CUANDO ENTRÉ EN LA FACULTAD DE BELLAS ARTES, ante mí se abrió un mundo fantástico de largos pasillos y grandes talleres en los que dar rienda suelta a la creatividad. Las personas que dirigían nuestra formación nos aconsejaban que para progresar había que fijarse en los maestros, así que devorábamos las enciclopedias, los monográficos y las revistas especializadas buscando el buen hacer de nuestros antecesores.