Fotografías de Teresa Rodríguez.
MARGARITA BARAÑANO CID es profesora titular de Estructura Social y Sociología de la Educación en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). De las varias líneas de investigación que le preocupan, tiene particular interés lo que ha averiguado acerca de la composición social y condiciones de vida de los estudiantes universitarios.
¿La democratización del país no había contribuido a cambiar el panorama anterior?
La “diagonal” madrileña que Jesús Leal y Daniel Sorando habían señalado, del norte-oeste al sur-sureste, ya advertía de fuertes diferencias espaciales en la ubicación de los sectores sociales y sus actividades. En los ochenta, e incluso en los noventa, hubo momentos de disminución de la “segregación espacial”. Hubo creación de equipamientos de alto nivel en el sur, mejora de sus transportes y comunicaciones, creación también de equipamientos culturales y universitarios en estas zonas, equipamiento sanitario de calidad y otra serie de intervenciones. Sin duda, junto a factores sociales de la estructura social española, como las asociaciones intermedias, las relaciones sociales y familiares a escala comunitaria -pese al debilitamiento en estos años como en otros países por el proceso de individualización-, han mitigado el efecto de la desigualdad en el territorio sobre la base de la fortaleza de las “economías de la reciprocidad”, de los intercambios sociales informales. En este sentido, la mediación de la escuela y otras instituciones no evita pero, de algún modo, mitiga el efecto de la segregación radical o de la discriminación negativa. En España, siguen siendo una institución muy importante.
¿Ha cambiado algo?
En estos últimos años se han profundizado las diferencias, concentrándose más el desempleo en el segundo polo madrileño. El efecto del boom inmobiliario, con una expansión excesiva y desordenada, junto a políticas declaradamente liberales, ha conducido a una situación en que el impacto de la crisis acabó creando la situación que vivimos de fuerte segregación, con una polarización territorialmente muy visible, de sectores que se encuentran en una condición mucho más favorable en el norte y noroeste que los que se encuentran en el sur y sureste, con zonas donde, aunque haya enclaves diferentes a escala micro, en términos generales predomina la tendencia a que los factores que coadyuvan a la existencia de problemas sea mucho mayor. En esto, como en muchas otras situaciones -como ya dijera el sociólogo Schiller-, las condiciones sociales favorables o desfavorables de partida influyen en los resultados. Entre otros, en los educativos. Así que, ahora, son muy importantes las políticas que reequilibren el territorio: la iniciativa pública puede ser muy relevante. El reequilibrio tendrá impacto en todo: en la vivienda, en los procesos de desahucio y desalojo, y también lo tiene en aspectos como el educativo: hace tiempo que sabemos que esa “diagonal” coincidía en gran medida con la del fracaso escolar en Madrid.
No podemos permitir que la democratización que se ha producido se pare y vayamos hacia un modelo mucho más mercantilizado que el que hemos conocido
¿Qué papel ha desempeñado la universidad en los reequilibrios sociales?
Hemos vivido, entre otras cosas, un cambio estructural, en el sentido del paso de una sociedad en que el porcentaje de trabajadores manuales era muy elevado y correlativamente diverso, de un conjunto de trabajadores profesionales muy reducido, a una situación donde en general se ha producido un incremento de las posiciones medias o elevadas del trabajo que requiere cualificación. Aunque después vayan unidas a un contrato precario para sostenerse, estamos en una sociedad que demanda, en definitiva, cualificaciones muy distintas. El crecimiento de esa clase media funcional en relación con los trabajos que predominaban en el pasado ha hecho que los estudios universitarios cobren nueva relevancia. La enseñanza y el sistema educativo, en general, la cobran y, pese a todos los grandes problemas que viven muchas personas con titulación, está claro que es peor no tenerla. El hecho de tener créditos educativos, una titulación, proporciona cierta preservación frente a la incidencia muy superior del desempleo o situaciones similares en las personas que carecen de titulaciones secundarias o universitarias.
Mucho más que nunca, el acceso a la universidad ha sido una condición muy importante, tanto para poder insertarse posteriormente en el mercado laboral como, incluso, desde el punto de vista del desarrollo de una forma de vida de la sociedad en que vivimos. Cada vez es más relevante para todos, para desarrollar una ciudadanía integrada. En este sentido creo que ha sido especialmente importante. Es un hecho que en la universidad española hemos asistido al desarrollo de lo que podríamos llamar una “movilidad simple”. El porcentaje de aquellos cuyos padres o madres tienen estudios bajos o que desempeñan ocupaciones manuales ha aumentado considerablemente. No es fácil hacer series documentales directas y lineales, pero si tenemos en cuenta los datos del FOESSA 1970 o los datos de Eurostudent a escala europea, que comenzó el año 2000 y de la que se acaba de hacer la quinta edición -que aquí no se ha explotado, porque se decidió no seguir en el consorcio- observamos que España, según datos para 2010, podría estar en estos momentos en una posición que podríamos llamar intermedia en Europa. Tendríamos aproximadamente un 25% de estudiantes cuyos padres tendrían ocupaciones y nivel de estudios bajos. Una cifra que sigue manifestando que existe desigualdad, pero que es superior a la que podía existir en el año 70, donde las categorías más bajas no representaban más allá del 13% en total.
¿Qué rasgos tuvo esa movilidad?
Hemos asistido, de este modo, a una “movilidad simple” importante y, también, a un aumento de lo que podríamos llamar “estudiantes atípicos”, que no responden a lo que típicamente pensamos de un estudiante universitario. Por supuesto, también “las estudiantes”, que hoy están normalizadas e incluso más que los varones, pero que hasta hace dos décadas no era así. Mucho peor era todavía si se fuera a una comparación de larga duración desde antes de los 70, de modo que ha habido ahí un vuelco muy importante. Y hay, igualmente, otros estudiantes no tradicionales: aquellos que proceden de vías que no son la de acceso de la selectividad de Secundaria, con una amplia variedad. La universidad, de todos modos, no es la solución para todo, y también ella reproduce en buena medida desigualdades que están en la calle. Hay personas que tienen muchas más dificultades que otras para poder desarrollar sus estudios universitarios, por distintas razones y también por dificultades sociales de todo tipo. Las encuestas de Eurostudent permiten ver la otra cara de esa “movilidad social simple” a la que antes me refería. El porcentaje de personas que vienen de ocupaciones o niveles educativos bajos de sus progenitores ha aumentado, pero, si lo contrastamos con lo que podíamos llamar la “movilidad social y educativa relativa”, teniendo en cuenta el peso que representan los que pudieran ser sus padres, entre 40 y 60 años, nos encontramos con que, en la universidad, sigue habiendo sobrerrepresentación de quienes vienen de padres con estudios de niveles superiores e infrarrepresentación de los que proceden de niveles educativos bajos. Estos últimos, que representan el 50 y pico por ciento, sólo alcanzan a estar representados en un 35 en el caso de los padres, y en un 39% en el caso de las madres, un índice bastante más bajo que el del total de padres de ese grupo.
Hace tiempo que sabemos que la “diagonal madrileña” coincide en gran medida con la del fracaso escolar
De todos modos, ¿se han acortado desigualdades?
Pese a estas distancias, ha seguido habiendo movilidad. Costosa, difícil, lenta, pero muy significativa en aspectos cualitativos de la sociedad española. Ha producido esas generaciones que han dicho: “Soy el primer universitario” o “soy la primera universitaria de mi familia”, lo que ha tenido consecuencias en el conjunto de la vida social y en la vida cotidiana de esas personas y sus hijos. De modo que, para mí, ese camino de abrir puertas, evitar muros, generar puentes para que las personas con más dificultades puedan acceder a estudios universitarios me parece que es el camino al que no podemos renunciar. Porque no solamente es que hayamos llegado demasiado lejos, es que tenemos que seguir avanzando y profundizando en ese proceso si queremos democratizar efectivamente la universidad, algo que todavía no hemos alcanzado. Todavía sigue habiendo diferencias y por eso hoy podríamos hablar más de una “democratización segregativa” o de una “movilidad simple”, que de una “movilidad completa”. Teniendo en cuenta lo que cada sector social representa en el conjunto de la sociedad, todavía su representación en los estudios superiores dista de ser igual, que sería el ideal.
¿Y el empleo?
Efectivamente, es evidente que en la transición al mercado laboral también hay que hacer una ingente tarea. Estamos viendo que tenemos una juventud que, más que sobrecualificada, es una generación que tiene la cualificación que corresponde a la sociedad del conocimiento o de la información -como se le quiera llamar- postindustrial en que vivimos. Lamentablemente, sin embargo, nuestro sistema productivo no es capaz de aprovechar esa oportunidad. Por eso creo que hay que hacer ahí intervenciones entre todos los agentes sociales, fundamentales para alcanzar otro tipo de desarrollo económico y que nuestra sociedad pueda ofrecer otras oportunidades a esta juventud que estamos generando. Para no volver a vivir una segunda fuga de cerebros donde los mejores se vayan a otros lugares porque aquí no encuentren salida a sus expectativas de trabajo e innovación. Ahora que nos dicen que se atisba una senda de salida de esta crisis, creo que es muy importante que esto se haga sobre la base de tener en cuenta este talento y ser capaces de construir otra forma de desarrollo y maneras distintas de expansión económica que atiendan a este capital humano en vez de volver otra vez a basarla, como en el pasado, en mecanismos especulativos.
¿En qué medida la educación contribuye al bienestar?
Como siempre, podemos decir que todo se podía haber hecho mejor, y que hay muchos aspectos del sistema educativo que podían haber sido distintos. Pero como producto general, creo que aun existiendo graves problemas, el vuelco en el nivel educativo de la población española ha sido fundamental. El tan cacareado proceso de modernización se ha basado en buena medida en que hoy tenemos personas que han estudiado, tienen educación secundaria y, para muchas, la universidad ha dejado de ser un bien dirigido solamente a una élite para ser algo que se ha acercado más a la ciudadanía. Han cambiado no sólo las prácticas sociales, sino también los imaginarios colectivos de cuantos han imaginado que sus hijos –sus hijas, algo que era menos pensado en los siglos pasados– pudieran llegar a ella.
No creo que sobren universitarios en España, ni que sobren universidades. Lo que sobran son las subidas de tasas y la bajada de becas
Nos falta disponer de los mimbres y apoyos para que ese sueño también se pueda generalizar a más sectores sociales, que también pueden desarrollar ese tipo de estudios. Hay, además, otros muchos problemas pendientes relativos a la oferta. Incluso en la Formación Profesional, donde sabemos que ha habido una escasez de plazas penosa para gente que quería seguirse formando. Pero, más allá de todos los problemas que pueda presentar el sistema; más allá de que -como diría Bourdieu- la escuela ha seguido básicamente reproduciendo, y que la escuela criba, la escuela selecciona y, en algunos casos, condena; más allá de eso y de todos los problemas que siguen existiendo, confiere a las personas otra dignidad. Es una pieza básica en la construcción de sentirse ciudadano: alguien que puede expresar su opinión, que puede tener sus derechos, que tiene que votar, que tiene que decidir. Y también importante: que nadie te pueda callar la boca porque tú no sabes, tú no conoces, tú ignoras, tú eres alguien sin el saber legitimado. Que puedan acceder muchas más personas al saber reconocido aunque les falte el dinero de los sectores sociales pudientes, hace que puedan decir: “Yo soy una persona informada y tengo mis derechos, tengo mi dignidad”. Eso, en sociedades como la española y otras del sur de Europa, que todavía tenían muchísimos atrasos pendientes, sin duda, ha transformado nuestro panorama. En los movimientos de protesta recientes en España, se ha podido observar que, entre las muchas personas con estudios, muchas, pese a su alto nivel formativo, no tienen trabajo, pero tienen ya otra mentalidad, otra visión de la vida: se sienten personas con derechos, ciudadanos y ciudadanas que reivindican un espacio y un cambio. Esa actitud innovadora no es sólo “producto de”, pero sí que debe algo al hecho de haber pasado por las aulas de centros educativos y también de la universidad, y haber podido construir otra imagen de sí mismos y de su futuro.
Hay políticas que en poco tiempo pueden echar para atrás los logros conseguidos con mucho trabajo
Por tanto, en los aspectos socioculturales ha sido fundamental y, en el aspecto económico, también lo habría sido si no fuera porque, lamentablemente, los puentes entre el sistema educativo y el sistema laboral se han reducido en su conjunto y deben mejorar. Tenemos esa asignatura pendiente de construir un nuevo tejido productivo que tenga más en cuenta las características de una nueva sociedad cualificada, a la que incorporar debidamente. Por eso, sin duda, es una apuesta de futuro fundamental seguir construyendo puentes, dándole a cada uno lo que necesita.
¿No se tiende a minusvalorar la enseñanza pública?
Pese a que a veces se dice que el sistema educativo es un producto del pasado, que está agotado en el mundo actual, yo no lo creo. Sigue siendo un mecanismo fundamental para construir bienestar social. Lo que no tenemos que hacer es ceder ante un modelo que tienda cada vez más a la privatización o elitización, sino que hemos de entender que la construcción de lo público, de lo común y de lo colectivo se basa en buena medida en estas instituciones intermedias. Que el sistema educativo no está para tareas de criba y exclusión, sino para las de refuerzo y ayuda. Es decir, que todas las personas tengan, como decía el viejo dicho, el apoyo que permita “a cada uno según su capacidad” en función de su necesidad llegar tan lejos como le sea posible. En este sentido, el sistema educativo no es una institución obsoleta. Lo que tenemos que pensar es cómo enriquecerla, pues en un contexto como el de la Europa del sur, los recortes y la crisis pueden producir un retroceso, o un cambio; quizá más que un retroceso un cambio hacia otro tipo de modelo mucho más privatizado y mucho más elitista. No podemos permitir que la democratización que se ha producido -que no ha sido completa, que ha sido más bien una “democratización segregativa”- se pare y vayamos hacia un modelo mucho más mercantilizado que el que hemos conocido. Creo que eso sería un error. Porque la educación es un bien público, que debe seguir siendo una apuesta esencial, como también lo deben ser otros aspectos, como la sanidad y la salud.
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Vera
Muchas gracias por la información. Gran aporte de esta web. Saludos!