No deja de ser relevante la diferencia de resultados entre las y los jóvenes. Según los datos, el porcentaje de hombres que niegan la violencia de género se ha duplicado. También aumenta entre los varones jóvenes la opinión de que la violencia es inevitable, con un 24,4% en 2021 frente al 21% de hace cuatro años. En contraposición, el porcentaje de chicas que se considera feminista ha pasado del 46,1% al 67,1%. No obstante, el de hombres solo se ha acentuado del 23,6% al 32,8%, reduciéndose cerca de 5 puntos porcentuales desde 2019. Se puede extraer del informe también que, en cuanto a relaciones personales, es mayor la propensión al control entre los varones: un 18,1% destaca que es normal mirar el móvil de la pareja, frente al 12,7% de ellas, y un 28% entiende los celos como una prueba normalizada del amor (15% entre ellas).
Es evidente, viendo estos resultados, que usar el plural masculino para un grupo social con más de un género invisibiliza realidades. Según el estudio del Reina Sofía, lo que podríamos decir es que “los jóvenes” sí son más machistas, pero el caso de las mujeres jóvenes es muy diferente.
Por otro lado, la verdad es que hablar de “generaciones” en ciertos temas es inútil, puesto que se trata de un término estandarizante que no refleja la realidad de manera ajustada. De hecho, si hablamos de “generaciones”, ¿no sería más justo hacer este mismo estudio en las edades adultas?
La falacia de la generalización
La falacia de la generalización indebida (“todas las mujeres son”, “los inmigrantes hacen”, “los gais dicen”) está presente continuamente tanto en contextos informales como en análisis teóricos como los realizados en el estudio en cuestión. Demasiado a menudo estas generalizaciones solo sirven para esquivar la raíz real del problema. Es más, en este caso, podemos ver cómo se maquilla la verdadera cuestión que debería preocuparnos: el retroceso de la sociedad, de manera generalizada, en un tema tan importante como es el feminismo.
En este sentido, es crucial entender que las personas jóvenes no son entes apartados del resto de la sociedad. Y precisamente por eso no nos debe sorprender que, como consecuencia de la oleada reaccionaria que estamos sufriendo, capitaneada por la extrema derecha, el pensamiento de los chicos jóvenes haya virado a posturas mucho más conservadoras. Justo cuando parecía que en 2017 se había iniciado una nueva época de consensos sociales sobre el feminismo.
Los datos que recoge el estudio al que nos referimos nos deben servir no para categorizar una generación ni a la juventud de una época, sino para ver dónde estamos. Necesitamos saber desde dónde partimos para poder revertir la situación en las edades en las que aún tenemos una fuerte capacidad de reeducación. Solo de esta manera un estudio poblacional como el que tratamos tiene sentido.
Son varios los agentes socializadores y educadores en nuestro Estado, pero todos ellos deben pivotar alrededor de los centros educativos. Personalmente, creo que sería interesante buscar mecanismos de formación a lo largo de la vida también para las personas que quizás salieron del sistema educativo a los 22 años y que a partir de entonces no han tenido, en su mayoría, contacto con agentes educativos no controlados por grandes empresas. Y estas, como ya sabemos, no son nuestras mejores aliadas en la lucha contra el patriarcado.
Debemos poner nuestros esfuerzos al servicio de una de nuestras mejores armas: la educación; blindar las materias y contenidos que nos acercan a una sociedad crítica y justa; y conseguir que la inclusión de las mujeres en los temarios no se convierta en hacer pegotes en la programación del aula. Tendremos que formarnos y trabajar a conciencia en el reconocimiento de todas las figuras silenciadas en cada una de las unidades del temario que impartimos. Debemos huir de (y trabajar arduamente para que desaparezca) la educación sexoafectiva cisheteropatriarcal, del blanqueamiento de la violencia machista de personajes históricos y de las dinámicas de participación en el aula que solo facilitan el desarrollo de los chicos cishetero blancos de nuestra clase.
Más aún, es necesario enfocar nuestra acción en la protección y empoderamiento de las mujeres. Este debe ser nuestro objetivo. Y necesariamente tiene que ir de la mano de la deconstrucción de los chicos jóvenes, dándoles las herramientas necesarias y formándonos continuamente en ambos temas. Esto pasa, obligatoriamente, por una formación continua en feminismo para todo el personal educativo, que debe ser especialmente sensible a todos los cambios y conquistas sociales de nuestro momento.
El feminismo es la lucha transversal por antonomasia en nuestra sociedad, y por eso debe ser el método de trabajo de nuestro día a día, acompañándolo de otras luchas como la antirracista, la LGTBIQ+, la neurodivergente, etc. La escuela y el instituto deben servirnos para saber qué es la falacia de la generalización indebida, y también para conseguir una sociedad más justa y feliz. Sin esto último avanzaremos, pero cada una por nuestro lado y así no acabaremos nunca.