
La ambigüedad y lo irracional eran fuente de inquietud. Lo absurdo vuelve a estar de moda, pero regresa a la cultura con un significado opuesto: más aletargante que estimulante.
La etimología del término “absurdo” alude a un “diálogo de sordos”. En expresión moderna y castiza lo llamamos “diálogo de besugos”. El caso es que lo absurdo juega hoy un papel más narcotizante que subversivo, sin demanda de raciocinio ni cordura. Ya no hay que diferenciar la verdad de la mentira, el conocimiento de la ignorancia, lo bueno de lo malo, lo real de lo ficticio o lo razonable de lo absurdo. El embuste y la imbecilidad crecen a la sombra de una adulterada libertad de expresión. Sospecho que gran parte de las generaciones empantalladas habitan en este multiverso sin coordenadas, al que los emigrantes digitales más oportunistas se incorporan con pasión.
Al amparo de este régimen, pensar se tilda de dogmatismo, el sentido del humor se interpreta como una ofensa y la sátira se transforma en signo de distinción para quienes optan por encarnar su propia caricatura. El éxito del grupo musical-católico Hakuna y el reciente estreno de la serie televisiva La Mesías, de los Javis, despierta mi curiosidad. Me pregunto cómo integra tales propuestas la joven audiencia en sus esquemas mentales.
El principio de transposición, atribuido a las estrategias propagandísticas de Joseph Goebbels, consiste en imputar a los adversarios los propios errores y vicios. Esta treta se practica con tanta convicción que los verdugos se hacen pasar por víctimas, los ofensores por ofendidos, los censores por censurados y los represores por reprimidos. Los más sectarios inculpan a la enseñanza, al teatro, al cine o a otros espectáculos de adoctrinar, como paladines de la libertad. Bajo tales coordenadas, la represión renace con particular saña contra las propuestas teatrales más frágiles, críticas y comprometidas.
Al mismo tiempo florecen experiencias inmersivas y estupefacientes, llenas de luz, ruido y despilfarro; propuestas que simulan una equidistancia entre elefantes y hormigas, aplicando una autocensura que no moleste, especialmente a los paquidermos. Cosas de este tenor cavilaba paseando por la última feria de Arte Contemporáneo de Madrid. Constaté que la mayoría de las piezas expuestas podían adornar la mansión de cualquier oligarca, corrupto y criminal, sin causarle el menor desasosiego. A río revuelto, ganancia de pescadores. Especialmente en un mar de besugos colonizado por trolls, apps y bots, en cuyos abismos se nutren y se zambullen, boyantes, los mayores depredadores.
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