De la colleja y la patada de antes, hemos pasado a una actividad que, basada en las nuevas tecnologías, plataformas digitales y demás, sobrepasa la agresión física gratuita, pura y dura, para convertirse en una tortura premeditada, sistemática y duradera, posiblemente mucho peor aún que la de antaño, que ya no solo se manifiesta en el colegio o el instituto, sino que llega hasta los hogares, deja constancia y cruza fronteras insospechadas hasta hoy.
Aparte de las diversas formas de acoso, englobadas la mayoría en el ciberacoso, actualmente entran en escena otros factores que, aunque sea indirectamente, añaden más leña al fuego y empeoran la situación: empezando por las secuelas de la pandemia, pasando por el racismo y culminando con la violencia de género. Un cóctel bien agitado.
Un mal mayor implica peores consecuencias. Aumentan los casos de intento de suicidio entre los jóvenes, así como la necesidad de una atención psicológica primaria, obviada por la ignorancia, o quizás la vergüenza… o la desidia. Por desgracia, como siempre, hasta que no rebasamos una línea roja no ponemos cartas en el asunto. Así nos va.
¿Hay soluciones? Ahora mismo, la falta de visibilidad y reconocimiento del problema por parte de casi todos los actores involucrados nos deja muy distantes de arribar a buen puerto. Los protocolos deben ser tenidos en cuenta, y el problema debe escalar posiciones y pasar de la clandestinidad a los primeros puestos de relevancia: de los patios y los pasillos a los documentos organizativos de los centros educativos.
Lo que parece estar claro es que no hay una única vía resolutiva ni un remedio milagroso. La respuesta debe ser global y coordinada, desde todos los focos de socialización del entorno de nuestros jóvenes, implicando a la familia en primer lugar, los centros educativos, la sociedad, los medios… y, en general, debemos tener una actitud firme de no aceptación de ningún tipo de abuso.
No podemos matar al perro para eliminar la rabia, pero debemos luchar por extinguirla. El primer paso es, como en todo, mirarse a uno mismo. No podemos pretender dar ejemplo si en realidad no somos un buen ejemplo. Y aunque parezca una obviedad, o un discurso fácil, si lo aplicáramos de verdad, seguro que algo cambiaría. Quizás nuestro mayor problema sea que tenemos unos modelos inadecuados.