MARÍA DEL BARRIO COLMENA (1993), creció entre el Río Escabas, en la sierra de Cuenca, y el patinaje artístico, dos pasiones que, dice, le enseñaron disciplina y creatividad desde pequeña. Siempre sintió atracción por lo social, así que no fue raro que terminara estudiando Educación Primaria con mención en Educación Física. Tras una experiencia increíble dando clases en Fort Portal, Uganda, volvió a España y completó el Grado en Educación Infantil. Más tarde, hizo un Máster en Psicología, que le ayudó a aprender y enseñar de manera más consciente y efectiva. El sindicalismo fue su salvavidas, ya que cree en la fuerza de la comunidad, en la educación transformadora y en que cada pequeño gesto cuenta.
Docente, joven y sindicalista, no es un perfil muy habitual, ahora mismo. ¿Cuál crees que es el motivo?
Docente por convicción, joven porque lo dice mi DNI (y el único remedio es el tiempo) y sindicalista por pasión. Creo que todavía existe el falso mito de que la docencia es una profesión vocacional y estable, y que el sindicalismo es algo reservado a personas con más trayectoria.
Sin embargo, mi experiencia me ha demostrado que es precisamente en las primeras etapas cuando más necesitamos organizarnos y participar. Aunque es cierto que no es un perfil habitual, por ejemplo, en Castilla-La Mancha (mi tierra) hace 15 años era la comunidad donde más docentes jóvenes había, pero debido a los recortes y la falta de oferta de empleo público, ahora es una de las comunidades con una edad media de docentes más alta.
A pesar de todo, en los coles donde he estado he visto a muchas y muchos docentes con alma y emoción en cada sesión, liderando proyectos innovadores y con un gran compromiso con los movimientos sociales. Y esto, sin ninguna duda, tiene un impacto real en el proceso de aprendizaje del alumnado.
Parece que la docencia cada vez es una profesión menos atractiva entre la juventud. ¿Tú lo tuviste claro enseguida?
Sí. Desde muy pronto tuve claro que quería ser docente. Con 2 años le pedí a los Reyes Magos “un patín para cada pie” (supongo que no quería otro error de cálculo de los Reyes que con tanta pasión me regalaban cada año). Y comencé a entrenar patinaje artístico desde bien pequeña, tiempo después me formé como entrenadora y acabé dando clases. Supongo que ya desde aquí vi que quien “me enseñaba” tenía algo de magia y yo siempre quise ser “hechicera”.
Pronto me di cuenta de que el desarrollo humano, el aprendizaje y acompañar progresos era lo más parecido a hacer “conjuros” y, sin dudarlo, decidí estudiar el Grado de Educación Primaria con la mención de Educación Física.
Es cierto que las condiciones laborales y salariales actuales pueden desanimar, especialmente a quienes inician su carrera profesional, porque la inestabilidad y la falta de reconocimiento dificultan planificar un proyecto de vida. Sin embargo, la educación pública sigue siendo una herramienta esencial para la igualdad de oportunidades y la cohesión social, y la recompensa de ver crecer y aprender a tu alumnado es enorme. Precisamente esa convicción –de que educar transforma vidas y comunidades–, unida a mi compromiso con mejorar las condiciones de quienes ejercemos esta profesión, es la que me impulsó a elegirla.

“Todavía existe el falso mito de que la docencia es una profesión vocacional y estable, y que el sindicalismo es algo reservado a personas con más trayectoria”
Cursaste el Grado de Educación Primaria en la Universidad de Castilla-La Mancha. ¿Qué destacarías como más positivo y más negativo de la formación que recibiste?
Quizá una cuestión a mejorar en la formación a las y los docentes del futuro es la distancia entre la teoría y la práctica, y a veces la universidad no termina de prepararnos para la complejidad real de las aulas ni para la diversidad de contextos que nos vamos a encontrar. A pesar de estudiar realidades, el día a día del aula aplasta con su verdad y, en muchas ocasiones, con una falta de recursos que hace que lo estudiado en la universidad no se corresponda con las cartas que nos han tocado jugar.
Lo más positivo, sin lugar a duda, fueron las y los docentes. Seguí confirmando mi teoría de que había algo de magia en la persona que cogía la tiza. He tenido mucha suerte a lo largo de mi carrera estudiantil, me he encontrado con grandes hechiceros y hechiceras, pero no fue hasta que apareció la asignatura de Psicología en el Máster cuando entendí que aprendemos desde la emoción y, por tanto, como lo que estudiaba me apasionaba y tenía buenos maestros y buenas maestras, la magia (el aprendizaje) surgía de manera fluida.
¿Y de tus primeros pasos en la profesión? Entiendo que incluyó una experiencia en Uganda.
Mis primeros pasos fueron intensos y muy enriquecedores. Comencé en la provincia de Toledo y posteriormente pasé por Guadalajara. El voluntariado era algo que siempre me había rondado la cabeza, pero que no terminaba de materializarse, hasta que un 8 de marzo llegó un mail con una vacante en Fort Portal y ese mismo día compré los vuelos.
Mi experiencia en Uganda fue profundamente transformadora. Al ser una antigua colonia inglesa, pude impartir clases en una escuela infantil con metodología anglosajona, convencida de que iba a aportar mis conocimientos y mi experiencia docente. Sin embargo, ocurrió justo lo contrario: fui yo quien aprendió de su manera de entender la educación, de su capacidad para convertir los pies descalzos en alas y los pocos recursos, en oportunidades.
Aunque la realidad era aplastante y la educación allí no es una prioridad debido a las duras condiciones de vida, docentes y alumnado buscan aprovechar cada oportunidad para aprender, crecer y sonreír. Esa vivencia me reafirmó en que aquí, en nuestra escuela pública, debemos organizarnos y luchar para que nadie se quede sin las herramientas necesarias para desplegar todo su potencial.
Has trabajado en distintos centros públicos de Castilla-La Mancha. ¿Qué aprendizajes y retos destacarías de tu paso por estos centros en relación con la diversidad del alumnado y los recursos disponibles?
Mi paso por distintos centros públicos ha sido como recorrer diferentes mapas educativos: cada centro, con su contexto y sus recursos, me ha enseñado algo nuevo. He trabajado en colegios rurales con plantillas reducidas y en centros urbanos con aulas muy diversas, y en todos he comprobado que, aunque los recursos suelen ser muy limitados tanto a nivel material como personal, el motor siempre es el mismo (y de lo cual la Administración suele sacar partida): la ilusión del alumnado y el compromiso del profesorado.
En el caso de la escuela rural, he visto de cerca su enorme potencial como espacio de cercanía, vínculo y aprendizaje personalizado, pero también sus necesidades urgentes: plantillas estables para evitar la rotación constante de docentes, acceso real a recursos tecnológicos, transporte escolar adecuado y proyectos específicos que compensen el aislamiento geográfico. Si no se atienden estas cuestiones, corremos el riesgo de convertir la brecha territorial en una brecha educativa.
Esta experiencia me ha reafirmado en que nuestra escuela pública necesita estabilidad, acompañamiento y recursos para que nadie se quede atrás, y que, aunque haya retos, el potencial transformador está ahí y es nuestro deber luchar por él.
Otro de los mayores aprendizajes ha sido entender que la inclusión, las barreras de aprendizaje o las potencialidades no son un obstáculo, sino una oportunidad para innovar y para crecer como docente. En muchos centros, los recursos materiales y la formación específica son escasas, pero esa carencia nos obligaba a agudizar el ingenio, a trabajar en red y a sacar lo mejor de cada situación. Y he visto que, cuando se crean equipos sólidos y se cuida la relación con las familias, incluso las limitaciones más grandes pueden convertirse en impulsores de proyectos educativos muy potentes.
A pesar de todo, debemos seguir reivindicando a la Administración para que asegure la igualdad de oportunidades, sean cuales sean las características del alumnado, el lugar de nacimiento, la comunidad a la que pertenezcan o sus características sociofamiliares.
“La educación pública sigue siendo una herramienta esencial para la igualdad de oportunidades y la cohesión social”

Uno de los problemas básicos con los que se encuentra la juventud en el mundo laboral es la precariedad, que en el caso del personal docente de la pública se concreta en altas tasas de interinidad. ¿Crees que los sindicatos estamos haciéndolo bien para poner fin a esta situación?
A veces tengo la sensación de que la interinidad es como vivir en una mudanza permanente: “no terminas de colocar tus libros en la estantería cuando ya tienes que irte con la música a otra parte”. Creo que los sindicatos estamos empujando para que esa mudanza acabe y podamos “deshacer cajas”, pero todavía queda camino.
Hemos conseguido avances importantes, como procesos extraordinarios de estabilización (Castilla-La Mancha, por ejemplo, no lo ha llevado a cabo), pero todavía queda mucho camino para garantizar plantillas estables y condiciones dignas desde el inicio de la carrera docente.
Yo confío en que, si seguimos presionando y acompañando a la gente joven, lograremos que la educación pública deje de estar construida sobre cimientos inseguros. Además, este problema laboral repercute en la inestabilidad de los proyectos educativos y en el desarrollo integral del alumnado.
También es clave escuchar a quienes están empezando y adaptar nuestras estrategias a sus necesidades reales.
Entrando en ese tema del sindicalismo, ¿cómo llegaste a CCOO? ¿Por qué te has quedado?
Llegué a CCOO casi por intuición y necesidad. Buscaba respuestas y encontré personas. En mis primeros destinos, la inestabilidad y las dudas administrativas me hicieron buscar orientación y apoyo, un sostén que encontré sin fisuras en quienes hoy forman parte de mi familia.
CCOO se convirtió en “mi lugar seguro en el ámbito laboral”. En mis primeros destinos me sentía un poco como quien se estrena en un mapa sin leyenda y necesitaba alguien que me dijera por dónde pisar. Aquí encontré a gente que no solo me orientaba, sino que me tendía la mano. Me quedé porque descubrí que el sindicato no es un despacho ni un logo, sino que es una red de personas que creen en lo mismo que tú y que luchan contigo. Y porque me di cuenta de que yo también podía ser parte activa de esa red.
Ahora se habla mucho de brecha generacional. ¿Tú en el sindicato la has encontrado?
Más que brecha me gustaría llamarlo puente. A un lado hay experiencia, memoria y saber hacer; al otro, ganas de probar, de mover las cosas, de comunicar de otra manera y energía a raudales. Si nos atrevemos a cruzarlo en las dos direcciones, la mezcla es brutal. Sí, a veces hay inercias o ritmos distintos, pero también hay mucha gente con la puerta abierta y con curiosidad, solo necesitamos elegir las llaves correctas para ir abriendo poco a poco esas puertas y ocupando esos espacios.
Yo, personalmente, me he sentido escuchada y acompañada. Para mí CCOO Enseñanza es más bien un punto de encuentro intergeneracional.
¿Cuáles crees que deberían ser las grandes líneas de actuación de CCOO Enseñanza entre la juventud?
Para mí debería haber tres pilares básicos: estabilidad, es decir, seguir peleando por procesos de estabilización justos, ofertas de empleo que garanticen la cobertura de las plantillas docentes y alcanzar condiciones salariales que permitan echar raíces; acompañamiento, en cuanto que quien llega tenga una mano amiga, formación y redes que le ayuden a no sentirse sola; participación, escucha y lucha, es decir, usar canales, formatos y palabras que nos acerquen a la gente joven, pero también abrir espacios de escucha real donde puedan contar lo que les importa. Porque a la juventud no solo le preocupa su contrato o su horario, sino que también le preocupa el gran problema que tenemos con la vivienda en este país, el cambio climático, el genocidio en Gaza, el racismo, la diversidad o el machismo estructural… Y, si queremos que el sindicato sea suyo, tenemos que incorporar esas preocupaciones desde su visión y convertirlas en motor de acción.
Al final se trata de que el sindicato sea una casa con las puertas abiertas, con luz en la ventana y con altavoces para que la voz de las y los jóvenes sea amplificada y sus luchas, visibilizadas.

“La universidad no termina de prepararnos para la complejidad real de las aulas ni para la diversidad de contextos que nos vamos a encontrar”
Y de nuestra organización y comunicación, ¿qué crees que deberíamos cambiar?
Estamos mejorando, pero creo que todavía hablamos demasiado en “lenguaje BOE”. Necesitamos traducirlo a un “idioma patio”, que es más directo y más humano. Mensajes claros, cortos y visuales, y con historias reales. Y seguir bajando a los centros, a las aulas, para que nadie sienta que el sindicato es algo lejano. Cuanto más cerca, más útil y más vivo se siente.
¿Algo más que nos quieras decir?
Solo daros las gracias por este espacio. Creo profundamente en la educación pública y en el sindicalismo como herramientas para cambiar realidades. Y me gustaría animar a todas las compañeras y compañeros –especialmente a quienes acaban de llegar– a implicarse. La escuela que soñamos se construye con manos jóvenes y veteranas, con pasión y con experiencia… y un poquito de magia.
Pero también quiero aprovechar para subrayar que la defensa de la educación pública y de nuestros derechos laborales no es solo una cuestión corporativa: es una cuestión de justicia social. En cada aula está en juego la igualdad de oportunidades, el futuro de nuestro alumnado y el modelo de sociedad que queremos construir. Por eso necesitamos más estabilidad, más recursos y más reconocimiento para quienes estamos cada día en primera línea. No se trata únicamente de mejorar nuestras condiciones; se trata de garantizar que cada niño y niña, viva donde viva, tenga acceso a una educación de calidad y a docentes que puedan trabajar sin la angustia de la precariedad.
Quiero reivindicar también que el sindicalismo debe ser un altavoz para las preocupaciones de la juventud y de toda la comunidad educativa: el derecho a una vivienda digna, la lucha contra el cambio climático, el rechazo al genocidio en Gaza y al machismo estructural, la defensa de los derechos humanos aquí y en cualquier parte del mundo. La educación no puede ser neutral ante estas cuestiones porque son las que van a marcar nuestro futuro y el de nuestro alumnado.
Por eso, más allá de las negociaciones y las mesas sectoriales, creo que necesitamos tejer redes humanas, comunicar de forma clara, sumar nuevas voces e incluir nuevas realidades. El sindicato tiene que ser una casa abierta, con luz en la ventana y con altavoces potentes para amplificar esas luchas. Yo estoy aquí porque creo en ese modelo y porque confío en que, juntas, podemos construirlo.