Lewis Carroll, en Alicia a través del espejo, da en la clave cuando, en palabras del huevo antropomórfico de la literatura inglesa, Humpty Dumpty, nos dice que las palabras significan aquello que decide quien detenta el poder. Y añadimos: en ocasiones, los oprimidos se rebelan y consiguen dotar a las palabras de significados alternativos. En eso estamos.
Mucho se ha debatido en nuestro país sobre la presencia de sexismo en el lenguaje. Se trata, como dice Anthony Giddens1, de un rasgo habitual de la vida cotidiana de la modernidad tardía: la conciencia crítica de las prácticas discursivas y la tendencia a transformarlas, como elemento de las luchas sociales, en elemento de la construcción y reconstrucción reflexiva de la persona.
Estos debates son la expresión de la lucha de un grupo oprimido –las mujeres– frente a su opresión, reflejada, también, en el lenguaje. Se trata del rechazo por parte de las mujeres de las representaciones que sobre ellas transmiten determinados discursos, de la negativa a aceptar, interiorizar y asumir la imagen que de ellas proyectan esos discursos2 y de practicar otros alternativos que contribuyan a su avance social.
Los lingüistas de la RAE, admitiendo la existencia de una discriminación social de las mujeres, niegan el papel que el lenguaje juega en esa discriminación e insisten en explicarnos que la lengua –la gramática– no es sexista. Sin embargo, no cabe duda de que hay una relación entre la realidad social y el lenguaje, una relación “de ida y vuelta”: la realidad influye en el lenguaje, pero también mi lenguaje transmite ideas que ayudan a cambiar la realidad.
El lenguaje -en cuanto actuación, uso de la lengua- es representación de la realidad, es decir, que en el discurso aparecen las percepciones, ideas, visiones… de las personas, “su” visión de la realidad, que no tiene por qué coincidir con la de otras personas. Así pues, nos encontraremos discursos sexistas, racistas… y también discursos igualitarios, diferentes actuaciones lingüísticas, que se corresponderán con las diferentes ideas de los hablantes3. Por ello es pertinente que podamos plantearnos la reflexión crítica sobre nuestro propio discurso y la modificación de los discursos discriminadores.
Los lingüistas de la RAE, admitiendo la existencia de una discriminación social de las mujeres, niegan el papel que el lenguaje juega en esa discriminación e insisten en explicarnos que la lengua -la gramática- no es sexita
Y, en el análisis de algunas muestras discursivas, hemos encontrado una rica variedad de ejemplos de discursos sexistas, que presentan una serie de problemas, tanto puramente lingüísticos como discriminatorios para las mujeres. Entre ellos: ambigüedad en la comunicación, androcentrismo y sexismo.
Efectos de un uso sexista del lenguaje
Defensa admite que solo el 15% de los jóvenes está a favor de la ‘mili’4
Un texto como este, titular de una noticia periodística, muestra de tantos otros que no especifican el género del referente del sustantivo humano de que trata, es un texto ambiguo. La RAE nos dirá que se usa el masculino como género “no marcado”, es decir, que engloba a varones y mujeres. Podemos entenderlo así, si bien podemos pensar que, dado que solo los varones hacen -hacían- la mili en nuestro país, quizá la encuesta solo se haya realizado a los jóvenes varones. La ausencia de claridad está servida. De hecho, al final del cuerpo de la noticia, sí se marca a “los jóvenes” con el género masculino:
Estos son los resultados más llamativos de una encuesta realizada entre varones de 16 a 24 años por Defensa y el Centro de Investigación Sociológica (CIS).
Evitar la ambigüedad y la oscuridad en la comunicación es tan importante como no dar más información de la necesaria, si tenemos en cuenta los principios de la pragmática establecidos por Paul Grice. Y, en este caso, el titular de la noticia es oscuro. Añadir a “jóvenes” el sustantivo “varones” no es un grave atentado contra la economía y, sin embargo, es imprescindible para la claridad.
En cualquier caso, la ocultación de las mujeres es un hecho. Y, por ende, la colaboración en la conformación en la ciudadanía de una determinada visión androcéntrica de la realidad en la que las mujeres no tienen cabida.
Cotidianamente encontramos muestras de discursos sexistas. En demasiadas ocasiones, los actores sociales, según sea su sexo, son nombrados de manera diferente, sus acciones y atributos se expresan de forma diferente y se argumentan de modo diferente las atribuciones realizadas. Las mujeres son nombradas mediante su relación con el varón; ellos, por el contrario, tienen nombre propio, profesión… Frecuentemente a ellas se las “pasiviza”, es decir, se les hace sujeto pasivo de las acciones, se elude dotarles de un papel activo en la vida; por el contrario, el varón es quien decide y actúa. Y en demasiadas ocasiones lo que se predica de ellas, las acciones que se les atribuyen y las argumentaciones que se desarrollan son estereotipadas y sexistas, lo que contribuye a dar una imagen negativa de las mujeres.
El lenguaje es una práctica social que contribuye a la configuración del pensamiento y ayuda a construir la visión que tenemos del mundo. Es necesario, pues, reflexionar sobre nuestras prácticas y estrategias discursivas, sobre la medida en que nuestro discurso es conformado por las situaciones, las estructuras y las relaciones sociales y en qué medida, a su vez, incide sobre ellas, bien sea contribuyendo a mantenerlas y reproducirlas, bien sea poniéndolas en cuestión y colaborando en su transformación y, por tanto, disputando -también a la UE- el poder de decidir lo que significan las palabras.
1 Anthony Giddens. Estudios en la teoría social y política. Nueva York. Basic Books, 1977.
2 Luisa Martín Rojo, “El orden social de los discursos”, en Discurso. Otoño 1996, primavera 1997, pp. 1-37.
3 Hemos de anotar que una buena parte de nuestras comunicaciones, fundamentalmente las orales, no son siempre intencionales, sino espontáneas.
4 Titular de una noticia de El País, de 30 de julio de 1990.