El video en cuestión está plagado de simbología, riqueza visual y un contenido potente respecto al tema de la violencia de género. Diseccionar cada plano, cada escena, escuchar con atención la letra y entender su relación con la imagen, les resultó impactante y llamativo. Casi sin decir yo nada, iban saliendo conclusiones acertadas sobre el tema.
En la mitad de la hora, me di cuenta de los cambios de actitud que se estaban produciendo, y de que eran bien distintos si estas personas eran chicas o chicos. Las chicas estaban eufóricas, reivindicando derechos, seguridad en las calles, libertad sexual sin ser tildadas como putas, etc. La de muchos de ellos era de que se les estaba juzgando a todos por igual. Escuchar frases como “no todos somos así”, “no todos los hombres matan” o “al final no podremos hacer nada sin que nos denuncien” era realmente desolador.
Me preguntaron si era feminista y les contesté que por supuesto que sí, y de repente tenía una clase dividida en dos. Una parte encantadísima y la otra, no tanto, por decirlo suavemente. Me convertí en lo contrario de machista, en la otra cara de la misma moneda. Así, por arte de magia, era la enemiga de unos cuantos y la aliada de otras tantas. Si estos chicos tenían que elegir un bando, que no sé por qué, no podían estar en el mismo de quien, según su teoría, perjudicaba y criminalizaba su propia existencia; y, lo que es peor, su propia esencia como ser humano. No voy a entrar en cómo intenté neutralizar esta “absurda” polaridad, pero en lo que sí quiero entrar es en cuál fue mi reflexión posterior.
Lucha legítima
El debate continuó sobre el sujeto político del feminismo. De facto, ya está hecho por ejemplo en mi clase de 4º de ESO de un barrio obrero de Barcelona. Todas estas personas que se sintieron atacadas, cuestionadas e incluso agredidas, tienen claro que ellos no son ni serán nunca, ni quieren serlo, sujeto político de la lucha feminista, y tenemos un gravísimo problema.
La polarización, futbolización y confrontación social que se ha incentivado desde algunos sectores, a raíz de la visibilización, avance y consolidación de la lucha legítima de las personas no-hombres-cis por hacer de esta sociedad un lugar más justo, es tremendamente peligrosa.
La ultraderecha está marcando la agenda y nos está arrastrando a un lugar muy oscuro
La ultraderecha está marcando la agenda y nos está arrastrando a un lugar muy oscuro. Las cifras de porcentaje de voto masculino que apoyan a partidos homófobos, machistas, racistas o capacitistas es alarmante, y tenemos la obligación de hacer algo. Pero, lo más preocupante es cómo los discursos fascistas entran en nuestras vidas de manera silenciosa y comienzan a destruir consensos, antes indiscutibles, además de normalizar discursos de odio.
Qué hacer en el ámbito educativo
Si hablamos de qué hacer en el ámbito educativo, ya sea formal o informal, tenemos grandes retos que asumir. Uno de ellos es neutralizar esta percepción de dos bandos opuestos. La violencia de género es un problema social en donde las víctimas son las mujeres (cis y trans) en su inmensa mayoría, pero también lo son los hijos e hijas de hombres violentos, las personas no heterosexuales o que se les presupone una no heterosexualidad, las personas de origen diverso, etc.
Porque de lo que hablamos cuando lo hacemos de violencia de género es de lucha de poder y de poner en cuestión los privilegios de una parte de la población minoritaria frente al resto. Por ello, debemos cambiar el punto de vista e incidir en que quienes tienen un problema son los hombres violentos. No revertiremos esta situación hasta que sea la inmensa mayoría de la sociedad la que se comprometa a erradicar este tipo de violencia, ya que es un problema estructural.
Los posicionamientos punitivistas, victimizantes y que simplifican la problemática polarizando el problema en hombres contra mujeres, lo único que hace es dar alas a la ultraderecha. Y si algo se le debe reconocer al fascismo, es la facilidad con la que consigue inocular odio, crear trincheras y señalar al enemigo; en este caso, a las enemigas de la tóxica masculinidad hegemónica. Y neutralizar esta deriva peligrosa es, o debe ser, compromiso de todas, y en ese “todas” me estoy refiriendo a la inmensa mayoría de personas que no somos violentas.