Una zarzuela sin quererlo

UN SUPUESTO ENCUENTRO ENTRE CONCHA PIQUER, FEDERICO GARCÍA LORCA Y RAFAEL DE LEÓN da pie al magnífico espectáculo de Juan Carlos Rubio que se titula «En tierra extraña», como el pasodoble de Manuel Penella.

Se sitúa el 12 de julio de 1936, en el Teatro Calderón de Madrid, pocos días antes de que arrancara la sublevación militar. Los anhelos e inquietudes de cada personaje se entremezclan y superponen. La alternativa del exilio vuela sobre sus pensamientos. Diana Navarro, Alejandro Vera y Avelino Piedad resucitaron en el escenario del Teatro Español aquellas figuras legendarias, poniendo al público en pie, cuya representación continúa su recorrido por las tablas.

Rubio es un consumado guionista y escritor teatral, además de actor y director. En esta producción queda patente su enorme sabiduría. La ingeniosa dramaturgia y los jugosos diálogos se intercalan con los mejores éxitos de la Piquer. Diana Navarro los defiende con poderío a la par que debuta como actriz solvente. Esa antología comprende las coplas y hay también lugar para aires americanos y folclóricos. El recital culmina con dos piezas compuestas para la ocasión sobre textos de Federico García Lorca: “En la Habana” y “El amor oscuro”. La parte musical bastaría para justificar el espectáculo, pero todo lo demás, tanto el libreto, como la dirección, la puesta en escena, los intérpretes, la dirección musical de Julio Awad, están a la misma altura. Es un espectáculo redondo, con una perfecta conjunción de elementos y equipo artístico.

La función sueña un encuentro que, de alguna manera, invita a superar la hostilidad entre las dos Españas a través de la música y de la cultura, descubriendo lo mucho   que se comparte. Es un mensaje que adquiere certera actualidad ante la crispación política que avivan algunos descerebrados. Tan buenas intenciones calan en el público, aunque resulta imposible aceptar una visión equidistante entre el mundo que representa aquella tonadillera que llegó a ser musa en el Tercer Reich y el universo del poeta granadino que sería brutalmente asesinado poco después.

El espectáculo se presenta como un musical; pero como está en español, tiene raíz española y reflexiona sobre España, bien podría considerarse una zarzuela, a la que llega sin pretenderlo. De hecho, el musical hunde sus raíces en las funciones que se montaban hace cuatros siglos en el Palacete de la Zarzuela, para entretener a sus majestades, mezclando partes cantadas y habladas. También el teatro lírico del siglo XIX utilizó esa conjunción siguiendo   otras modas y tendencias. El musical nació en España y la zarzuela fue su madre. Ahora el musical desemboca en una deliciosa zarzuela, o casi, me parece a mí.

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Víctor Pliego de Andrés

Catedrático de Historia de la Música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid