Ni malas ni buenas

ALGUNOS DESEAN QUE SE LLEVEN OTRA VEZ LAS MUJERES CALLADAS, silenciosas, que sepan apartarse en el momento adecuado, esas que saben que el silencio vale más que la palabra, esas que siempre están bien vistas. ¡Qué elegante es! ¡Da gusto ir con ella a todos lados! Siempre atenta, siempre un paso por detrás, siempre tan discreta. No les tengo ninguna manía, ni las envidio ni me caen mal. Hacen lo que les apetece y con eso me vale.

Luego estamos las otras, las ruidosas, las que hablamos allá donde vamos, las que “invadimos espacios”, las que decimos las cosas como las vemos, aunque no esté bien visto o no sea oportuno, o simplemente no deseamos ir un paso por detrás; las que no somos elegantes, monas, calladas, conciliadoras ni dialogantes, esas que inundamos las calles el 8 de marzo, como apuntaba Virgine Despentes en su libro La teoría de King Kong. Y claro está, si vas a las manifestaciones del día 8, haces huelga y tienes opinión, a veces hasta crítica, no eres de las primeras.

Por lo que puedo comprobar somos muchas. Muchas, muchas más de lo que se pueden permitir quienes nos quieren calladas, sin rechistar. Tanto es así que últimamente me sorprende la reactividad que provocamos quienes no necesitamos de nada ni de nadie para expresar nuestra opinión. Recientemente he tenido la oportunidad de comprobar qué pasa cuando alzas la voz, cuando expones lo que opinas, sin ningún pudor, porque te lo crees. Sin más. La beligerancia, la violencia con la que te agreden es tal que, o bien estás muy empoderada o bien no vuelves a abrir la boca en público.

Hace unos meses asistí a unas jornadas feministas donde se abría el debate de buenas y malas. Unas u otras, muchas mujeres no quieren solventar el debate en estos términos, ya que estaríamos desvirtuando el auténtico motivo de por dónde seguir avanzando.

 

La pugna por el espacio público

El feminismo vino, llegó y se quedó, y eso es una realidad tangible hoy, aunque la ultraderecha se empeña hasta la extenuación en intentar vilipendiar, disuadir, confundir y castigar. Algo está pasando, y muy grave. Hay una pugna bestial por el espacio público, por la igualdad de verdad, por ocupar y reapropiarse del espacio. Hay personas que desean situar el debate en dos polaridades antagónicas y fuera de la realidad, o víctimas o verdugas, o eres víctima y entonces ¡pobrecita, que diga lo que necesite! O, si eres asonante, eres parte del patriarcado. Se lleva la culpa y ser víctima; en cambio, no se perdona el arrojo ni la valentía si eres mujer. Ambas opciones igual de respetables para mí.

Casos como el de Mirielle Franco, por poner un solo ejemplo, porque hay miles y miles, ponen de manifiesto lo que te puede pasar si pasas la línea del control machista, del poder político del cuerpo, de disputar el espacio a “los otros”, a quienes se creen la fuerza bruta. Mujer, negra, lesbiana, de clase humilde, mujer de bandera y de favela que luchó hasta la extenuación para poner voz a esas “mujeres de segunda” que osan alzar la voz y llevar la lucha hasta las últimas consecuencias. Rompía moldes, incluso se coló de tapadillo en el mismo ojo del poder, al convertirse en concejala.

Su cuerpo encarnaba todos esos cruces de camino de la interseccionalidad y un cuerpo que, aun a pesar de saltarse todas las reglas hegemónicas, supo aguantar, gritar, poner voz y reapropiarse de un espacio que, a pesar de que le correspondía, no es propio de según qué mujeres. Eso sí, el coste ha sido demasiado alto: fue asesinada, silenciada por la fuerza. Ahora su silencio se amplifica por momentos, porque es la voz de miles y miles de mujeres que se niegan a seguir calladas. Este feminicidio nos da fuerza, a nosotras, las otras mujeres “inoportunas”, para seguir. Y diría que a todas, porque las “otras” somos todas nosotras sin distinción.

 

No podrán silenciarnos

Berta Cáceres (Honduras), activista medioambiental; Emilsen Manyona (Colombia), líder de comunidades construyendo paz; Shifa Gardi (Irak), periodista del canal kurdo Rudaw, rompió estereotipos en su trabajo; Ruth Alicia López Gusao (Colombia), líder comunitaria defensora de Derechos Humanos, trabajó en comunidades indígenas y afrodescendientes; Sherly Montoya (Honduras), integrante del grupo de mujeres transexuales Muñecas Arcoíris; Miriam Rodríguez Martínez (México), activista y líder del colectivo de personas desaparecidas; Yoryanis Isabel Bernal Varela (Colombia), luchó por las mujeres indígenas; Patricia Villamil Perdomo (Honduras), defendió los derechos de las personas migrantes; Micaela García (Argentina), activista por los derechos de la mujer; Gauri Lankesh (India), periodista de derechos humanos y crítica incansable del sistema de castas, y tantas más que no cumplen con las expectativas hegemónicas, occidentalizadas, de clase media, de hombres blancos, heterosexualizadas. Para acabar, también le ponemos nombre a las nuevas generaciones, como Ahed Tamimi, que se enfrentó a soldados israelíes armados, ella sola, tan pequeña, tan vital, tan valiente.

No, no os confiéis, porque no nos van a silenciar ni matándonos. Alto y claro. A mí tampoco me gusta cómo se manipula el espacio con el fútbol en los patios del colegio, ni que no existan contenidos para la igualdad en los temarios, ni que no se explique la historia en toda su dimensión, ni que se expliquen solo los autores masculinos, ni que se siga impunemente silenciando el sexismo y el machismo en las escuelas con nuestros jóvenes, ni que se practique la sordera intelectual ante las violencias, sean estas por motivos de género, identidad, expresiones de género, etnia, expresión del deseo, clase social, diversidad funcional, cultural, corporal, sea por lo que sea. Es el momento, ahora o nunca pasamos a la acción.

A mí no me gusta nada de eso, pero a veces hay que pararse y pensar, decidir hacia dónde ir y con quién ir. No me valen todas las personas como compañeras de viaje. Hay quienes prodigan su discurso no para el bien común, hay quien solo defiende un sistema para “las primeras”, “las buenas”, “las sumisas”, para quitar derechos a todas las personas que no cumplen con su esquema mental, a todas las que salen diciendo cosas como “feminismo liberal”, “la homosexualidad se cura”, “ideología del género”, “el feminismo en la escuela no tiene lugar”, y tantas y tantas sandeces que nos retrotraen al pasado.

Acostumbraos a esto, porque la revolución feminista ya está en marcha. Vino, llegó y se va a quedar. Prueba de ello es que el 29 de septiembre volvimos a inundar las calles para gritar, alto y claro, en contra de la violencia hacia las mujeres.

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