Llama la atención que el PBCM se haya convertido en el abanderado de la exclusión. La gran mayoría de centros suelen organizar al alumnado en función de la elección o no de la opción bilingüe. Esto genera la composición de agrupamientos homogéneos donde, habitualmente, el alumnado con un contexto acomodado y buen rendimiento se aglutina en la sección bilingüe, y la opción llamada “de programa” acoge a estudiantes con mayores dificultades.
En el día a día se observan perfectamente las diferencias fruto de la segregación: la realización de múltiples actividades relacionadas con el idioma de la sección bilingüe e intercambios destinados únicamente a su alumnado; el alto porcentaje de asistentes a excursiones de pago de un grupo frente a la casi total incapacidad del otro; o el número de profesorado con destino definitivo que imparten clase en los grupos bilingües, frente a distintas situaciones de provisionalidad de docentes en los grupos de programa.
Esto último, aunque en un primer momento no se perciba como una diferencia sustancial, genera un perjuicio en el alumnado de programa, puesto que el profesorado con destino definitivo y que se ve “recompensado” impartiendo clase a los grupos bilingües, tiene un mayor conocimiento y control del funcionamiento del centro, de sus instalaciones y recursos.
De esta manera, las consecuencias que el sistema bilingüe ocasiona también son emocionalmente negativas. Resulta perverso que seamos testigos de la institucionalización de la desigualdad, de la exclusión y la segregación. El alumnado crece y se forma entendiendo que se avala la existencia de jerarquías entre el estudiantado, asimilan que uno es mejor si pertenece al sistema bilingüe y, por tanto, se es peor si el contexto familiar y económico no es favorable.
Curso tras curso queda recogida la necesidad de flexibilizar los agrupamientos para cumplir el modelo de educación inclusiva que recoge la Ley, y para que el alumnado con dificultades o desfase curricular tenga la oportunidad de convivir en un espacio donde pueda contagiarse de múltiples modelos de comportamiento, aprendizaje y atención. También es fundamental la reducción de ratios por aula para que el proceso de enseñanza-aprendizaje sea una verdadera seña de calidad.
Por ello, es fundamental la organización sindical de la comunidad educativa. Es esta la vía para que nuestra voz tenga peso e incidencia en las políticas, para que la enseñanza pública sea más justa y libre.