Solo a las ocho de la tarde, cada día, nos acordamos de que hay miles de trabajadoras –son sectores feminizados– que tienen un minuto de gloria entre vítores y aplausos.
No es que me moleste en absoluto que se reconozca a profesiones altamente feminizadas y que dedican sus funciones al cuidado de otras personas, todo lo contrario; pero me parece de una soberbia inquietante situar únicamente este tema en la heroicidad, cuando deberíamos salir a las ventanas a exigir las medidas necesarias para todas las personas que están en primera línea de fuego.
He trabajado en la sanidad pública, en la privada, en atención a personas con discapacidad, en salud mental, en atención a mayores en residencias, es decir, conozco de primera mano cuál es la situación en estos centros. Conozco el olvido, la invisibilización, el desapego y la falta de responsabilidad de las administraciones y de las políticas públicas, y también de las empresas que solo buscan rédito económico.
Que quede claro que no estoy en contra de las manifestaciones públicas de apoyo a las y los profesionales, pero me parece curioso que mucha gente que ahora enarbola banderas a favor de los “salvadores” no estaba en las manifestaciones de la marea blanca, y mientras algunas administraciones vendían la sanidad a manos privadas por negocio, no les importó.
Bajo mínimos
Nuestras compañeras y compañeros del ámbito de Menores, Infantil, Atención a la discapacidad o Servicios socioeducativos no disponían de recursos para preservar su salud. De hecho, empezaron a tener algo de material el 3 de abril en algunos centros. En palabras de una de nuestras delegadas, “después de ocho positivos y otros tantos casos sin diagnosticar, ya era hora”. En atención a menores la situación no estaba mucho mejor. La expresión “estamos bajo mínimos” lo cubre todo.
Solo espero que a la vuelta a la rutina y a la cotidianeidad seamos capaces de recordar la importancia que tienen los servicios públicos y por qué nos desgañitamos a diario para devolverles la dignidad, la importancia y la función que desempeñan.
Animaría a la derecha a recordar que, sin servicios públicos –sanidad, educación, atención a la ciudadanía, atención a menores y demás profesiones altamente feminizadas y dedicadas al cuidado– no hubiésemos podido superar esta situación. Me gustaría verlos gritar a favor de más financiación pública en los parlamentos y en las calles.
La soledad
La segunda cuestión que me quema el alma tiene que ver con un sentimiento. Mientras dispones de una casa medianamente acomodada, no hablo de esas con patio o jardín ni las de los instagrammers en hiperactividad, sino de un piso mediano, con habitaciones y un espacio habitable, Internet, nevera y ordenador. Pensado así, confinarse en casa puede ser (como decían muchas personas) una oportunidad de reencuentro con la familia, con los menores de la casa, con otras actividades que nunca haces. Siempre que tengas familia, Internet, un ordenador o puedas llenar la nevera. Sobre todo, pensaba con angustia en algo en lo que se repara poco: la soledad, en general, y sobre todo entendida como un espacio de carencia involuntaria.
Y es que, en este confinamiento, me ha dado por pensar cómo influye la soledad involuntaria cuando te obligan a confinarte en una casa que no cumple ninguno de los requisitos anteriores, o bien eres una mujer mayor que no maneja los aparatos tecnológicos ni tienes animales de compañía. A lo más que pueden llegar es a escuchar la televisión, esa que no ha parado, a modo de tortura, de hablar del Covid-19 durante días. O pensaba en la soledad de quienes tienen situaciones más que complejas en el hogar: menores en situación de abusos, violencias machistas, menores trans cuya identidad no pueden exteriorizar porque quienes dicen ser sus familias no lo soportan. ¡Qué doloroso es sentir soledad en esas situaciones y qué poco hemos reparado en ello!
Recordaba mi paso por las residencias de mayores, en las que vivíamos con la soledad cotidianamente. De quienes estaban allí involuntariamente y de quienes consentían estar allí precisamente para no sentirse tan solas. Mientras, las trabajadoras hacíamos encaje de bolillos para atender adecuadamente a más de 80 mayores en diferentes situaciones físicas, psíquicas o emocionales en una noche en la que las horas se volvían minutos. Poco importaba y poco ha importado hasta el 15 de marzo lo que pasaba en esas residencias y a quienes teníamos allí: poca plantilla, un salario de risa, poco personal facultativo, casi ningún geriatra y escasos servicios en general.
En la pública la cosa era diferente hasta que llegaron los recortes, entonces cambió drásticamente y el personal tuvo que seguir haciendo las mismas cosas en peores condiciones. Unas veces porque ya estaban las mujeres para tapar el agujero, pero otras porque no era un ámbito que interesase en absoluto, porque no se le podía sacar rendimiento económico ni social.
Ni héroes ni heroínas
Hablemos del profesorado. Doy fe del esfuerzo que hacen cada día para hacer la tarea más llevadera al alumnado, a ese mismo que no siempre ha dispuesto de los medios, dejando de atender muchas veces sus propias necesidades en aquellos casos en los que la soledad les ha afectado hasta el punto de no poder rendir en la tarea. O el estudiantado LGTBIQ+, el que sufre maltrato o tiene que convivir con un familia o dos en espacios pequeños… No he escuchado ni una sola palabra de agradecimiento de las autoridades y administraciones al personal docente que ha sido capaz de adaptarse ágilmente a las condiciones de una vivencia sin precedentes.
Después de todo, no queremos héroes ni heroínas. Lo que realmente deberíamos exigir son condiciones laborales dignas, recursos suficientes para hacer el trabajo y, sobre todo, respeto a quienes nos dedicamos a la atención de otras personas.
Últimos comentarios
Miguel Ballester Casado
La Delegada Territorial de Educación en Málaga, Mercedes García Paine, nos ha dirigido una carta de agradecimiento detallada y elogiosa a todo el personal docente. En todo lo demás, completamente de acuerdo con todas tus razones cargadas de razón, compañera Belén.