No hace falta ir muy lejos de España para ver que nuestra calles se ha llenado de trabajadores jóvenes, precarios, que arriesgan su vida cada día circulando de un lado a la otro de la ciudad transportando todo tipo de productos para el consumo. La tecnología necesariamente no es liberadora y los tiempos modernos siguen siendo infames para millones de personas.
Es posible que el hecho de celebrar cada 12 de junio el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, signifique que a los gobernantes del mundo no les preocupa en lo más mínimo un problema con grandes dosis de inmoralidad e inhumanidad. Y lo que es aún más preocupante a la sociedad le da exactamente igual. La moral tiene infinitamente menos prestigio en la política y en la economía del siglo XXI, de ahí el trabajo y la pobreza infantil, la explotación y la violencia que se ejerce contra millones de niñas y de niños.
Los neoconservadores han exportado los principios de un capitalismo frío y destructivo a todos los órdenes de la vida. Ni el mercado ni la ética comercial colocan la igualdad por encima del lucro. El hecho de fomentar cada vez más el individualismo más agresivo en contra de la solidaridad y del apoyo mutuo solo acentúa la indiferencia cívica. En una vida sin certezas la ficción termina convirtiéndose en realidad. Definitivamente se ha perdido la mesura, y en la desmesura todo vale, sin que la moral sea obstáculo.
Replegarse sobre uno mismo no deja de ser un escándalo, pero tampoco deja de ser patriótico para esa gran masa de imbéciles que obedecen ciegamente las consignas del capitalismo más salvaje y explotador que hayamos conocido. Hemos desechado hundirnos en la realidad de los otros y las otras. Hemos olvidado cuánto vale la gratitud de un abrazo. Pero cada 12 de junio celebramos el Día contra el Trabajo Infantil.
“Hoy cuando el alma tiene infinitamente menos prestigio, y cuando a diario se truecan almas contra nimiedades la tarea de Mefistófeles es, paradójicamente, más difícil”, (Alberto Manguel). Lo hemos convertido en un pobre diablo.