Más allá de lo obvio, que parece que hay quienes han olvidado lo sufrido como sociedad, más allá de las miles de personas contagiadas, de las secuelas que quedan entre mucha juventud y que todos conocemos a alguien que lo pasó mal, y por desgracia, más allá de la poca empatía y responsabilidad con las familias de las personas fallecidas en esta pandemia, hay que mirar el trasfondo de este comportamiento social.
Lo primero que hay que dejar claro es que no fue toda la juventud, sino algunas personas las que se comportaron de forma mezquina con el resto de la sociedad (pocas, pero con mucho ruido). Parece obvio, pero en muchas de las conversaciones se implantó el “qué irresponsable es la juventud”, tratando de criminalizar a un colectivo y de desacreditar lo que este segmento de la población tiene que decir. Meternos en un saco también es una manera de no querer ver más allá y, sobre todo, de justificar una actitud concreta de un grupo sin legitimidad para representar a nadie. A mí no me representan.
Cuando se producían videos de indignación por aquellas fiestas, recordaba a quienes han vivido su primera experiencia laboral en un hospital casi sin medios y combatiendo a un virus, con una enorme solidaridad, y afrontando los primeros miedos laborales para ayudar con su formación y motivación a superar esta crisis sanitaria.
Pero, por desgracia, la juventud de nuestro país venía ya muy dañada, y esto tiene que ver con lo ocurrido en la noche de aquellas fiestas. Somos hijas e hijos de la crisis, la del 2008, del COVID y, ahora, de la guerra de Putin. Una palabra que ha marcado nuestro crecimiento, pero, sobre todo, que va más allá de lo económico. Somos hijas e hijos de una crisis económica, social y de valores.
Sin presente ni futuro
Una crisis de valores, que más allá del hecho puntual de lo acontecido en una noche, refleja una realidad. Preferimos la aceptación social por nuestros iguales antes que tener ética personal, desvirtuamos nuestra propia opinión y la ponemos en manos de un ente abstracto que es un rebaño, con una mirada muy corta. No hay educación suficiente para saber en qué consiste la libertad, una palabra tan manida en estos últimos tiempos, que algunos intencionadamente han decidido vaciarla de sentido para asociarla a una cerveza o vino. ¿Tiene libertad la juventud que migra para poder estudiar? ¿Tenemos libertad cuando, en vez de becarios/as somos trabajadores/as no remunerados/as? ¿Tenemos libertad cuando la edad de emancipación se sitúa en los 30 años? Paradójicamente, aquellas personas que celebraron el fin de las restricciones viven presas y oprimidas por la falta de oportunidades que les impide ser dueñas de su presente y de su futuro.
Lo ocurrido es, por tanto, fruto de la desesperación. Parece pues que esta ha sido la manera de llamar la atención. No se nos tiene en cuenta cuando se cambian sistemáticamente las leyes educativas sin preguntar a docentes o a las y los jóvenes. Nos frustra ese paternalismo que cree que carecemos de opinión o quienes parecen olvidar que el paro juvenil en España rozaba el 40% hasta la llegada de la reforma laboral.
Vivimos en la resignación y, por desgracia, muchas personas han dejado atrás la lucha por lo que creemos y la construcción de algo en conjunto como sociedad.
Sé que no es nada fácil, pero entiendo que, o trabajas para cambiar el sistema o el conformismo te hará sucumbir a sus defectos. O construimos nuestro propio futuro, con nuestra diversidad y propuestas, o el futuro se llama precariedad.
Vivimos una crisis social. Esta se muestra cuando muchos de los referentes de la juventud se saltan las restricciones sanitarias, lo vimos con los jugadores de fútbol, pero también con otros referentes. Cuando un referente se salta las normas de convivencia, su ejemplo lleva a que muchas personas también se las salten.
¿Es consecuencia este comportamiento juvenil de las arengas de los políticos, o es la impunidad hacia estos lo que hace que miles de jóvenes salgan a la calle? Una crisis social que alarma en la juventud, cuando el suicidio es la principal causa externa de muerte, y que urge a tomar medidas concretas y realizar un plan de choque para la juventud de nuestro país.
La madurez de muchos ha quedado en tela de juicio, pero ¿será el sistema capaz de ser maduro para ofrecer expectativas de futuro a quienes se sienten libres por beber un trago de alcohol? Esa libertad, asociada a una cerveza, es el ejemplo de que el individualismo triunfa, en un contexto en que se necesita lo colectivo más que nunca, como evidenció la pandemia.
Si algo hemos aprendido en este tiempo es que la palabra “diálogo” no estaba perdida en el diccionario de la gestión política de nuestro país. En los momentos más difíciles de la historia, las CCOO han estado para transformar nuestro país. Lo hicieron para traer la democracia y luchar contra el fascismo (lo seguimos haciendo en comunidades como en Castilla y León), y lo demostramos durante la pandemia con más de 12 acuerdos, una reforma laboral y muchas mesas de negociación abiertas. Es evidente que, sin la participación de los agentes sociales en esta crisis sanitaria, económica y social, la salida a esta sería diametralmente diferente.
Es por ello por lo que, ahora más que nunca, la libertad se piensa en colectivo, la libertad pasa por salir todos como cuando nos uníamos en esos aplausos. La libertad se traduce en políticas de servicios públicos, de redistribución de riqueza, de subida salarial, de mejora de las condiciones de la juventud. En definitiva, la libertad pasa incondicionalmente por tener un sindicato de clase como las CCOO presionando por la incorporación de medidas que tengan en cuenta las diferentes periferias sociales y laborales en las políticas públicas.