Ocurre que no nos atrevemos a decirlo, no queremos decir que la normalidad, en nuestro Estado, es vivir entre crisis económicas desde hace años. La normalidad, ahora, no es que la juventud sea un estado de precariedad transitorio, por el que “todos pasamos”, y que no merece atención, sino que se extiende cada vez más. Para muestra, la consideración de que se es joven hasta los 30 años, después hasta los 33 y ahora hasta los 35. Pero no nos engañemos, no es que se sea joven ya casi hasta los 40 años, es que la precariedad laboral llega, de manera homogénea y generalizada, hasta esa edad.
En este escenario, las palabras de Sara Montero en Vidas low cost me parecen especialmente interesantes: “quizás tengas 30 años y estés agotado. Es probable que, además, te sientas culpable por encontrarte así, por no representar el vigor y la osadía que se le presupone a la juventud […] para ti el trabajo es una bendición, pero también es un problema”. Esta faceta de la precariedad es sobradamente importante. Montero dice que “el conocimiento alivia”, y es que, generación tras generación, se ha repetido el mantra meritocrático de esfuérzate y tendrás una casa, tendrás una familia, tendrás un coche, podrás ir de viaje. Y cuando la gente se esfuerza, estudia, encadena contratos temporales y sigue estudiando, y aun así no consigue una casa ni puede formar una familia, pagar el coche ni tiene tiempo y dinero para ir de viaje, surgen la rabia, la frustración y, por último, la resignación.
Conocimiento aliviador
No se trata de buscar “culpables”, sino de poner la responsabilidad de nuestras condiciones materiales donde toca. Ahí es donde el conocimiento puede ser aliviador, donde puede sanar la herida de la autoexigencia. Después de salir de un sistema educativo cada vez más enfocado a formar a personas para trabajar, en vez de personas sanas, justas y felices, la entrada al mundo laboral es salvaje. Lo es, además, intencionadamente, porque a los poderes económicos del capitalismo no les interesa que en los currículos escolares se incluya la formación laboral (cómo leer una nómina, qué es un convenio, qué utilidad tiene la negociación colectiva) ni la importancia histórica de los sindicatos, tanto en nuestro Estado como a nivel mundial.
Una vez más, esto deja la culpa de nuestro lado. Si no has sabido negociar tu jornada, si no sabías que tenías más días de vacaciones, si no has cobrado un complemento de tu nómina porque no la entiendes, es tu culpa. Tampoco sabemos que este tipo de puntos de partida no tienen por qué ser así. Es tal la campaña antisindical, que tenemos la sensación de que lo que nos dan en la empresa es lo que hay y punto. Como si la tendencia generalizada de las empresas que nos contratan no fuera siempre sacar más rendimiento y que les cueste menos sacarlo, por encima del bienestar social. Como si no existiera una contrapartida a esta “política” de empresa.
Las soluciones individuales (las responsabilidades individuales) a los problemas colectivos solo producen frustración, resignación y desafección. Cómo no le va a interesar a los poderes económicos que te guardes tu rabia y que pienses que la vida es así, y que quienes te podrían defender son unos vende-obreros-comegambas. Esto tampoco es, del todo, culpa tuya. Resulta que tampoco es fácil para las trabajadoras y los trabajadores ver en los grandes medios de comunicación información justa sobre el movimiento sindical. ¿Por qué será?
Lo colectivo
En realidad, lo colectivo, es la mayor amenaza al sistema precarizador en el que vivimos, porque nos permite tener esperanza. Y cuando la gente tiene esperanzas, lucha por conseguirlas. Por eso, formar parte de un sindicato de clase como este, en el momento actual en que nos encontramos, es casi un deber. Cuando nos afiliamos, cuando nos organizamos en una empresa, no lo hacemos por nuestro problema concreto. No lo hacemos solo por esos cinco minutos que queremos para poder descansar en la jornada, por esa subida salarial para poder hacer frente a la subida de los precios o por optar a cursos que nos preparen para mejorar profesionalmente.
Cuando te afilias a un sindicato de clase como el nuestro, estás ayudando a que personas que están en peores condiciones que tú puedan optar a servicios jurídicos para recurrir sus despidos. Estás formando parte de un proyecto colectivo que promueve elecciones sindicales en los centros de trabajo (un derecho constitucional que a muchas personas se les olvida), que defiende a las víctimas de acoso en el trabajo, que forma continuamente, en todos los sectores, a profesionales mejores, no solo en su lugar de empleo, sino para la sociedad.
Quienes nos afiliamos a Comisiones Obreras, formamos parte de un sindicato sociopolítico, que no se limita a dar la batalla en el terreno laboral, sino que se implica en todos los ámbitos del día a día de las personas trabajadoras. Somos un sindicato feminista, defensor de la diversidad (en todas sus vertientes) de la clase trabajadora. Un sindicato que no deja atrás a nadie y que salva de la frustración ¿Por qué? Porque convertimos la rabia en movilización.