Ejerzo una poderosa atracción en algunas personas, no sé muy bien porqué. Y, por supuesto, me aprovecho de situaciones de vulnerabilidad para meterme en la vida de millones de personas, de una forma u otra. Cuanto más jóvenes son mis víctimas, mejor para mí, mayor riesgo de hacerlas dependientes y afectar su desarrollo cerebral.
Llego a través de muchos caminos: presión de compañeros o compañeras, ansiedad, problemas de autoestima, depresión, estrés ambiental, predisposición genética… A veces me quedo poco; a veces, toda la vida. Pero siempre dejo huella.
Provoco alteraciones físicas y psíquicas. Enfermedades que afectan a todos los órganos: sistema nervioso central y funciones cerebrales, sistema circulatorio, sistema digestivo, sistema reproductor…
Con frecuencia ocasiono alteraciones en el comportamiento, la percepción, el juicio y las emociones: euforia, verborrea, hiperactividad, aceleración mental, aumento de la sociabilidad, agresividad, crisis de llanto, alteraciones del sueño, psicosis, alucinaciones, trastornos depresivos, deficiencias en la memoria…
Pueden considerarme legal (alcohol, nicotina, analgésicos…) o ilegal (cannabis, cocaína, éxtasis, anfetaminas, heroína…). Esta clasificación no es igual en todos los países. Ser legal no significa que el consumo habitual no tenga efectos nocivos para la salud física y mental. Ninguna droga es inocua. En el caso del alcohol y la nicotina, sus efectos son sobradamente conocidos, con el agravante de la facilidad con que se pueden conseguir y consumir, a cualquier edad.
Para mí, la adolescencia es un momento ideal. Aprovechando la vulnerabilidad propia de esa etapa, tengo muchas probabilidades de prosperar. Hay múltiples razones por las que chicos y chicas empiezan a utilizarme: para encajar en su grupo o impresionar a otro, para socializar superando las inhibiciones, para lidiar con los cambios vitales, para aliviar el dolor y la ansiedad, para sentirse “mayores”, entre otras.
Es verdad que cuando actúo dejo mucho rastro, demasiadas señales me delatan: pronunciación muy lenta o muy rápida, tos persistente, pupilas dilatadas o muy pequeñas, somnolencia constante, hiperactividad, cambios en el comportamiento, apatía, problemas en el rendimiento escolar…, pero en muchos casos se achacan a otras causas, se consideran “cosas de la edad” y, a veces, ni siquiera se observan.
Lo que más me preocupa es que la educación podría impedirme actuar a mis anchas. Si la comunidad educativa, en su conjunto, estuviera atenta a las señales (para mí es imposible no dejar rastro), yo, la droga, podría desaparecer de la vida de las personas.
Aunque, de momento, me va bien. No estoy en peligro de desaparición, ni mucho menos. Hay demasiado interés económico por medio.