Para entender cualquier relación con la juventud, hay que cambiar el marco. Somos hijos e hijas de las crisis: la de 2008 y de esta. Una circunstancia que ha marcado nuestro crecimiento, pero que va más allá de lo económico. Somos también hijos e hijas de una crisis económica, social y de valores que marca la falta de horizontes esperanzadores.
Libertad
Las personas de nuestra generación no estamos educadas para saber en qué consiste la libertad, una palabra tan manida en estos últimos tiempos. ¿Tienes libertad cuando para estudiar necesitas trabajar por 500 €? ¿Tienes libertad cuanto encadenas trabajos temporales? Tal como decía Julio Anguita, “libertad significa que yo puedo decidir si tengo todos los elementos para formular mi decisión”.
Dentro del PSEC, pese a ser el sector menos cualificado y peor remunerado de la educación, hay diferencias abismales entre sus categorías. Las más altas alcanzan los 3.000 €; sin embargo, las más bajas rondan los 1.600 €, una diferencia considerable que conlleva una elevada temporalidad, mayor incluso que en la privada, lo que no facilita realizar un proyecto de vida con estabilidad. Los sistemas de acceso, que favorecen la experiencia previa y requieren estar pendientes de los boletines oficiales, tampoco benefician a las personas jóvenes. Además, los bajos salarios para el sector público lo hacen poco atractivo.
Otro problema viene del proceso de estabilización que, lejos de acercar a las personas jóvenes para realizar el obligado relevo generacional, supone una amenaza y les expulsa directamente al no contar con mucha experiencia –y casi ninguna en el sector público–, una endogamia laboral que hace muy difícil subirse “al carro” de la Administración.
Este sistema está caracterizado por un clarísimo componente de clase, puesto que acrecienta la diferencia salarial en función del nivel de estudios. Y la juventud no contempla el empleo público como de primeras oportunidades, lo que supone una distancia considerable entre ciudadanía y Administración.
Por todo ello, el empleo público necesita cambios para hacerlo atractivo a la juventud menos cualificada, a aquella que se queda en sus territorios y que, sin posibilidades de acceder a él, queda al albur del sistema capitalista, que ataca con más dureza a las personas más débiles. Esos cambios deben suponer un acercamiento en la información, un modelo de acceso al empleo que incentive la parte práctica en las categorías laborales, mejores condiciones y más facilidades para quienes buscan su primera oportunidad laboral. Es la única manera de que la juventud no sea una víctima fácil del capital.