En el mundo se está dirimiendo, además, la primacía en innovación digital, que se disputan China y los Estados Unidos. Ha pasado casi medio siglo desde que McLuhan y Powers postularan la aldea global y propusieran un marco para comprender los avances tecnológicos de su época. Ahora, la pandemia también ha dejado al desnudo algunos de nuestros puntos débiles, entre ellos, la enorme dependencia de Occidente de la producción china. Y, lo que es también muy importante, la globalización se desacelera. El eslogan «América First» de Trump deja paso a «Made in América» de Biden: un nuevo estilo de proteccionismo.
La UE, y por supuesto España, va unos pasos por detrás en la digitalización. ¿Pueden los fondos de reconstrucción europeos marcar un punto de inflexión? Con la pandemia han venido unos fondos europeos que deberían servir para realizar las grandes reformas que se necesitan en el ámbito económico. La gestión de Next Generation EU es una gran oportunidad para impulsar la gran transformación estructural de nuestro frágil modelo productivo, con una excesiva dependencia de la industria de sol y playa.
Mientras todo esto está ocurriendo, circula un vídeo por las redes sociales que dibuja el escenario en el que se mueve la I+D en nuestro país. Y el escenario que domina es una realidad repleta de contratos precarios y de gran inestabilidad en el empleo para las y los investigadores.
La creación de ministerios separados de Universidades e Investigación no ha servido para visualizar las características definidas de cada una de esas estructuras, al tiempo que ha escondido las cualidades propias que deberían dibujar un patrimonio común.
Lo cierto es que, en los primeros años de la transición, muchos grupos de los departamentos recibieron una financiación adecuada para sus proyectos y eso impulsó a la Universidad española de una manera determinante. Pero, fundamentalmente desde la crisis de 2008, la investigación se ha estancado. Y esto es grave, porque la mayor parte de ella se hace en la Universidad, pero en España esta sufre de un déficit crónico de recursos. Más todavía: es precaria.
Si la crisis económica le dio un gran varapalo, ahora la amenaza viene del otro lado: la proliferación de centros singulares e institutos específicos ha sacado la investigación de las facultades y de los departamentos, y ha dejado sin financiación a los grupos de la base de la pirámide (conocidos despectivamente como «la hojarasca»). Los laboratorios se han quedado vacíos y el tejido investigador de los departamentos está desapareciendo. Paralelamente, los grupos del vértice acaparan la mayor parte de las ayudas, y lo hacen sin ningún recato: hace tiempo que su máxima consiste en exigir que se elimine «el café para todos» de las ayudas de investigación, esto es, que se les financie solo a ellos.
El problema de la financiación
Pero la Universidad también vive en su conjunto en un grave déficit de fondos, sin que esta situación haya mejorado desde finales del siglo pasado. Las universidades han perdido estos últimos años un 20% de financiación pública. Y, desde 2008, las comunidades autónomas no han hecho otra cosa que reducir su esfuerzo inversor, de modo que la situación actual es peor.
Naturalmente, es una ilusión pensar que la inversión privada va a compensar el déficit de financiación pública, entre otras cosas porque las empresas, ávidas de subvenciones, son muy deficientes en conocimiento. Paralelamente, la evolución de los ingresos de investigación por personal docente e investigador tampoco ha parado de disminuir desde 2008, y el resultado es que la mayoría del profesorado no encuentra financiación para sus proyectos.
Por eso es necesario el diseño de un modelo de financiación que estimule a las universidades a dar los mejores servicios y, por tanto, que garantice los fondos públicos mínimos necesarios, tanto en términos de gasto, cómo en términos de garantizar un desempeño digno de las actividades de docencia e investigación por parte de toda la comunidad universitaria. En concreto, si la investigación en la Universidad es estructural y es, por consiguiente, una actividad esencial, tiene que haber mecanismos de financiación básicos que no dependan de los fondos de un proyecto, capaz de atender el personal y las infraestructuras necesarias.
En resumen, la Universidad se enfrenta a una situación complicada. El impacto de la crisis financiera de 2008 ha sido tremendo. El de la pandemia puede ser peor. De modo que es el momento de elaborar una estrategia que cuente con la implicación de los agentes sociales. Si la Universidad retrasa la puesta en marcha de las reformas que necesita, con verdaderas medidas de choque, y continúa por el camino actual, se arriesga a convertir a su profesorado y al personal administrativo y de servicios en pasto de la desazón y el desasosiego, y a seguir indefinidamente sin un proyecto estratégico. Tampoco puede lavarse las manos ante decisiones que haya tomado en el pasado y que no dieron los resultados que se buscaron, sino que debe hacer de la rendición de cuentas su modelo a seguir, ya sea en la investigación, en la gestión o en la docencia.