecha española, siempre avalada por la jerarquía de la Iglesia Católica. En este caso nunca ha cabido ni tan siquiera el más poético y bonito nombre de eterno retorno. No hay donde retornar porque en doscientos años no se han movido un milímetro de los fundamentos que rigen su modelo educativo: moral católica, escuela privada, escuela pública con escasos recursos, para pobres, y un currículo inmovilista y fraccionado que sitúa al profesorado como un mero peón, transmisor de información enlatada, al servicio del poder establecido.

La ley Orgánica de Mejora de la Calidad de la Educación (LOMCE) es heredera de ese empobrecimiento del sistema educativo español anterior a 1978, marcando una continuidad con la política educativa del régimen franquista: los artífices de la LOMCE habían dispuesto en 2013 que las aulas continuaran la dinámica en que la jerarquía católica conformaba la conciencia del común. A pesar de que la “tercera ola” del proceso de secularización alcanza a más proporción de estudiantes que de personas que se confiesan practicantes.[3]

Es imposible un pacto por la educación, si no hay propósito de enmienda, y algún tipo de reparación. No sirve la amnesia. La derecha española ha vuelto una y otra vez a la carga. El último asalto a la educación es la LOMCE, una ley aún vigente, que ha roto el escaso consenso que aún quedaba en torno al artículo 27 de la Constitución, situándose fuera de cualquier escenario de acuerdo.

El artículo 27 que trata de la educación, fue uno de los que puso en riesgo el consenso constitucional. El debate fue intenso, si bien se alcanzó finalmente un acuerdo, consistente en la yuxtaposición de los dos principios mencionados, la libertad de enseñanza y el derecho a la educación. [4]

Acordar yuxtaponer ideología, no es pactar. Un pacto implica ciertas renuncias y algunas complicidades. Imposible entre dos modelos que se han demostrado irreconciliables. Los ejemplos legislativos, más cercanos que representan a uno y a otro son la LOMCE y la LOE. La permanencia de la doble red de centros, públicos y privados concertados, imposibilita cualquier pacto, especialmente cuando se confronta permanentemente la libertad de elección de centros con el derecho a la educación.

Un sistema puede ser injusto económica y socialmente, y también serlo desde el punto de vista moral, por carecer de un mínimo respeto por las personas y por su dignidad como seres humanos.[5]

La LOMCE, aun manteniendo la misma estructura del sistema educativo que la LOE, reduce muy sustancialmente su grado de comprensividad. Los estudiantes comienzan a ser separados bastante antes de finalizar la etapa obligatoria, con notables dificultades para revertir decisiones tempranas que pudieran resultar desacertadas. Además, esa rigidez tendrá impacto en el aprendizaje que debe realizarse a lo largo de la vida. La posibilidad de plantear trayectorias abiertas y reversibles no se basa solamente en razones técnicas, sino también de equidad y justicia social.[6]

Tan importante como defender el derecho a la educación, es establecer una estructura y un ordenamiento que lo asegure, y esto solo se consigue con una política educativa construida y compartida con el conjunto de la comunidad educativa. Es cierto que las políticas, sin más, no garantizan los cambios, pero pueden marcar el inicio de aquellos, movilizando las mejores ideas y los recursos necesarios, y proporcionando los espacios adecuados para crecer. En esta primavera electoral, de la cual queda aún mucho camino por andar, está en nuestras manos elegir entre la educación como barrera y la educación como oportunidad social para promover la equidad y caminar hacia un horizonte de justicia social.

[1] Para Parar las aguas del olvido. Paco Ignacio Taibo I. Drácena Ediciones. Madrid 2017

[2] José Saramago. La Caverna. Alfaguara. Madrid.

[3] Manolo Menor Curras. Artículo 27 de la Constitución. Cuadernos de quejas. Madrid. Morata.

[4] Alejandro Tiana. La educación como barrera o como oportunidad social. Fundación 1º de Mayo. Anuario 2014. Madrid.

[5] Xavier Melgarejo. Gracias Finlandia. Plataforma Editorial. Barcelona.

[6] Alejandro Tiana. Op. cit.

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Pedro Badía

Secretario de Política Educativa, Infancia e Institucional de FECCOO