Los temarios -Infantil, Primaria, Secundaria, Bachillerato, FP- presentan unos elementos comunes:
Primero, un enciclopedismo impropio de unos tiempos en los que el torrente la información nos desborda, tanto por su cantidad como por su calidad y accesibilidad. Torrente de información que el futuro profesorado tiene que, necesariamente, aprender a transformar en conocimiento. Por tanto, más que la información en sí misma, lo que deben evaluar unas pruebas de acceso a la función pública docente son las competencias profesionales que son necesarias para una educación del siglo XXI y no una educación anclada en los conceptos de una “escuela heredada” del siglo XIX. De igual manera, las experiencias educativas más relevantes y cercanas están al alcance de la mano de miles de docentes y de futuros docentes sin tener que recurrir al academicismo del texto y la estrategia de la memorización, que, como nivel inferior del conocimiento, no aporta nada al aprendizaje ya realizado en la formación inicial ni a la experiencia profesional que el docente debe de ir acumulando para realizar de la mejor manera posible una tarea tan compleja como es el proceso educativo, en una sociedad marcada por el cambio y la incertidumbre.
El segundo problema radica en el enfoque anticuado de esta propuesta. En realidad las modificaciones realizadas no pretenden actualizar contenidos, ni aportar nada nuevo a un momento tan importante en la carrera profesional del colectivo como es el acceso a la función pública docente, sino que únicamente pretende exigir a los/las aspirantes una preparación que no sea la puramente memorística para aprobar un temario, sin más, asociada a la problemática que hemos explicado más arriba. Un ejemplo del enfoque anticuado en esta propuesta podrían ser los temarios de Filosofía, con un claro sesgo ideológico, en los que sobran autores rancios y faltan autores críticos, modernos y contemporáneos, comprometidos con la crítica y transformación de la sociedad actual; sobran hombres y faltan mujeres filósofas, que las ha habido y hay; sobran temas sobre autores y faltan temas sobre problemas.
El tercero sería el tinte burocrático que adquiere una prueba que encorseta la profesión docente, una de las más complejas, creativas y llenas de matices en la burocracia general de un sistema educativo que se mueve por una selva de normas generales y disposiciones de todo rango, pensadas más para la gestión administrativa que para el enriquecimiento de una profesión que cada vez se hace más necesaria, en un contexto social sumamente necesitado de equidad y justicia social.
La cuarta objeción que nos merece esta propuesta se refiere a lo extensa y exhaustiva que es, entroncando con un modelo de currículo de corte neoliberal y neoconservador como el defendido por la LOMCE. Muchos son los temas que el opositor ya ha visto y repetido durante la formación inicial y de los que tiene que volver a examinarse una vez terminada la carrera. Unos temarios exhaustivos que se corresponden con unos currículos muy extensos, enciclopédicos, pensados, como ya hemos señalado, desde enfoques neoliberales y neoconservadores, para la adquisición de datos y hechos que reducen el conocimiento a un simple proceso memorístico muy alejado de la complejidad del mismo y que tiene escaso valor para el aprendizaje.
Quinto, no se hace mención alguna a temas tan relevantes en la gestión del aula como pueden ser la inclusión, la enseñanza personalizada, la necesidad de apoyos tanto internos dentro del aula, como externos de otros expertos y de la comunidad educativa; la perspectiva de género; el laicismo; la educación medioambiental; los derechos humanos universales, etc. El temario de oposición se parece más a una “reválida” de fin de carrera que a una puesta en perspectiva de la profesión docente.
El temario de Infantil corresponde más al desarrollo profesional en una etapa de “preprimaria” que al de una etapa con características propias en la que ya se debe respetar la personalidad de cada niño y de cada niña en el período quizás más importante del desarrollo humano.
Los temarios de ESO y de Bachillerato siguen fomentando una cultura profesional que aborrece la pedagogía y la didáctica, el enfoque de educación básica y obligatoria que tiene la etapa de Educación Secundaria Obligatoria y los aspectos propios a los que se tiene que enfrentar el profesorado: tutorías, FPB y Programas de Mejora; así como los aspectos sicológicos y sociales tan importante a la hora de complementar la formación académica: habilidades sociales, empatía, conocimientos de los distintos elementos del currículo y de las didácticas que ayudan al profesorado a hacer frente al día a día de la práctica docente. Para desarrollar el trabajo en el aula no basta con tener muchos conocimientos académicos sobre la materia que se imparte y ser muy competentes, hay que tener conciencia y consciencia del lugar en el que se desarrolla el trabajo, empatía con las personas objetivo de la educación, habilidades necesarias para la relación con el alumnado y con el resto de la comunidad educativa.
Un modelo educativo que condena al fracaso
Son los temarios de la LOMCE. Son los temarios para perpetuar un modelo educativo que condena al fracaso y al abandono escolar a más del 30 % de los niños, las niñas y los jóvenes. Son los temarios que convierten al colectivo docente en peones de brega, en puros técnicos a los que se arrebata su papel de intelectual crítico, en meros instructores cuya misión fundamental es medir el conocimiento adquirido mediante pildoritas curriculares, denominadas estándares de aprendizaje y seleccionar. No sólo nada cambia y nada evoluciona de forma positiva, más bien estamos ante un momento que nos hunde más si cabe, en un universo educativo que debiera desaparecer por su incapacidad tantas veces contrastada, para dar respuesta a las necesidades educativas que se plantean a diario en las aulas.
Pocas profesiones viven una distancia tan grande entre la formación inicial, las exigencias de acceso a la práctica docente y la realidad con la que se encuentra el colectivo docente cuando aterriza en el centro y en el aula.
En estos momentos los sindicatos del sector público tenemos planteado un conflicto con el Gobierno por el tema del acceso, uno de los capítulos estrellas es precisamente el de las oposiciones. Si los temarios deben ser más cortos o más largos, la ponderación de la experiencia y de la oposición, el número de bolas en el “bombo” y en función de las mismas el número de temas que te pueden tocar. Y es un conflicto lícito, planteado con el objetivo de que el sistema de acceso a la función pública docente responda de la manera más exacta posible a la realidad de nuestras aulas. Pero el presente nos pone ante una realidad educativa que no es, ni mucho menos, la que se pretende evaluar con estos temarios y el futuro nos urge a dotar a los y las nuevas docentes de las herramientas básicas que les permitan responder con éxito a los retos de su vida profesional.
Nuevo modelo de acceso
En este contexto, los sindicatos deberíamos estar pensando en un nuevo modelo de acceso, más acorde con una formación inicial radicalmente diferente a la actual y dotado de unos mecanismos para acceder a la práctica docente que tengan que ver con la realidad cotidiana de las aulas y el continuo proceso de innovación educativa no como un elemento perpendicular o paralelo al sistema educativo sino transversal, sustancial, sosteniendo la naturaleza del mismo.
Debemos reflexionar con rigor sobre aquellos elementos del modelo que, entre otros, harían posible un cambio radical del actual sistema educativo.
1.- ¿La formación inicial fundamentada en el academicismo o en la práctica organizada en torno a una propuesta de estudios superiores acorde con la realidad educativa imbricada en una red de centros bien dotados para formar a los/as jóvenes profesores y profesoras?
2.- ¿Debemos seguir promoviendo graduados en las distintas asignaturas que imparten conocimientos o docentes preparados para afrontar el reto de la educación obligatoria desde los seis hasta los 16 años? ¿Cuerpo único?
3.- ¿El actual currículo fragmentado en asignaturas cuyos contenidos se repiten curso a curso, sin bisagras que racionalicen el paso de etapas que, en muchos casos, son un salto al vacío para el alumnado? O ¿Un currículo integrado, pensado para una etapa obligatoria en la que los niños, las niñas y los jóvenes deben haber adquirido con éxito, al final de la escolarización los objetivos educativos que les capaciten y habiliten para ejercer afrontar una ciudadanía participativa y crítica, aparte de poder continuar sus estudios postobligatorios en cualquiera de sus modalidades?
4.- La oposición y sus temarios no pueden suplir una tarea que debe hacer, en buena medida, la Universidad y sus grados. El primer empleador de licenciados (en muchas carreras, el primerísimo) es el sistema educativo público. En número de graduados, nadie contrata a más. ¿No puede el Ministerio de Educación conocer -con su mano derecha- lo que necesita el sistema educativo e incluirlo -con su mano izquierda- en los contenidos de los grados? ¿Es tan difícil? ¿Estamos condenados a vivir en esta esquizofrenia?
5.- ¿Cuál sería la forma más razonable y rigurosa para accede a la profesión docente evitando el lecho de Procusto?
Formación inicial, acceso, formación continua y currículo son elementos inseparables. Ni se entienden ni se explican por sí mismos.
En ocasiones tenemos la sensación de que situamos la confrontación de ideas en un escenario poco propicio para nuestra salud organizativa y para nuestros objetivos sociales y educativos, como podría ser elegir entre tirarnos por un barranco de diez mil metros o de cinco mil.