VIOLETA ASSIEGO CRUZ es abogada, e investigadora especialista en DDHH, discriminación, violencias y vulnerabilidad social. Colabora en diferentes proyectos de análisis, investigación, formación y comunicación de temas relacionados con discriminación, género, violencias, diversidad sexual exclusión social y desigualdad. Columnista habitual en eldiario.es y autora o coautora de diferentes publicaciones, las más recientes: la “Guía Sinhogarismo y Diversidad. Los 7 ejes fantásticos de una intervención interseccional” y “Llegar a tiempo. Niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo en España”, ambos de 2020.
En el contexto en el que estamos, hablemos de brecha social y de desigualdad.
La brecha social se ha puesto de relieve de una manera dramática con la pandemia. Ahora los términos más trágicos cobran sentido. Pero no podemos pasar por alto que, pocas semanas antes de que se decretara el estado alarma (marzo de 2020), el relator de Naciones Unidas hizo un informe demoledor sobre la pobreza en España, que resulta visionario porque señala cada uno de los puntos y elementos en los que estamos fallando. Fue muy polémico porque venía a decir que la desigualdad en España es una decisión política. Es decir, independientemente del color de los gobiernos, había una decisión política puesto que no se estaban emprendiendo las acciones ni las medidas para erradicar la pobreza. Señaló algunos elementos que a lo largo de la pandemia hemos confirmado y comprobado, que no solo estaban ahí para las personas en situación de pobreza, sino para todos y todas. Es decir, estamos hablando de un problema estructural, y lo hemos visto con el tema del ingreso mínimo vital o con los ERTE, como también con todo lo que tiene que ver con la violencia burocrática.
¿Violencia burocrática?
Cuando tienes que acceder a alguno de los derechos económicos o sociales encuentras la violencia burocrática, desde la falta de medios y de recursos humanos para hacer frente a la demanda o la cantidad de requisitos que se pone a las familias, como el hecho de que muchos de estos documentos se tengan que presentar por medios digitales a los que no tienen acceso una gran parte de la población. O el hecho de que mucha de la información la cuentan en un lenguaje poco comprensible de una manera que la gente no entiende y, por tanto, no puede presentar algo que no comprende y que le abruma. Luego, junto el tema del idioma, ya que hay mucha población de origen extranjero que no puede acceder, muchos trámites se realizan vía internet y esta no es una opción accesible a todo el mundo. Además, el volumen de documentación a acompañar, las tasas, los horarios para las citas, las listas de espera… Es decir, toda esa violencia burocrática que el relator de Naciones Unidas puso en evidencia como uno de los grandes problemas en España para el acceso de las ayudas económicas y sociales, en la pandemia ha colisionado, porque, por ejemplo, en los centros de servicios sociales o las oficinas de la seguridad social solo podían atender a través del teléfono o internet, no daban de sí, no se han habilitado puestos de trabajo ni los cauces necesarios…
“La respuesta de algunas administraciones es potenciar la colaboración público-privada, que es la solución más neoliberal que existe”
¿Repercute esto en algo tan fundamental como los derechos humanos?
La pandemia ha ofrecido a los gobiernos y a las administraciones la oportunidad de afrontar y resolver todo eso que venían arrastrando. Es decir, tomar la decisión política de apostar por la gente. Lo que ocurre es que tienes un sistema burocrático, de administraciones, de gestión y de prestaciones que no funciona. Es como si tú quieres poner en marcha un coche que no tiene motor. Y luego encuentras que muchas de estas ayudas tienen tal nivel de condicionamiento que la población más vulnerable no puede acceder, con lo cual se agudiza el problema que ya existía.
Hemos visto que la respuesta de algunas administraciones, como por ejemplo el prototipo neoliberal de Ayuso, es potenciar la colaboración público-privada, que es la más solución neoliberal que existe; es decir, cojo dinero público y se lo doy a una entidad privada para que lo gestione, cuando en realidad la única forma de atender a las situaciones de pobreza es que las transferencias económicas lleguen directamente a las personas y se invierta en políticas públicas. No hacen falta intermediarios, más cuando estos se quedan con un porcentaje del dinero público absolutamente obsceno en comparación con las necesidades existentes y se debilita el sistema público.
La respuesta que se está dando a los problemas sociales es una en la que se vio una oportunidad de negocio. Y esto pasa con la sanidad, con la educación y ahora está pasando con la pandemia. Es decir, el mismo modelo neoliberal de privatizar la gestión de los problemas sociales ha encontrado un nicho de mercado con la pandemia. Y, claro, esto es gravísimo porque vamos en la dirección opuesta a la de la lógica de los derechos humanos y los pilares del Estado de bienestar.
Las redes vecinales o la respuesta comunitaria han sido vitales en pandemia y en la última nevada. Pero ¿se puede producir una “ausencia” de las administraciones ante ciertos problemas que se están resolviendo por la vía solidaria?
Hay dos elementos clave que están sosteniendo la situación de crisis en la que estamos. Una, las redes vecinales en cuanto a todo lo que es el apoyo de emergencia, de comida, de canalización de ayudas y de apoyo mutuo. Y luego el tema de los ERTE, una medida muy acertada que está permitiendo que esto no se caiga del todo.
Pero la ayuda de las redes vecinales es asistencial y comunitaria, no puede sustituir a las políticas públicas ni a los servicios públicos. En cambio, nos estamos encontrando, y nuevamente puedo hablar de la realidad de Madrid, con que los servicios públicos se están sirviendo de las redes vecinales para apuntarse los logros sin aportar ningún tipo de apoyo logístico.
Me ha parecido que mucha de la información que se ha ofrecido por parte de los sindicatos en los momentos más graves de la crisis es algo que hay que rescatar. Las asociaciones vecinales, los movimientos sociales y los sindicatos son fundamentales, porque están anclados en la estructura de la sociedad y pueden ir más allá al estar en contacto con problemas reales y cotidianos.
¿Qué pasa con el tercer sector?
No tengo claro cuál es el papel que quieren jugar en la crisis. Parecen desconectados, en mi opinión, de las realidades de base; es decir, y lo digo con pudor porque su papel es importante. Tengo la impresión de que demasiadas organizaciones del tercer sector, quitando algunas como Cáritas que juega un papel clave de asistencia, no están siendo capaces de bajar a los barrios, se quedan en esta parte de la incidencia política, informes, de proponer medidas, pero no terminan de lograr que sus respuestas puedan, de alguna manera, complementar, retroalimentar o sostener a las propias redes o asociacionismo vecinal, por ejemplo. No se han dado sinergias. Es como si estuviesen más en la parcela de la política que en los lugares donde la gente vive.
“El problema de niñas y niños respecto al mundo tecnológico o a las redes sociales tiene más que ver con el uso que hacemos los adultos que con las redes en sí”
¿Cuáles pueden ser los factores y riesgos que intervienen en todo esto?
Las administraciones públicas están desbordadas y dando respuestas gracias a aquellas asociaciones que, muchas de ellas subcontratadas, son las que se están movilizando y están permitiendo que tengan contacto con muchas familias. Así estamos ante una situación en la que existe el riesgo de que al final el asistencialismo cobre mucho peso en la respuesta a problemáticas que son vulneraciones de derechos. Y luego está el riesgo de aislamiento.
No idealicemos la idea de solidaridad que se ha dado en la pandemia. Esa visión nos puede jugar una muy mala pasada, porque no es real que vaya a cambiar nuestra forma de ser y que se vaya a dar un cambio de paradigma y una revolución de la noche a la mañana con la que consigamos revertir un problema estructural, que además sigue lucrando a los de siempre, a quienes ya han encontrado en la vulnerabilidad un nicho de oportunidad y enriquecimiento. El distanciamiento social y el quedarnos en casa también está siendo un problema al alejarnos de lo que le está pasando a la gente. Nos enteramos a través de lo que se ve en las pantallas, en la televisión, en Instagram, Facebook, Twitter, en las plataformas de series… Cada cual está en su mundo, en-sí-mismado, encapsulado sin enterarse de lo que le pasa a la gente que vive en su barrio, a sus vecinas y vecinos.
El relator de Naciones Unidas decía que había dos Españas: la que veían los turistas y la real. Bueno, yo creo, que tras la pandemia, hay muchas: la que nos cuentan por la televisión, depende del canal; la que ven los políticos, la que ven las redes vecinales, la que ven las ONG y la España que es la que ven las personas que están saliendo a trabajar a las 6 de la mañana, se montan en un metro abarrotado de gente, que van a su puesto de trabajo precario y cumple, nieve, llueva o haya pandemia, la que cada día se levanta y tiene que hacer malabares con su vida, su estado de ánimo, sus hijos y llegar a final de mes… y esa otra España es muy numerosa.
Se está produciendo toda esa fragmentación que a mí me inquieta porque no veo que haya vasos comunicantes entre las redes, entidades, organizaciones, asociaciones y sindicatos que pueden dar una respuesta que cambie la estructura. Y creo que las personas que podríamos hacer esa función, porque conocemos o participamos en diferentes ámbitos, estamos fatigadas emocionalmente y con mucha carga y mucho lastre, y miramos con escepticismo a algunas dinámicas de trabajo y modos de relacionarse con la administración que no terminamos de creernos que puedan producir ese cambio que se necesita.
Ese cansancio y esa apatía, ¿está allanando el camino hacia posiciones políticas de extrema derecha?
Hemos entrado en un bucle y encapsulamiento que allana el camino a los movimientos de extrema derecha, porque somos muy predecibles. Creo que el reto que tenemos, y esto es lo complicado, es de autocuidado, en cuanto a tratar de ver qué hacemos con ese desgaste y ese escepticismo para que no se convierta en la hostilidad y crispación que tan bien viene la extrema derecha. Es decir, tratar de entrar a los temas desde prismas diferentes, más difíciles de ideologizar por parte de extremistas, fundamentalistas y populistas. Y luego ver cuáles son las alianzas que debemos tejer en los diferentes espacios por responsabilidad con el bien común, más allá de afinidades. Es muy importante incorporar voces que lleguen a la gente. Porque si esta abraza las corrientes de extrema derecha, es porque está buscando una identidad, una afectividad, lo que nos muestra la fragilidad emocional, personal y social que están experimentando. Ante esto, el tercer sector, el asociacionismo, los movimientos sociales y los sindicatos tiene un papel muy importante en cuanto al trabajo diario y cotidiano. No se puede depositar todo el peso a las redes vecinales.
Ahora, si se polariza la situación, nosotros somos parte de ello también. Y tenemos que hacer autocrítica. En las redes sociales caemos en la crispación, en el enfado, en la acusación… Desde el momento en que generalizas y viertes tanto odio contra grupos sociales, categorías o identidades, estás facilitando el camino a la extrema derecha, porque estás convirtiendo en un grupo diana de odio a todo el mundo. Estamos en ese filo en el que tenemos que ser sumamente cuidadosos porque están deseando que este terreno de crispación y de hostilidad se produzca, porque es ahí donde ganan la batalla. En la retórica del odio no tienen parangón.
¿Qué secuelas puede tener la pandemia en menores y adolescentes, cuando no se están trabajando las emociones y se están produciendo continuamente expresiones de violencia que no están siendo atendidas, sobre todo en los entornos digitales?
Ya se está diciendo que hay secuelas emocionales y psicológicas que va a dejar la pandemia, lo que se llama estrés debilitante y que está sufriendo muchísima gente y, lógicamente, en los chavales y en las chavalas también, si bien su capacidad de resiliencia es posiblemente mayor a la que pensamos.
El problema de niñas y niños respecto a todo el mundo tecnológico o a las redes sociales, tiene más que ver con el uso que hacemos los adultos de ellas que con las redes en sí. Están viendo que somos nosotras y nosotros quienes volcamos esa hostilidad, quienes las utilizamos para hacer sexting… Es decir, están reproduciendo patrones de comportamiento que no han creado ellos ni tampoco nacen de las redes sociales, sino que están en el entorno de los adultos. Pero señalamos a las redes sociales y a los chavales y las chavalas como responsables de comportamientos agresivos, de violencia sexual, de acoso, de intercambio de fotos… porque es lo fácil para no asumir nuestra responsabilidad.
“Es imprescindible la incorporación de materia de derechos humanos en todo lo que tiene que ver con la educación y que veamos la cultura como parte de la educación”
Es una responsabilidad compartida, pero ¿qué pasa con el sistema, con la estructura social y política?
España es el país que menos invierte en políticas de familia de toda la Unión Europea; es decir, la idea de crianza en familia es “tú te las apañas”. No hay una crianza corresponsable con la sociedad. Tú te apañas si tienes padres que te pueden ayudar en la crianza; si eres una madre soltera, pues haberte casado o no haber tomado esta decisión o algo habrás hecho para que tu pareja se rompa; si ganas poco, pues haber estudiado más; si rechazas un trabajo o lo pierdes, pues es que tenías que haber aguantado más a tu jefe… Es decir, si necesitas dinero para criar, apáñatelas.
Y sumando un mercado de trabajo precarizado y unas políticas de familia tan raquíticas, encontramos a niños, niñas y adolescentes que están creciendo con referencias adultas desbordados o sobrepasados por el día a día, con lo cual las redes sociales se terminan convirtiendo en su tabla de salvación, porque ahí pueden encontrar un montón de tutoriales que les facilitan información y con los que jugar, y también encuentran otro tipo de información. Además, hay que ver la responsabilidad de las plataformas sociales tienen en esto. El contexto en el que estamos lo realmente peligroso son los intereses que los adultos canalizan en las redes sociales, porque estas, en sí, también tienen muchas virtudes y puedes encontrar en ellas muchos elementos de crecimiento, de estimulación, de conocimiento y de aprendizaje.
¿Qué se puede hacer desde la educación, tanto desde la parte normativa como desde la práctica en las aulas, para dar respuesta a la brecha social y a las violencias de las que hablábamos?
Es imprescindible la incorporación de materia de derechos humanos en todo lo que tiene que ver con la educación y que veamos la cultura como parte de la educación. Tenemos que empezar a reivindicar esos ámbitos de enseñanza no formal y en los que la cultura educa e inspira a crear.
Tengo la sensación de que en muchas ocasiones damos con la llave, pero la queremos meter en la cerradura equivocada, la de los niños, de las niñas y de los adolescentes, creyendo que así se va a educar a toda la sociedad. Pero debemos meter la llave en la comunidad educativa, en los equipos directivos y docentes. Estamos hablando de gestión de la diversidad y de que se respete dentro de las aulas, pero conozco muy pocos equipos docentes donde haya personas trans dando clase, o donde las personas LGBTIQ+ en general puedan hacerlo sin arriesgarse a represalias. Pasa lo mismo con el profesorado racializado o con personas a las que les atraviesan otras opresiones, con otras interseccionalidades, tanto en las actividades curriculares como en las extraescolares.
Empezaría incorporando la asignatura en Derechos Humanos con toda su profundidad. Desde esta lógica hay que respetar a la diversidad, la expresión de género, la orientación sexual, y no tiene ninguna cabida el racismo ni la violencia machista. Y si los derechos sexuales y los derechos reproductivos son derechos humanos, ya estamos incorporando la sexualidad. Dicha lógica tendría que estar incluida en el origen de toda la formación. Es decir, de donde salen docentes y las personas que tienen que gestionar la educación.
¿Cómo se puede luchar contra la fragmentación social, contra la polarización que incluso se está produciendo dentro de algunos movimientos sociales en la lucha por la igualdad de derechos? ¿Cómo superamos este bache?
Siempre digo que yo no estoy ni contigo ni contra ti, estoy con los derechos humanos. Y desde esa lógica hay muchas respuestas a los debates que se están planteando cuando se agrede a la dignidad de las personas, que es el artículo 1 de la Declaración de los Derechos Humanos. Y hay un trato muy indigno en la referencia que se hace a las mujeres y a los hombres trans y a las personas no binarias que lideran las feministas trans excluyentes, que están queriendo convertir en batalla algo que son derechos.
Cuando esto ocurre, debemos tener claro que estamos muy cerca de conquistar esos derechos. Es decir, alguien no pelea por algo que no está a punto de perder. Lo tenemos claro en cómo se han venido conquistando los derechos políticos y civiles a lo largo de la historia. Ojalá que no tengamos que llegar a una situación de mayor violencia a la que ya están sufriendo a nivel de retórica y físico las personas trans.
Pero estamos muy cerca de conseguir esa dignidad para las personas trans, en la que lo único que están pidiendo es no ser sometidas a criterios patológicos o clínicos para ser reconocidas legalmente, es decir, no tener que ser tratadas como bichos raros, como personas con trastornos para poder tener un reconocimiento legal. Están reivindicando derechos civiles y políticos. Yo creo que hay que seguir porque se está muy cerca de conseguirlo y de hecho se está viendo mucho protagonismo ahora mismo de figuras trans que antes no tenían.
“Creo que vivimos una crisis de confianza completamente intencionada, o sea, que hay una intención en que desconfiemos de nosotras y de nosotros mismos, de nuestro trabajo y legado”
Estamos viendo los efectos de “a mayor visibilidad, mayor rechazo”. ¿Pero está calando en la sociedad?
Es verdad que el efecto en la opinión pública que están teniendo los discursos de odio, los discursos tránsfobos, es preocupante en cuanto a que calan con los clichés y los estereotipos. Es curioso cómo se han alineado con la extrema derecha y de hecho están encontrando los aplausos allí. Yo creo que eso nos dice mucho respecto a que la retórica que utilizan tiene una raíz antiderechos. Pero no olvidemos que está todo el marco y todo el entramado legal: España ha ratificado convenciones de derechos humanos. Y el paso que tiene que dar con la ley trans es que habrá que perfilar y modificar aquellos aspectos que puedan generar algún tipo de inseguridad jurídica porque no estén bien formulados, pero el derecho a la autodeterminación de género debe quedar reconocido.
Además, si se instaura el parámetro de no aprobación de una ley por la sospecha de fraude, tendríamos que trasladarlo a todos los derechos: al optar a la renta mínima, al poner una denuncia… ¿Al final qué hacemos? ¿Desconfiamos de toda la gente? ¿Por qué desconfiamos más de uno que de otros? Ahí está el prejuicio tránsfobo. Creo que hay que seguir adelante e intentar evitar la confrontación. Hay que hacer un ejercicio de inyectarse la lógica de los derechos humanos hasta tal punto de dejar solas a las personas que están esparciendo odio y no entrar en la crispación.
¿Qué pasa con las nuevas generaciones?
La diversidad sexual está mucho más incorporada y arraigada, a diferencia de lo que eran generaciones anteriores o de lo que pasaba hace diez años. Si realmente nos creemos la premisa de que lo personal es político, nos toca ahora mismo sostener el pulso que nos están echando para ganarlo y confiar en que va a haber mucha gente, muchos chavales que van a emprender una conquista con muchísima más legitimidad de sus entornos de amigos y de amigas de lo que nos podemos imaginar. Nos toca a nosotros compartir esta batalla y dejarnos sorprender.
De hecho, parte del empuje del feminismo actual tiene que ver con las chicas más jóvenes. Quienes hacía multitudinarias esas manifestaciones eran la gente más joven con sus parejas y sus amistades y hasta sus familias. Entonces, el reto que tenemos por delante quienes estamos en esta historia, con todas las contradicciones que eso nos genera también, es compartir, porque ellos y ellas también son titulares de los derechos por los que estamos ahora mismo luchando.
¿Cómo transmitir la certeza de que aquí hay muchas personas que estamos trabajando con una idea común?
Creo que vivimos una crisis de confianza completamente intencionada, o sea, que hay una intención en que desconfiemos de nosotras y de nosotros mismos, incluso de nuestro propio trabajo y legado. Con lo cual el camino está en confiar en todo lo conseguido y en todo lo que se está luchando en tantos lugares. Toca rescatar la confianza en todo lo que se está trabajando desde tantísimos rincones y por los que tanta gente está jugándose muchas cosas, desde la vida hasta sus propias relaciones personales y su propia salud. Y nos toca confiar en quienes tienen que continuar esta batalla y esta lucha. Para nosotras y nosotros ha sido fundamental todo lo que avanzaron nuestras referentes. Y, así, cuando hablamos de las referencias, hablamos de gente inspiradora, pues debemos confiar en que mucho de lo que estamos haciendo puede llegar a ser inspiración y, por tanto, no entrar en la conspiración. Hay que huir de la conspiración para seguir, seguir y seguir. Creo que es un ejercicio de resistencia y de resiliencia.
Últimos comentarios
victor
Es una vergüenza todo el artículo.