#VivasLibresUnidas

LEÍDO HACE APROXIMADAMENTE UN AÑO: «¿Sabe usted qué papel ocupaban las mujeres en las Olimpiadas griegas? La primera mujer, ya se lo digo yo, ocupó el puesto 800. ¿Sabe usted cuántas mujeres hay entre los primeros cien jugadores de ajedrez? Se lo diré: ninguna. Por supuesto que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes».

Quien así se expresaba, en marzo de 2017, era el polaco Janusz Ryszard Korwin-Mikke, europarlamentario independiente desde 2014, en una comparecencia en la que se debatía sobre la brecha salarial que sufren millones de mujeres en todo el mundo. Sus declaraciones dieron la vuelta al mundo causando indignación y estupefacción a partes iguales.

Indignación, porque aún muchos millones de personas no acabamos de entender que tales palabras puedan ser expuestas en un foro democrático sin causar inmediatamente su expulsión directa de la propia institución parlamentaria. Pero es la estupefacción el rasgo que más apareció tras los exabruptos escuchados en Bruselas entonces. Especialmente por la sanción impuesta por la Eurocámara: 30 días sin percibir dietas, 10 días sin participar en actividades parlamentarias y un año sin poder representar al Parlamento europeo en foros internacionales. Y ya está. Así que es probable que este año, 2018, oigamos otra vez alguna perla similar suya o de cualquier secuaz dispuesto a emularle por consumir sus cinco minutos de gloria globalizada.

Y es que todo no puede estar protegido bajo el paraguas de la libertad de opinión, si con ella se está menospreciando o incitando al odio y a la persecución a un ser humano. Tenemos suficiente experiencia de hacia dónde conducen expresiones machistas, aparentemente pueriles, pero que transmiten un determinado sentido social de grupo dominante sobre otro dominado, de macho alfa en busca de presa fácil, de superhombre omnipotente al que rendir pleitesía.

Somos conocedores/as de los esfuerzos que la dura batalla contra la desigualdad supone a la legión de profesionales de la educación diariamente en las aulas. Apreciamos, con reconocimiento, las estrategias familiares e institucionales realizadas para vencer las costumbres machistas que impregnan nuestras sociedades. Pero todo parece venirse a cabo, como endeble castillo de naipes vencido por el viento, cuando ideas sexistas, misóginas y deleznables, como las expuestas por el parlamentario polaco, recorren nuestras venas, helándonos la sangre. La impotencia, la rabia y la desazón actúan nublándonos el raciocinio. ¿Cómo asumir que jóvenes polacos –aunque extrapolable a cualquier otra nacionalidad– se sientan representados/as por tal energúmeno? ¿Será que se vuelve a admirar al hombre de las cavernas, en pleno siglo XXI?

Pero resituemos el asunto que nos preocupa: cómo minorizar el temor a que la brecha de la desigualdad de género crezca en nuestra sociedad, las dudas sobre la creciente invisibilidad de la mujer en determinados colectivos, cómo, en fin, mantener la certeza de que es necesario recorre el camino, aunque siga siendo abrupto y lleno de trampas.

Somos profesionales de la educación, con conciencia de que sólo la perseverancia y una actitud proactiva y decidida conseguirán minimizar nuestros obstáculos. Confiamos en la educación como herramienta de transformación social y motor de distribución de oportunidades. Y somos sindicalistas de clase que clamamos un año más por que este día sea una fecha reivindicativa por la que caminar reduciendo el camino de la segregación de género.

Este nuevo 8 de marzo traerá, como casi siempre, un sinfín de estudios, artículos y estadísticas sobre la realidad de la mujer española, vasca, europea… que volverán a recordarnos lo ya sabido, que no conseguimos modificar: su fácil adjetivación: víctima propiciatoria, trabajadora gregaria, superwoman familiar… en fin, visibilizar una vez más su inferioridad social para combatirla y derrotarla. Eso requiere de un tratamiento nuevo: una convocatoria de las Comisiones Obreras de huelga de dos horas por turno laboral que proponemos a toda nuestra afiliación, bajo el lema “Conquistando espacios. Construyendo futuro”.

Trabajamos en un sector, el educativo, considerado tradicionalmente feminizado, algo que no deja de ser una verdad incompleta. Tres de cada cuatro trabajadores/as son mujeres en la enseñanza no universitaria, pero la situación se invierte en la universidad, donde son hombres 53 de cada 100 trabajadores/as. Y si acudimos a los cargos de representación, los números resultan chirriantes: 4 mujeres rectoras de las 50 universidades públicas españolas.

Debemos trabajar sin descanso para revertir tal situación; protestemos contra el juez que desestima una agresión sexual por la forma de vestir de la víctima; desenmascaremos al falso colega que se reivindica en el trabajo a base de chistes casposos y piropos oxidados; advirtamos al marido, novio o compañero de que el salario de su mujer nunca será un complemento del suyo, sino la aportación voluntariamente establecida; dejemos de creer que cafres como Korwin-Mikke merecen alguna palabra distinta a la de ignorante, necio o estúpido.

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