Nueva instalación salas Tesoro del Delfín. Foto © Museo Nacional del Prado.
Cuando Fernando VII lo inauguró discretamente el 19 de noviembre de 1819, el entonces denominado Museo Real no contenía todavía este Tesoro. Acogió su instalación en 1839, cuando Isabel II era niña, y figuraría entre los bienes artísticos que el Estado le enajenó por Ley de 18 de diciembre de 1869. En pleno Sexenio Revolucionario, el Museo pasó a calificarse entonces “nacional” y esta colección específica ligó a él su destino, ya azaroso de antes. Se conoce como Tesoro del Delfín por haber formado parte del lote hereditario que Felipe V –el primer rey Borbón español– recibió de su padre, el Delfín de Francia; muerto en 1711, había sido gran coleccionista de objetos suntuarios, como Luis XIV, su propio padre. Ni tiene todas las piezas originales, ni su estado es el de cuando vinieron de París en 1715. Desde que llegó a España, a las distintas ubicaciones que tuvo antes de llegar al Prado añadió la rapiña napoleónica en 1813. Ya en el Museo, fue objeto de robo en 1918, migró en la última Guerra Civil a Valencia y Suiza huyendo de los bombardeos de que era objeto Madrid y el propio Museo; y, devuelto a él en 1939, su incierta exhibición llegó a estar situada a desmano, similar a las cajas acorazadas de los bancos.
Las piezas
Después de cuidadosa restauración, reposa ahora en una atractiva sala del ala norte del Museo, apta para que el visitante disfrute de uno de sus más afortunados bienes. Las 144 piezas de que consta actualmente siguen siendo extraordinarias, del rango de las que han formado parte, desde la antigüedad, de los rituales demostrativos de magnificencia, posición y dignidad que estaban al alcance de muy pocos. Contribuían a ello la rareza de los materiales, la finura y calidad de los trabajos de talla –secretos familiares de orfebres y pulidores–, el prestigio coleccionista de maravillas antiguas y exóticas que solo el comercio al lejano Oriente o el contacto privilegiado con anticuarios podía proporcionar. Detrás de estos objetos, y de los gabinetes de curiosidades a que solían ir destinados, estaba el poder económico y político, mezclado con el cultivo de saberes más o menos filosóficos y esotéricos. El deleite de los sentidos, que pintaba Giulio Romano, parece avivarse con el mero nombre de los materiales de que están hechas estas piezas, en formatos de arqueta, pomo o vajilla delicada, para ser situadas en algún aparador en que hacer ostensible a los invitados la riqueza elevada del anfitrión. Al cristal de roca –el cuarzo hialino que manos muy expertas tallaban–, se añaden, entre otros, lapislázuli, ágata, jade, heliotropo, el jaspe o la laca, que ya llegaba a los privilegiados desde la India y Japón. Y no menor fascinación producía a los invitados poder admirar camafeos de época romana, trabajos sasánidas del siglo VI, arte mogol, bizantino y chino, orfebrería medieval o la no menos excepcional exclusividad de talleres de Milán, Florencia, Praga o Alemania, y que, además, orfebres palaciegos pudieran engastar en oro y plata piedras preciosas de diversa calidad y valor, con programas decorativos de ideas estéticas definidas en las guarniciones.
Copa abarquillada de ágata con Cupido sobre un dragón Taller romano, Pierre Delabarre Ágata, diamante, esmalte, esmeralda, oro y rubí. 17 x 15,5 x 7,9 cm Siglo XVI (Vaso (época indeterminada, retallado en el siglo XVI)). Después de 1625 (Guarnición) Madrid, Museo Nacional del Prado.
En España, la realeza y su corte también tuvieron afición a estas formas de ostentación y prestigio, pero fue la Iglesia la destinataria principal de donaciones de este carácter, a la vez que destacado cliente y mecenas de encargos que reforzaran su presencia social. De los muchos equivalentes litúrgicos que pueden admirarse en distintas diócesis, merece ser visitado el excepcional de la Catedral de Toledo. En su interior, el Museo del Tesoro Catedralicio, y, cerca de la sede primada, en el edificio que había sido Colegio de Infantes, su magnífico Museo de Tapices, inaugurado en 2014.
La nueva museografía
El Tesoro del Delfín ha quedado espléndidamente instalado ahora en la segunda planta del Prado, en una sala anular situada encima de la Puerta de Goya. Antes de llegar hay que pasar por algunas de las ocho salas renovadas para albergar arte holandés y flamenco del siglo XVII: Rubens, Brueghel, Clara Peters, Snyders, Teniers o Rembrandt predisponen a ver, en su mejor contexto originario, el fastuoso lujo de estas piezas lapidarias y de orfebrería, cuya estima superaba ampliamente la de muchas pinturas coetáneas, hoy más prestigiosas. Con tal aclimatación, el visitante podrá admirar, enseguida, cómo la riqueza atesorada en esas 144 piezas es realzada por la lúcida museografía con que acaba de ser remodelada su exposición pública, en penumbra ambiental, resaltada por el estucado en negro dominante. Albergadas en una vitrina curvada de 42 metros lineales, adosada a la pared más amplia de la sala, el triple sistema de iluminación y unas garras de sujeción apenas perceptibles parecen hacerlas flotar en el aire, pese a las grandes medidas de seguridad. El diseño de las cartelas interpretativas, acorde con la sobria tipografía identitaria del Museo, no interfiere en la mirada. Los 26 módulos que componen esa excepcional vitrina acogen la documentada secuencia histórica del conjunto del Tesoro, mientras otras nueve, ligeras, verticales y exentas, lucen en el pasillo circular de la sala sendas joyas significativas que pueden ser minuciosamente contempladas en todas sus facetas. La disposición expositiva se complementa con un video orientador y con cinco puestos interactivos en que completar información.
Vaso de la Montería Francesco Tortorino Cristal de roca / cuarzo hialino. 23,5 cm de altura 1550 – 1575 Madrid, Museo Nacional del Prado.
Si lo que queda por concluir en el programa de renovación del Museo, especialmente con la rehabilitación del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, va a tener similar excelencia, cabe adelantar la felicitación ciudadana a este tratamiento del patrimonio artístico de todos. El cercano segundo centenario tiene un motivo más de celebración. Mientras, la sala donde se guardaba estos años el Tesoro del Delfín albergará pronto documentación interpretativa de la propia historia del proyecto que en origen había sido diseñado por el arquitecto Juan de Villanueva, en 1785, para el Real Gabinete de Historia Natural y que, desde 1869, es Museo Nacional del Prado.