Las docentes y la conciliación en tiempos de Covid-19

SON LAS 7:15 HORAS Y UNA DOCENTE YA ESTÁ SENTADA DELANTE DE SU ORDENADOR EN EL SALÓN DE SU CASA. Llevamos unas semanas en estado de alarma por una pandemia mundial. Se han cerrado los centros educativos por el riesgo de contagio y de la nada, porque antes solo teletrabajaba en España un 7,5%, se ha montado un sistema de teleformación de emergencia a partir de la disposición, la profesionalidad y los recursos propios del profesorado.

Ya delante del ordenador, porque a las 9:00 las actividades de la semana tienen que estar subidas a moodle (otra vez se ha caído la Red) para que mis estudiantes empiecen a trabajar. Ayer domingo terminé sobre las once de la noche, intentando equilibrar lo imposible: tareas divertidas que me sustituyan en clase, con contenidos que me han pedido que tengo que evaluar y a estas alturas todavía hay estudiantes de los que no sé nada… ¿Qué voy a hacer?, ¿cómo sé que lo que mando lo han hecho ellos y no sus padres?, ¿será esta aplicación demasiado competitiva?

Empiezan los mensajes: «Maestra, no me llega…»; otro de una madre… «No sé descargar los contenidos», «hay muchos»; otra: «Son demasiado pocos», otra: «¿Te puedo mandar los deberes aunque esté fuera de plazo?». Cojo aire… y me cargo de positividad, tengo que dar ánimos, alentar… ¿Dónde estarán los padres? Esto de la formación a distancia es una injusticia… ¡Con lo bien que iba María!… No sé nada de ella desde que esto empezó… Estoy pensando en comprar una tarjeta de datos y mandársela por correo, porque sé que ella y Miguel siguen sin tener el ordenador prometido por el Ayuntamiento que tramité la semana pasada. El móvil de su madre se queda sin datos y es imposible que vean el vídeo que explicaba el tema 3 y que tardé dos horas y cuarto en grabar.

A las 11:00 tengo reunión de ETCP y mañana claustro por Meet. Hemos probado Hangout, Duo y dice el director que le han llegado instrucciones porque tenemos que unificar y que esta es la más eficaz… Yo ya no sé… Me mareo ya con tantas aplicaciones nuevas. Con lo poco que me gustaba todo esto, me estoy haciendo experta… No tengo formación en tecnología… ¿Seguro que me pueden obligar a trabajar en línea? Si casi no tengo cobertura… Cobertura… ¡Uf!, tengo que hacer la lasaña y no sé si hay tomate frito… y remojar los garbanzos para mañana… No quiero ni pensar cómo están los cuartos de baño… Menos mal que mi marido va a comprar en un rato… ¿De qué será este dolor de cabeza?… «Mamá ¿cómo entro en la tablet para hacer el kahoot?»… Un momentito, cielo… que estoy respondiendo un e-mail. «Mamaaá… ¿Hay que grabar el vídeo del reto de los malabares?»… ¿Estarán bien mis padres? Son mayores ya… Tengo ganas de llorar, ¿por qué estaré tan cansada?… Pero hija, ¿todavía estás con la actividad interactiva? Termina por favor, que necesito el ordenador… Y así podemos seguir hasta el infinito.

Las reflexiones de esta docente imaginaria están extraídas de vivencias de muchas docentes reales que se han puesto con contacto con CCOO Enseñanza en Sevilla. A pesar de lo avanzado, hay en esta crisis un riesgo real de involución en los avances en materia de igualdad efectiva entre hombres y mujeres, porque ellas siguen ocupándose de manera principal de las tareas del hogar y las responsabilidades del cuidado, de forma que hay una solución de continuidad entre el mamá-maestra.

Esta carga mental, ya pesada antes del Covid-19, se ha multiplicado con una triple jornada (laboral, doméstica, cuidados), en la que ahora, gracias a la teleformación, se han desdibujado los límites espaciales y temporales. «La noche no tiene pared», decía mi abuela. De tal suerte, las jornadas se prolongan sin posibilidad de desconexión, ni descanso, ni tiempo personal, lo que va a tener un impacto real en la salud mental de nuestras docentes.

Otro riesgo derivado de este teletrabajo de urgencia es asumir que, puesto que todos estamos en casa, están resueltas las necesidades objetivas de conciliación y el reparto corresponsable de las tareas, y se pierda de vista la importancia de reivindicar servicios públicos de escuelas infantiles, ludotecas, centros de mayores, etc. Además, supone obviar un problema social que se resuelve individualmente, dejado a la suerte de cada familia y de cada docente, con la injusticia social que supone.

Esto también se enraíza en un sistema que aún tiene mucho trabajo pendiente en materia de igualdad. Debemos estar vigilantes, porque la teleformación ha llegado para quedarse más allá de la situación de excepcionalidad. Un ejemplo, es la aspiración de la ministra Celaá de reducir la ratio de alumnado por clase e implementar una educación semipresencial para el próximo curso. La gran pregunta es cómo.

Para ello, no podemos olvidar una de las principales reivindicaciones de este 1 de Mayo: es imprescindible exigir la regulación del teletrabajo en un diálogo social que no pierda de vista la mejora de las condiciones y derechos laborales, que implemente medidas de conciliación y corresponsabilidad, de salud laboral y que, en general, apueste por la igualdad de oportunidades para las mujeres.

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