Exposición: Museo Nacional de Escultura (julio-noviembre 2019), Valladolid.
Esta exposición, que ocupa buena parte de una planta del Palacio de Villena, situado casi enfrente del Colegio de San Gregorio, muestra obras extraordinarias, pero habitualmente invisibles y generalmente anónimas, a las que solo suelen tener acceso investigadores y profesionales a cargo de su conservación y restauración.
Al sacar a la luz lo que ordinariamente está en el almacén, ese reservorio que todo museo importante tiene, el Escultórico de Valladolid cumple otra de las funciones tradicionalmente asignadas a estas instituciones: mostrar para educar o, si se prefiere, educar exhibiendo la enorme riqueza que atesoran para disfrute cívico y aprendizajes que rondan la belleza, además de posibilitar el conocimiento documental de una parte relevante de la Historia.
El gran tema de esta muestra de obras ordinariamente invisibles es que visibiliza la gran cantidad de recursos de que dispuso el arte contrarreformista para lograr su expresividad y atractivo en un tramo importante de nuestro pasado, sobre todo en los siglos XVI y XVII. El camino de lectura que puede hacer el visitante es múltiple. Sabiamente, sus responsables han dejado abiertos muchos posibles al disponer la secuencia expositiva de modo más sugerente que conductista y, para que no perdamos la idea de fondo, siempre con las piezas montadas sobre palés de carga levemente disfrazados por una pintura pardusca sobre los que destacan sobriamente. La pluralidad se abre más cuando algunas de ellas aparecen colocadas de espaldas –incluso con sus maderas ahuecadas por las gubias–, al revés de cómo estuvieron en los retablos. La sorpresa de lo inédito hace volar más la imaginación.
Al entrar, es muy vigorosa la imagen que proyecta un conjunto de relicarios, similares y ordenadamente dispuestos en estantes. Su instalación, semejante a la colección de reproducciones de bustos clásicos, que el propio Museo alberga en otro edificio cercano –la Casa del Sol o Palacio del Conde de Gondomar–, trae reminiscencias de los romanos y sus lares domésticos. Sigue un repertorio de ángeles, emplazados teatralmente y proyectando sombras en la pared, para mejor comprensión del papel que correspondía en los relatos religiosos a estos mensajeros sobrenaturales.
La serie de crucificados que viene a continuación, incluidos algunos medievales de aire muy popular y reflejando intensidades diversas del sufrimiento, es muy poderosa.
También lo son las pequeñas piezas de relieves y columnas de antiguos retablos, desguazados de no muy hábil manera, cuando la desamortización decimonónica los acumuló en el Palacio de Santa Cruz (de Valladolid). En esta sección, las caras avispadas y curiosas de algunos angelillos desnudos –o putti, como cabría que se llamaran en algún caso– no desdicen de los que, admirados, soportan la Madonna Sixtina, de Rafael, que se exhibe en Dresde (motivo principal de ingresos del Gemäldegalerie Alte Meister, por derechos de reproducción). Una Virgen niña leyendo es otra gran joya de esta antología, junto a piezas en las que el protagonista es el libro. No obstante, la sala en que el visitante puede pasar un rato lento, y probablemente entusiasmado, es la que han titulado “El Coro”. En los peldaños de una grada aparece una variada agrupación de 28 imágenes en las cuales predomina el ardor entusiasta de quienes se sienten poseedores de la verdad. Se expresan ante el visitante con gran vigor y este tiene ocasión de saborear la muy realista y aparatosa vehemencia que ofrece al unísono la miscelánea escultórica, efectista tanto en grupo coral como aisladamente, figura a figura.
Quien quiera mirar este Almacén o Lugar de los invisibles con ojos religiosos, puede hacerlo. Quien prefiera observarlo con miradas muy humanas, también. Quien desee mezclar ambas perspectivas –o sumarse sin más a lo que sugieren las cartelas– lo tendrá fácil. Mírese como se mire, se sale de esta exposición con ganas de felicitar a las personas encargadas de custodiarlo y de haber ideado su difusión. ¡Enhorabuena a todos ellos!