Al hacer este ejercicio caemos en la conclusión, de que no conocemos mucho de nuestras raíces o inicios, tampoco nuestra familia y la familia de los nuestros, de los que habitaron el lugar donde vivimos, esas costumbres que poseemos, música, tradiciones, comidas, idiomas, rasgos; en fin, todo aquello que de una u otra manera nos identifica, nos hace personas, miembros de un grupo social, geográfico e histórico.
Ante este ejercicio de pensamiento surge una pregunta, un poco “trillada”, como se dice coloquialmente en mi país, pero una que realmente es importante, ¿la educación que he recibido desde edad preescolar me permite contestar ampliamente estas interrogantes de mis raíces y cultura?
Inmediatamente viene a mi memoria lo aprendido, datos importantes que fueron sistematizados en mi mente a lo largo de mi formación escolar formal, como son: “Descubrimiento de América”, tiempo y fases de conquista, nombres de conquistadores, zonas económicas, productos de exportación y únicamente logro contestar lo que la memoria me dé, la cual me falla a ratos. Podría concluir que esta información no contesta con exactitud las preguntas de mis raíces y procedencia, al contrario evidencia los problemas de memoria que tengo. Al respecto, el pedagogo y filósofo Paulo Freire, expresa: “el saber ha sido concebido como un depósito…”. Y ante esta definición, los autores Martínez y Sánchez lo enfatizan: donde el educador es el dueño, es quien conduce el conocimiento, lo deposita y entrega al educando en la memorización de contenidos.
Esta forma de visualizar la información impide que preguntemos, cayendo en un estado de confort, término muy utilizado últimamente, donde no es tan importante la reflexión, la criticidad y por ende el cambio, viéndolo como una tranquilidad pasiva, es decir, para qué cambiar o aprender algo nuevo, si con lo que existe se logra y así son las cosas, es menos cansado que cambiar lo que ya existe.
Los últimos tiempos nos han demostrado que debemos prepararnos para convivir, cambiar, para reinventarnos, dialogar, y darnos cuenta de que lo que sabemos o hacemos no es tan real, certero, actual, útil o necesario, es decir, no aportan nada para crecer o creer, defender e incorporar a mi conducta; ¿será que no hay un aprendizaje verdadero para un ser humano que como ciudadano del planeta aporte a su plenitud?
Freire lo dijo en palabras muy sencillas, pero exactas: “pedagogía del oprimido como pedagogía humanista y liberadora tendrá pues dos momentos distintos, aunque interrelacionados. El primero, en el cual los oprimidos van desvelando el mundo de la opresión y se van comprometiendo en la praxis, con su transformación; y el segundo, en que una vez transformada la realidad opresora, esta pedagogía deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación”. Esta definición nos pone en la mesa un tema, la nueva normalidad que vive el planeta, y sustenta que el sujeto curricular no es un opresor ni oprimido, sino un ser en proceso y permanente cambio.
Volvemos a preguntar: después de obtener mi formación escolar básica, ¿qué tanto conozco de mis orígenes como pueblo, nación, persona, comunidad y parte de un grupo social? Sabiendo que todos somos seres humanos habitantes de un mismo planeta, teniendo costumbres distintas, pero compartidas, ¿qué tanto me aporta el saber para crecer como persona, madre, educadora, hermana, hija, mujer? Realmente en ese momento reconozco que sé muy poco de mis orígenes, de mis pueblos aborígenes y de mi cultura.
¿Qué hacer?
En mi país, satisfactoriamente la educación formal reconoce el caudal de conocimiento que tienen nuestros pueblos aborígenes, como un acervo importante que marca la diferencia, que poseen una estructura social en economía, educación, salud y política, y que han logrado, a lo largo de la historia y por más de 529 años, mantenerse y subsistir como pueblos constituidos, pese al olvido que han sufrido por el resto de la población y los organismos sociales.
Ante esta realidad, los pueblos aborígenes se convierten en fuentes de riqueza educativa que debe conocerse, observar, aplicar, identificar y ejecutar, porque es parte de vivirlo.
Freire lo vuelve a poner en la mesa y menciona: “el diálogo como una unión entre acción y reflexión”, pero enfatiza que esa acción no puede darse sin estar en contacto con el objeto o espacio de aprendizaje; se permite que el individuo viva el fenómeno, que esté de acuerdo, le guste o no, con lo que observa, vive o interactúa. Así, es válido querer mejorarlo o incorporarlo a la propia conducta, pero es indiscutible que no se puede aportar, utilizar o cambiar aquello que no se conoce.
Recuerdo que en mi época colegial se me dificultaba mucho la memoria, no igual el desarrollo verbal o escrito de una idea. Cuando comprendía la teoría podía desarrollarla verbalmente, con facilidad, pero cuando tenía que dar fechas o nombres exactos era difícil, principalmente en la asignatura de estudios sociales; tenía historia como un eje temático, me valía de asociaciones mentales que tenía totalmente aprendidas, es decir incorporadas a mi comportamiento y acervo verbal. Por ejemplo, siempre me gustó la comida y recuerdo esas asociaciones que hacía cuando tenía que aprender alimentos autóctonos, como el maíz con las tortillas, el cacao con el chocolate, la palma con el palmito, logrando traerlo a mi contexto actual y reconociendo la influencia en la gastronomía. Esto fue más allá cuando tuve la oportunidad de acercarme, interactuar y conocer más sobre los pueblos indígenas de mi país, ya que recordé que muchos de los implementos que mi familia utilizaba en la cocina venían desde nuestra cultura aborigen, pese a que mis raíces étnicas posean tanta influencia autóctona como francesa.
En el diario vivir estamos influenciados por implementos, vocablos, alimentos, medicinas y muchos elementos culturales aborígenes, sin saberlo. Desde ahí creció el interés por conocer más y en ese interés surge el dato estadístico, que en mi país un 2% de la población estudiantil es aborigen, algo que se debe entender como riqueza cultural y debe ser dialogada con el 100% del alumnado, con nuestra niñez y adolescencia. Actualmente es muy poco lo que conocemos de nuestros conciudadanos, de la realidad de estos pueblos, que a pesar de no gozar de la influencia de avance social, económico, político y educativo, logran estar. Existe en ellos mucha riqueza de idioma, agricultura, medicina, economía hasta microempresa, se pueden ver a lo largo de las carreteras cuando muestran sus creaciones, de muy buena calidad, generando sus propios ingresos y siempre manteniendo su identidad.
La educación en varios países reconoce los pueblos aborígenes como parte del sistema de aprendizaje. En Costa Rica, por ejemplo, se fomentan políticas educativas al respecto. En la política educativa vigente: “La persona es centro del proceso educativo y transformador de la sociedad, contempla la línea de acción que manda a las fuerzas sociales, sindicales, gubernamentales y de apoyo para educar una ciudadanía planetaria con identidad nacional”.
Se brindan los espacios de participación y la oportunidad de conocer nuestros pueblos aborígenes, como lo dijo Freire: “un encuentro acción-reflexión no hay cultura del pueblo sin política del pueblo”, por lo tanto, deben estar representados en todas las acciones y fuerzas que impliquen cambio y análisis social. Eso es conocernos
Nuestros pueblos aborígenes han demostrado, a lo largo de la historia, que es posible subsistir manteniendo su identidad. Siempre han estado ahí, con su aporte, solo se trata de que dialoguemos con ellos y con ellas. Conozcamos, enriquezcamos nuestro proceso educativo, con el fin primordial de mejorar la calidad de vida del ser humano y de la sociedad. Todas y todos tenemos algo que aportar, somos la ciudadanía de un mismo planeta… apliquemos la cosmovisión en bienestar de todos y todas, porque no estamos solas, no estamos solos.