HE IDO CRECIENDO DE FORMA CALLADA, hasta que el confinamiento vino a descubrirme.
Soy la desigualdad tanto en el acceso como en el conocimiento y utilización de las nuevas tecnologías. Existo por múltiples causas: edad, ubicación territorial, género, nivel de ingresos, etnia, etc. En algunos casos voy de la mano del analfabetismo digital, que es más frecuente en personas mayores de 65 años, pero se da en todas las edades, y se caracteriza por la escasa habilidad para manejar las herramientas tecnológicas.
A veces, simplemente falta la infraestructura necesaria para el uso de las tecnologías de la información y comunicación (TIC), no son accesibles sus servicios o falta formación para utilizarlas. Es frecuente pensar que quienes han nacido ya en el siglo XXI tienen habilidades “innatas” para emplearlas con eficacia, pero nada más lejos de la realidad. Si no hay posibilidad de acceso, habilidades y conocimiento, por mucho que se haya nacido en la “era digital”, serán incapaces de utilizarlas adecuadamente.
Una de mis facetas favoritas es la brecha digital de género, ahí me cebo. No solo menos mujeres son usuarias de las TIC, sino que me uno a las diferencias estructurales que sufren las mujeres en una mayoría inaceptable.
También estoy muy presente en las diferencias geográficas. La infraestructura disponible no es la misma en todos los países, ni siquiera dentro del mismo territorio, con frecuencia ni siquiera en la misma zona. A veces incluso no hay bibliotecas o cibercafés o parques con acceso gratuito a Internet y, por supuesto, no todos los hogares pueden pagarlo. Soy una firme aliada de la pobreza.
La falta de conexión a Internet o la facilidad de acceso tienen consecuencias graves desde el punto de vista de la exclusión social, bien en relación con la situación geográfica (zonas rurales y suburbanas con más fallos y falta de inversión), género (hay países donde las mujeres no tienen la más mínima posibilidad), brecha generacional (grupos de edades avanzadas) o con personas en situación de pobreza. Y así, voy creciendo cada vez más.
Si hay un sector clave en las TIC, ese es el de la educación. Durante el curso pasado fui la estrella. Para empezar por la falta de acceso a dispositivos e Internet en unos meses de confinamiento en los que fue fundamental tenerlos y contar con formación para usarlos. Además, porque profesorado, alumnado, centros y familias partían de situaciones muy dispares, teniendo que adaptarse a una realidad inédita en unas condiciones inadecuadas y en muy poco tiempo.
Muchas veces se habla de la “asignatura pendiente” de las TIC, pero, aunque hay avances significativos, todavía falta la voluntad política de “aprobar esta asignatura”. Es necesaria una fuerte inversión para que el acceso sea realmente universal, empezando por ser asequible y conseguir una buena formación para que, en un futuro ¿próximo?, las competencias digitales sean una realidad generalizada. Mientras tanto, seguiré gozando de buena salud.