
Las personas que vivieron la guerra de España, las que aún están vivas y pueden, saben de esto de la memoria, de olvidar, querer olvidar, dejar que se olvide. Saben que la estrategia de los que ganaron la guerra incluía este arma: olvidar lo que habéis vivido porque la historia es la que os vamos a contar a partir de ahora.
Para las personas que nacieron terminada la guerra, durante la dictadura, fue lo mismo. El relato del vencedor se impuso a todos los niveles: en la escuela, los espacios públicos y las fiestas populares. Cualquier evento social o político estaba impregnado de esa realidad paralela que el régimen quiso imponer.
Silenciado todo lo que no coincidiera con el relato oficial, los niños de la posguerra y la dictadura sabían que había cosas de las que no se hablaba, secretos escondidos en los cajones, papeles que se quemaban en la pila de la cocina.
Así durante demasiados años de represión y pensamiento único, en los que la dictadura construyó el relato de una memoria común, que como la propia ley de Memoria Democrática dice, “excluía, criminalizaba, estigmatizaba e invisibilizaba radicalmente a las víctimas vencidas tras el triunfo del golpe militar contra la República legalmente constituida”. Así la dictadura, así la transición y así los años que llevamos de democracia.
En noviembre de 2025 se cumplen 50 años de la muerte oficial del dictador. ¿Recordamos cómo fue ese otoño? ¿Cómo eran nuestras vidas y de qué manera nos afectaba lo que estaba ocurriendo? ¿Lo sentíamos como un momento clave para la historia de España, para nuestra propia historia de vida?
Claro, esto pueden recordarlo nuestros mayores. Las personas que eran jóvenes o adultas en 1975. Quienes nacimos después necesitamos que nos lo cuenten. Esto es muy importante para que se lo contemos a quienes vienen detrás.
Podemos quedar con amigos y amigas para hablar de lo que ocurrió. Ver películas, leer novelas o ir al teatro. Podemos contactar con alguna asociación memorialista y participar de su actividad. Algunas personas pueden publicar artículos, investigar, escribir libros, ir a conferencias. Muchas posibilidades para recordar, para investigar y para conformar una visión crítica e informada de lo que ocurrió desde el golpe de Estado de 1936.
Todo esto podemos hacerlo porque vivimos en un sistema democrático. Imperfecto, pero democrático, que desde 2022 tiene una ley de Memoria Democrática que ha costado casi 50 años conseguir. Ahora se tiene que aplicar, desarrollar y mantener. Como la democracia, que también hay que mantenerla.
El sector educativo tiene mucho que decir en esto. Conocer la historia es uno de sus fines. También lo son la lucha por la libertad y los valores democráticos. Debemos transmitir en las aulas lo que ocurrió en la Guerra y la Dictadura, con rigor, veracidad y claras convicciones democráticas.
Los libros de texto deben incluir estos contenidos y al profesorado se le deben dar oportunidades para formarse durante su carrera docente y en la formación inicial. Es necesario contarlo y hacerlo bien, porque es un deber moral y porque es necesario iniciar el proceso de verdad, justicia y reparación para cimentar nuestro futuro democrático. No podemos dejar que se olvide, porque no podemos permitir que se repita.
Pero el contexto no ayuda. Es más, la derecha y la ultraderecha se organizan y revelan contra el avance democrático (como siempre). Ya lo hicieron en 2007 con la ley de Memoria Histórica y en los años de M. Rajoy con esa ley metida en un cajón. Se organizan para dificultar exhumaciones e identificaciones, o para acceder a documentación necesaria en los procesos de investigación. Dificultan la aplicación, o directamente no aplican la ley para no retirar símbolos y nombres franquistas. Atentan de forma vandálica contra los memoriales dedicados a las víctimas del franquismo. Lo hacen también institucionalmente, como el Ayuntamiento de Madrid, cuando retiró a martillazos los versos de Miguel Hernández en el cementerio civil de La Almudena.
Usan las instituciones y el poder político que tienen para neutralizar la ley de Memoria Democrática, aprobando leyes de supuesta “concordia”, porque ya se sabe que nadie mejor que la derecha española para contarnos la verdad de la “guerra del abuelo”. Y, por supuesto, usan su poder mediático y económico para inundar de falsedades las redes sociales y los medios de comunicación. Y así han llegado a las aulas, a través de nuestra chavalería, que te llama feminazi si les hablas de brecha salarial, y roja si les dices que Franco era un dictador.
En las instituciones educativas de las CC. AA. donde gobiernan vuelven a usar la amenaza y el miedo para impedir que se hable de verdad, justicia y reparación en los centros; eliminan cursos de formación del profesorado sobre memoria democrática, como han hecho en el Centro Territorial de Innovación y Formación Madrid Norte.
Debemos coger impulso para dar una respuesta adecuada y efectiva a la ola que amenaza las sociedades democráticas, que amenaza nuestra libertad y nuestros derechos. Tenemos una herramienta muy potente, la educación, y tenemos el amparo legal para trabajar en los centros educativos los valores democráticos. Ahora es más necesario que nunca.