En ese momento, inicié un proyecto fotográfico que se transformó en un taller contra la violencia de género. Posteriormente, cuando llegué a El Salvador en 2007, tomó forma de monólogo en función de mi trabajo y contacto con el teatro.
Esto me permitió tomar conciencia del maltrato que sufrí de los 12 hasta los 18 años, y apareció la rabia. Mi psicóloga me recomendó que validase esa rabia no para canalizarla contra mí misma u otra persona, sino para encontrar un vehículo que le permitiera salir. En la terapia yo misma le comentaba lo bien que me hubiese venido en el instituto tener más conocimiento y conciencia, y entonces me propuso contarlo en primera persona. De ahí nació esta necesidad de poner palabra y concienciar sobre lo que conllevan las violencias.
El proyecto consiste en contar mi historia con mi novio, no solo centrada en los propios hechos, sino en todo lo que rodea cultural y educacionalmente a la violencia patriarcal y el amor romántico dentro de un sistema nocivo y tóxico.
Comencé en un centro educativo a petición de una profesora que me pidió que lo hiciese para su alumnado, y fue una experiencia estupenda para mí y para el grupo que estaba acompañándome.
He perdido la cuenta ya de a cuantos centros educativos he asistido desde entonces. Ya en 2013 llevaba más de 4.000, lo que sumado a mi participación en asociaciones y teatros, puede ser unas 8.000 representaciones en total.
La mayoría de jóvenes y adolescentes suelen acabar incluso llorando, sobre todo las chicas. Es habitual que me digan que han vivido muchas situaciones similares, las reconocen enseguida; y, en el caso de los chicos, existe aún mucha incomodidad, porque el monólogo les interpela directamente. En algunos han llegado a decirme: «Me he sentido como Antonio y quiero cambiar”. Hoy, más que nunca, necesitamos este tipo de actividades. El profesorado a veces se siente desbordado, y en soledad no puede combatir esta cuestión. Tendría que ser una actividad cultural común con muchos profesionales para apoyar el desmantelamiento de las violencias en los centros educativos, porque es algo que ha de ser trabajado colectivamente.
Desde la aceptación y la incomodidad que recibo en un aula, es una actividad claramente beneficiosa en el trabajo con las y los adolescentes, necesaria e incluso urgente en un momento en el que la ultraderecha está campando a sus anchas. Pero creo firmemente que se debe empezar desde Infantil. No hay que esperar a la adolescencia, porque en esa etapa se abordan otros temas y se aprenden cosas diferentes.
Para mí, la clave fundamental es la interiorización y el convencimiento de tener que trabajar la lucha contra las violencias en los centros educativos, con todo el equipo docente y de la mano con las administraciones. De lo contrario, el trabajo será estéril y poco efectivo, porque el ejemplo de las personas adultas provocará un efecto de continuidad, actitudes inconscientes, comentarios sexistas y demás cosas que pasan en los centros. Es decir, las relaciones de buen trato van a ser posibles cuando se reconozca la violencia. Una vez conseguido esto, podemos mejorarlo y hacer que se convierta en buen trato.
En todos estos años, con mi compañera Celia Garrido, me ha resultado muy duro presenciar la necesidad del alumnado de ser escuchado y de expresarse. ¿Qué reto tenemos? Acompañarles con las violencias que están ocurriendo, no solo la machista, sino todas a las que se exponen: la incertidumbre, la polarización de ideas… No debería ser un taller puntual, sino algo más transversal. En todo lo que se enseñe debería estar presente, cuidando siempre el aprendizaje simbólico.
Soy una apasionada del teatro y lo veo como una herramienta única y alcanzable para todo el mundo, porque se puede trabajar con el cuerpo. La teoría está fenomenal, pero si no pasa por el cuerpo, no se consigue nada. Encima, que se ponga en juego el cuerpo es un reto con todo lo que está pasando.
En un mundo en el que vivimos, donde el presente parece no existir, donde todo es ayer o mañana gracias al ritmo antihumano y capitalista, el teatro es la única disciplina de aquí y ahora; si no hay un grupo que enseñe unas herramientas, no se produce el intercambio.
Este es el mejor camino, el encuentro presente que necesitamos para acabar con las violencias, para sanar las heridas que nos hacen violentar a otras y otros. Por supuesto que hablo del teatro con perspectiva feminista, que tiene ya integrada una mirada del mundo para romper estereotipos, roles, mandatos y corsés… yo creo que es lo que va a salvar a la humanidad.
Creo en un teatro transformador y político, porque político es transformar el mundo. Por eso, animo a todo el mundo a que desarrolle esta actividad en su centro.