La Universidad en los tiempos de la Covid-19

EN EL TRANSCURSO DE LA PANDEMIA, la ciencia y las personas que trabajan en el mundo científico han cobrado un protagonismo como hacía tiempo no ocurría. La ciencia, más que futuro, es presente.

Y rara es aquella persona que no fíe a la investigación científica nuestra salida de la crisis. Sin embargo, la mayoría de la población desconoce las condiciones de trabajo y vida de los y las jóvenes investigadores en nuestro país, muchos en primera línea de combate.

Todavía está por ver si los recientes anuncios sobre un aumento presupuestario en I+D+i –aprovechando los fondos que tanto la UE como el Gobierno central han movilizado– logran recuperar el músculo perdido. Pero los datos indican que la brecha abierta en la crisis de 2008, profundizada en el último año, requiere de un ambicioso plan para, al menos, regresar al nivel de hace 20 años. Sin embargo, volver al escenario previo a la crisis financiera tampoco es una opción. Ya entonces la juventud universitaria no contó con el apoyo suficiente para llevar a cabo su carrera sin estrecheces y con el reconocimiento merecido.

 

Rumbo estratégico

Arrastramos una política educativa errática que penaliza a la juventud universitaria de clase trabajadora. Pese a su reciente mejora, la política de becas da buena cuenta de ello: las ayudas no alcanzan, ni siquiera, a un tercio del total de estudiantes matriculados, de manera que quienes no cuentan con los suficientes recursos para costear su formación superior, que en muchos casos contempla la propia manutención –alquileres por las nubes, encarecimiento del transporte, bienes de primera necesidad, etc.–, deben combinar sus clases con contratos temporales, mal pagados y carentes de derechos. En otras ocasiones, se ven en la obligación de finalizar sus estudios antes de tiempo. Estos motivos explican las altas tasas de abandono en la universidad española.

Por otra parte, aquellas personas que orientan su carrera hacia el campo de la investigación universitaria inician una trayectoria conscientes del largo y complejo camino que les espera hasta, con suerte, alcanzar una mínima estabilidad. La formación pre y posdoctoral requerirá, según cálculos de la Federación de Jóvenes Investigadores/Precarios, una media de 15 años hasta la consolidación laboral. Bajo esta premisa, difícilmente podremos organizar y asentar una red de jóvenes especialistas en todas las áreas y campos del conocimiento, dedicando su tiempo a la investigación, innovación y desarrollo, aspectos imprescindibles para articular las respuestas correctas frente al coronavirus y los problemas socioeconómicos derivados.

Los próximos meses y años son decisivos para marcar el rumbo estratégico de nuestro país y no podemos volver a quedar atrás. Necesitamos con extrema urgencia una política que nos dé certezas, estabilidad y garantías. En caso contrario, corremos peligro de condenar, una vez más, a toda una generación. Y, con ello, al conjunto de la mayoría trabajadora del país.

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Fran Hidalgo

Profesor y sindicalista de CCOO Enseñanza de Cádiz