Los alquileres e hipotecas inasumibles, la inestabilidad laboral, la precariedad, la desigualdad, el machismo, el racismo, la LGTBIQ+fobia, etc. O, lo que es lo mismo, haber vivido tantos años bajo el poder de la derecha y la ultraderecha (salvo un pequeño oasis de gobiernos progresistas que está en peligro ahora más que nunca), suponen una falta de esperanza brutal para la población en general, pero, sobre todo, para quien aún tiene todo un proyecto de vida por construir.
Con todo este caldo de cultivo, la frustración está servida. Claro que tuvimos rabia, el 15-M, la primavera valenciana y algunas movilizaciones más son muestra de ello. Pero la rabia sin articular, desorganizada, solo puede desembocar en la frustración y el inmovilismo. Para el sindicato y, en general, para todos los agentes de intermediación (partidos políticos, asociaciones, sindicatos estudiantiles, etc.), ha sido un reto que no siempre hemos conseguido superar. De ahí, creo, nació la frustración, y de ella la desesperanza de la que somos hijas muchas de las que ahora militamos en el sindicato.
Energía
Ahora bien, debo decir que asisto con cierto entusiasmo a la revitalización del movimiento estudiantil. El genocidio que está cometiendo Israel ha hecho despertar a las y los estudiantes, que no han dudado en poner su cuerpo para que se mediatice de nuevo la defensa del pueblo palestino. Esto es especialmente relevante, ya que en un mundo en el que estamos anestesiadas y muchas veces incluso dirigidas hacia lados en los que no nos podemos mover, las estudiantes han decidido redirigir el relato y el debate público de nuevo hacia la vulneración de derechos humanos que está ocurriendo en Palestina.
También empieza a darme cierto brote de energía el hecho de que se hayan convocado jornadas de huelga educativa en la Comunidad de Madrid, en Andalucía y en el País Valencià, y estoy segura de que cualquier persona podrá imaginar por qué pasa justo en estos territorios. Estas huelgas están convocadas por diversos motivos: las ratios, la jornada, la segregación escolar, la burocracia, los derechos lingüísticos, la falta de recursos, etc. Muchas de estas reivindicaciones no son nada nuevas, pero parece que por fin ha llegado el momento de levantarse y decir que ya está bien, que no aceptamos seguir con esta situación.
No deberíamos engañarnos. Estamos en un momento en el que nos vemos atacadas, pero nuestra defensa no debe ser solo reactiva, sino propositiva. Las y los jóvenes de enseñanza hemos manifestado ya en muchas ocasiones que tenemos posicionamientos claros en cuanto a la defensa de nuestros derechos fuera y dentro del centro de trabajo. Porque sabemos también a por quién irán primero: están en juego los derechos de las mujeres, de las personas LGTBIQ+ en su conjunto, de las migrantes, de las personas con discapacidad, etc.
Por eso, dejar que nos impongan el relato de la desesperanza, del “todos son iguales”, es un gran error. Ahora, sin caer en un mundo de fantasía, nos toca dejar atrás el derrotismo. Estamos en disposición de ser la herramienta de autoorganización de la clase trabajadora, que es lo que debemos ser. Pero eso pasa por un cambio de mentalidad en cuanto a las acciones que llevamos a cabo día a día.
El acento
Ahora mismo es necesario volver a poner el acento de nuestra federación en las personas jóvenes de los centros de trabajo. Porque, que nadie se engañe, las y los jóvenes no solo están deseando participar en las decisiones de la organización, sino que están deseando militar en ella. En el sindicato ya estamos empezando a ver frutos de esto, y no hay encuentro, escuela o jornada de juventud en el que no consigamos que venga gente nueva interesada en “hacer algo”. Ahora, nuestra responsabilidad es buscar ese “algo” que puede hacer nuestra fuerza afiliativa.
En este sentido, creo que en la situación en la que estamos es necesario promover actividades colectivas allí donde sea posible. Actividades de estudio y transformación, ya sea en formaciones o acción directa como las que llevamos haciendo desde hace años. A mí, personalmente, me mueve la lucha por las libertades del colectivo LGTBIQ+ y el feminismo ha sido mi escuela para entender la opresión que siento como mujer de clase trabajadora.
Sin embargo, en nuestra organización no tengo espacio solo para hacer lo que a mí me movió en un principio a estar aquí. Tengo herramientas para combatir todo lo que me mueve, pero también he aprendido que las opresiones se combaten de manera interseccional. Que yo también estoy aquí por las migrantes y las racializadas, porque las gitanas tengan reconocida su historia en el currículo escolar o porque las personas con discapacidad tengan los recursos que merecen en la escuela pública. Y dejadme decir que he encontrado los recursos en Comisiones Obreras.
Precisamente, esta es la potencialidad que debemos explotar y exportar de nuestra organización, que aquí hay sitio para todas las luchas, y las personas que se acercan a nosotras deben saberlo. Por mi parte voy a seguir diciendo, allá donde vaya, que en CCOO puedes afiliarte por cualquier razón o por cualquier problema en tu centro de trabajo, pero te quedas porque acaba siendo el motor de cambio de tu vida y de la vida de quienes nos rodean.