El auge de la insensatez, la grosería, el negacionismo, los vándalos y las banderas que ondean sobre lanzas lo confirman. La violencia verbal precede y acompaña a la violencia física contra los demás, contra la tierra y contra los cielos.
En estos días aciagos también he recordado, como otros lectores, La doctrina del shock, que publicó Naomi Klein en 2007. Conforme a esta doctrina, los desastres fuerzan cambios nefastos que, en otras circunstancias, serían inaceptables para la ciudadanía. La tensión, el miedo y la posterior irritación allanan el deslizamiento hacía la manipulación de un pensamiento perezoso y menguante. Pensar requiere esfuerzo y voluntad; pensar consume energía: concretamente, 15 vatios, el 20% del oxígeno que respiramos y el 50% de la glucosa que quemamos.
La barbarie se ve legitimada desde hace años por la telebasura cordial, que ha contagiado progresivamente otros contenidos y canales. Los ultrajes, las infamias y los oprobios forman parte de una feria tan lucrativa como irresistible, creadora de titulares llamativos y de infinitos clics. La algarabía saltó de las pantallas a las mensajerías, redes y microblogs. Rebotando desde los móviles, el ruido ha colonizado las mentes. Razonar más allá del chispazo se ha convertido en una odisea, en una empresa contracorriente.
Siguiendo la corriente, o corriendo por delante, algunos políticos, que a veces se preocupan por la indumentaria, han abandonado unas maneras que eran más fingidas que sinceras y se han unido al festival imperante. Todo ello me hace añorar los viejos principios de urbanidad y buenas costumbres que Amor Towles evoca en sus novelas. La concordia social se asienta en las formas; la retirada de las formas es un aviso de temporal. ¿Habrá sido la telebasura la chispa que ha originado este incendio? ¿O solo fue anuncio del derrumbe?
La pintura de Georges de La Tour conocida como Magdalena penitente (1625) retrata a la pecadora reflexionando con una calavera entre las manos, recuerdo del Gólgota, despojada de su collar de perlas, de sus vanidades. Vuelve la mirada hacia un espejo que refleja una vela encendida con tanta fidelidad que se confunde con ella. Su actitud inspira sosiego, silencio y reflexión como vía hacia la luz para distinguir los sustancial de lo aparente, el rábano de las hojas. O sea, cuestión de formas.