Es imposible tener una emoción y que esto no conlleve automáticamente un pensamiento o pensamientos, igualmente es bastante complicado tener un pensamiento o un conocimiento sin que lleve aparejado una sensación o una emoción, con una trascendencia enorme sobre el crecimiento personal, la ilusión o no, el aprendizaje y el desarrollo cognitivo concreto.
La experiencia con el desarrollo de los aparatos tecnológicos está tan arraigada en nosotros que casi forma parte de nuestro esquema corporal, como un elemento más de nuestro cuerpo. El móvil es la prolongación de nuestra mano, la pantalla del ordenador la de la vista y las percepciones sensoriales que ello conlleva, el aislamiento afectivo empieza a ser un salto hacia un lugar inconcreto e imposible de traducir.
Lo común, lo “nuestro” de “todas las personas”, está difuminándose por momentos en un contexto en el que lo más parecido al acercamiento es una pantalla táctil, donde la educación presencial lucha por constituir la mayor garantía de futuro para el proceso de aprendizaje. Hoy la educación es rehén de un virus que ha venido a mutarlo todo, incluso nuestras relaciones y la manera en que concebimos el mundo.
La lucha ha comenzado más descarnada que nunca entre el racionalismo y la emoción. Tradicionalmente hemos luchado con uñas y dientes para darle un mayor valor a todo lo racional y esto conlleva una visión del mundo muy alejada de la realidad. Ahora tenemos más conciencia de la importancia de tocar-nos, besar-nos, disfrutar-nos en la interacción con las demás personas y el drama que puede suponer la soledad no deseada.
Cómo vamos a afrontar la búsqueda del equilibrio necesario, va a ser el futuro de un proceso que no volverá a ser lo que era antes de la Covid-19.
Consecuencias sensoriales
Según el último Informe PISA, las y los adolescentes que leen en papel mejoran su comprensión frente a quienes lo hacen en pantalla digital1. Seguramente coincidiremos con esta conclusión. No sabríamos muy bien explicar por qué puede ser así, pero imaginamos que la mayoría pensará que tiene razón.
Nos atrevemos a afirmar, basándonos en nuestra intuición y recorrido vital, que la experiencia de tener un libro (revista o documento) entre las manos, contribuye a esa mejora de la comprensión lectora, a incentivar el intelecto, a promover la capacidad de análisis y síntesis. Lo mismo pasa con la escritura analógica, claro.
Pasar las yemas de nuestros dedos sobre las hojas, notar las distintas texturas del papel, la tinta, oler como solo un libro nuevo huele… estas y otras experiencias sensoriales que sentimos al tomar un libro y leerlo, contribuyen a asentar el conocimiento a través de los pequeños placeres, casi imperceptibles, que nos generan nuestros sentidos.
Cuando analizamos cómo la pandemia ha podido afectar al proceso de aprendizaje y crecimiento intelectual de personas menores, la mayoría de los estudios se centrarán en conocer si se han visto mermadas o favorecidas sus capacidades intelectuales, de conocimiento teórico y comprensión del entorno. Y condicionarán los aspectos positivos y negativos a los recursos, medios y condiciones con los que se ha contado para acompañar sus horas de clase y actividades escolares durante el confinamiento en casa y en los meses de restricciones y normas en las aulas.
Desde pequeños hasta adolescentes, les estamos sometiendo a una privación sensorial de experimentación e interacción con su entorno social y natural. Prohibido tocar, abrazar y besar, compartir, sentidos mermados por el uso de la mascarilla… menores burbuja, encerrados en su interior, sin interacción física con las demás personas o, si la hay, con represión de lo hecho y consecuente asociación negativa.
En unos pocos años sabremos si la juventud Covid será muy individualista, no se unirán en colectivos, agrupaciones, organizaciones de carácter social, reivindicativo, militante, ni nada parecido. Quizás nos sorprenderá que, ante injusticias, opresiones y cuestiones discriminatorias o arbitrarias, no se unan para luchar de forma cooperativa, sino que lo harán a su manera, en su momento, con su estilo propio y con sus propios medios… Lo colectivo, lo compartido, podría quedar asociado a insolidario, irrespetuoso o inapropiado. Los equipos humanos lo serán a través de una pantalla digital y todo lo común será virtual.
Urge devolver a toda esta generación la posibilidad de la experimentación sensorial, empírica, cuanto antes, para que aprendizajes como la empatía, la solidaridad, el bien común, el esfuerzo y la lucha colectiva tomen forma y valor en sus vidas. Los afectos, y con ellos el reconocimiento y respeto mutuo entre semejantes, también se aprenden.
Racional y emocional
Mucho nos tememos que la pregunta no será cuánto han aprendido o dejado de aprender en este período pandémico. Tampoco lo será cuántos tenían los medios, recursos y condiciones para aprender o no desde casa. La cuestión fundamental será cuán individualista nos va a salir esta generación. Con aislamiento sensorial con el entorno, sin crecimiento de las habilidades sociales, sin desarrollo de la sensación de pertenencia a un colectivo, a un clan, a un grupo afín más allá del grupo de los que no se pueden tocar, ni besar, ni abrazar, ni compartir…
Deberíamos dejar de preocuparnos en primer lugar por las carencias de aprendizaje conceptual, de conocimientos teóricos, que puedan estar sufriendo en estos tiempos de pandemia y empezar a centrarnos en las limitaciones emocionales, afectivas, sociales, colectivas, que están empezando a dejar huella e instalarse en sus actitudes y comportamientos. Porque ambos hemisferios se necesitan para funcionar en un todo perfecto, la educación debe conseguir el equilibrio entre lo racional y lo emocional que devuelva el auténtico sentido a la Educación en mayúsculas.