Terremoto en la Zarzuela

EL TEATRO DE LA ZARZUELA se ha visto convulsionado con el anuncio, lanzado desde el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, de integrarlo en la Fundación que rige el Teatro Real. Artistas, personal y afición han reaccionado en contra con manifiestos y paros que se han extendido a las compañías nacionales.

La decisión fue tomada en las altas esferas sin ningún estudio previo, discusión, ni motivo claro (“Soy ministro que no halla ni un escollo en cuanto ve…”). Todo ello alimenta, como es natural, la inquietud y la desconfianza. Las maneras exhibidas son impropias de un gobierno que pretende presumir de transparencia y democracia. Para empezar, la clave de cualquier proyecto es la financiación. Si se quiere fomentar algo habría que empezar por aumentar la inversión. Nadie habló de acrecentar recursos y pretender avanzar sin combustible sería magia. Al contrario, en algunos foros se teme una inminente pérdida de patrocinios en el Teatro Real. Su crecimiento es una posibilidad remota ante la cual muchos sospechan otras estrategias que ha ensayado el gobierno: recortes, rebajas salariales, privatizaciones… Respetar los actuales derechos del personal – ¡Menos mal! ¡Muy agradecidos! ¡Faltaría más! – no garantiza cuáles gozarán los futuros trabajadores (“¡Pobre chica, la que tiene que servir! Mas valiera que se llegase a morir”). Por ejemplo, mientras que en el Coro del Teatro de la Zarzuela hay unas condiciones de trabajo dignas, en el Coro del Teatro Real, nacido en la Era de las Burbujas, impera la precarización y la externalización, lo cual es compatible con remuneraciones estratosféricas para los amos del teatro. Mal de muchos, lucro de pocos. Los empleos decentes heredados a la fuerza son a extinguir (“A nada que discurran ustedes un poco, ya saben o al menos ya se han figurao, de donde saldrá para ello el parné…”).

Las buenas palabras sobre la preservación de la zarzuela no se han concretado en compromisos ni inversiones. Y tanto el Ministerio como el Teatro Real han sido extraños al género que tan repentinamente despierta su afecto. Los precios de las localidades tampoco tienen nada que ver entre un coliseo y otro: una oferta es elitista a tope y la otra popular (“También la gente del pueblo tiene su corazoncito…”). Con este plan, el Estado da un pasito más en su retirada de las políticas culturales que se fomentaron en la Europa moderna desde mediado el pasado siglo. Aquella fue una época dorada para la prosperidad, el bienestar, la cohesión y el desarrollo. Los mercados asumen vorazmente cualquier industria cultural que sea rentable, pero jamás sostendrán expresiones minoritarias (“Y después de todo va la conclusión: solo queda el caldo para el batallón…”).

El patrocinio se funda en exenciones fiscales, propaganda encubierta y tráfico de influencias disfrazadas de filantropía: promueve las desigualdades económicas que se expanden sin coto (“El día menos pensado pasa una barbaridá. Me paece que ni los rabos quedan de la sociedá…”). Y las fundaciones públicas son engendros tendentes a la opacidad, la politización, la corrupción y el despilfarro. Solo el servicio público puede garantizar una cultura independiente, transparente, democrática, solidaria y universal: con sus controles y procedimientos que tanto molestan a quienes quieren agarrar la guita sin cortapisas. Más allá de óperas o zarzuelas, se abre un debate sobre la esencia de la cultura. ¿Qué es la cultura? ¿Negocio, patrimonio, publicidad, privilegios, distinción, poder, influencia, deporte, alma…? (“Ya ven ustedes, ¡tener un teatro!… ¡un centro de corrupción!”).

La polémica también se cierne sobre la Orquesta Nacional de España (menospreciada por el Ministerio en su aniversario), la Orquesta de RTVE, las compañías y los teatros nacionales (“cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”). El Teatro de la Zarzuela se ha convertido en involuntario protagonista de esta porfía. Solo queda a dos pasos del Congreso de los Diputados. ¿Irá el señor Rajoy a ver alguna próxima función al Teatro de la Zarzuela? ¿Será un sueño o una pesadilla? “¡Válgame San Pedro, cómo está Madriz!” (“Van a la calle Peligros los que oprimen el país, y a la del Sordo va el Gobierno que no quiere oír. Los que la tienen por el mango, buscan la de la Sartén… y los que viven escamados, que son muchos, la del Pez. A la plazuela del Progreso mucha gente ya se va, y el pueblo honrado va a la calle Libertad”).

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Víctor Pliego de Andrés

Catedrático de Historia de la Música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid