¡Que los genocidios no nos sean indiferentes!

En 1979, el músico argentino, León Gieco, escribió la canción “Solo le pido a Dios”, la cual contiene uno de los versos de mayor necesidad en los tiempos que corren: “que la guerra no me sea indiferente”. Tiempo después, voces destacadas como las de Mercedes Sosa, Ana Belén o Antonio Flores versionaron con gran emoción este canto a la esperanza en la humanidad. Estos versos, y también su música, nos han llevado por una senda donde el sufrimiento ya no nos es indiferente.

Han pasado casi 50 años de aquella canción, pero su espíritu sigue tan vigente como en 1979. A diario, los medios de comunicación narran sucesos violentos, injusticias y guerras. Solo durante estos dos últimos años, en Gaza han sido asesinadas 65.000 personas, de ellas más de 20.000 eran niños y niñas que ya no podrán jugar, bailar, leer ni reír más. Que los genocidios no nos sean indiferentes.

Delante de estos terribles hechos me pregunto ¿por qué el régimen sionista de Netanyahu quiere eliminar todas esas vidas? ¿Por qué el pueblo de Israel no reacciona pidiendo que se acabe la masacre? ¿Por qué la diplomacia internacional no ha parado esta barbarie? ¿Por qué nos hemos deshumanizado ante tanto dolor? ¿Hemos dejado la senda de la canción de Gieco?

Una de las hipótesis que vislumbro, que podría dar explicación a esta insensibilización por la vida humana es que, de los tres valores republicanos más destacados –la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad– este último, la Fraternidad, es el menos valorado y asumido. Daniel Jover, en su último ensayo “Llum de tardor”, nos describe las nuevas alienaciones de un mundo hiperconectado donde la falta de compromiso con el prójimo es el pan de cada día, y donde la vida en una sociedad capitalista nos lleva al “sálvese quien pueda” y “tonto el último”.

Para vencer estas oscuridades, el propio Jover nos propone que únicamente conseguiremos unas vidas realmente humanas cuando exista un diálogo profundo con la memoria como narradora de nuestra historia. Me atrevo a añadir que otro antídoto para las oscuridades que nos acechan cada día es la educación emancipadora y democrática, construida desde lo público. Esta herramienta privilegiada, que es la educación, nos ayuda a entender la complejidad de un mundo muchas veces ininteligible, porque no cuida ni de su hogar ni de su propia especie. Este análisis profundo de la realidad social, cultural, tecnológica… nos permite entender y tomar conciencia de las causas nos importa, y las consecuencias de lo que sucede a nuestro alrededor, para situarnos al lado de las personas que toman partido y que no son indiferentes.

Como docentes y profesionales de la educación acompañamos a nuestro alumnado por esa senda y tejemos acciones que dan respuesta a las oscuridades. Porque la infancia aniquilada en Gaza nos importa, ha nacido Marea Palestina. Porque el alumnado desahuciado que termina durmiendo en pensiones nos importa, ha nacido Docents 080. Porque la pobreza infantil que no cena ni carne ni pescado nos importa, ha nacido el 50X20. Porque el alumnado con enfermedades crónicas complejas nos importa, ha nacido la Plataforma por la Enfermería Escolar. Porque la calidad de la educación y las condiciones laborales de sus profesionales nos importan, ha nacido –y lleva más de 47 años– CCOO Enseñanza.

Hay esperanza. Hay muchas personas jóvenes y no tan jóvenes organizadas. Todas juntas somos como la Global Sumud Flotilla, navegando hacia un lugar común donde la solidaridad y la fraternidad sean nuestras banderas. Queremos “que la reseca muerte no nos encuentre, vacías y solas, sin haber hecho lo suficiente”. Gracias, Gieco. Gracias, docentes, por seguir educando en valores a nuestro alumnado para que sí les importe lo ajeno. Gracias, comunidad educativa, por estar siempre al pie del cañón cuando se vulnera el derecho a la educación o el derecho a una vida digna.

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Teresa Esperabé Prieto

Secretaria general de CCOO Enseñanza