Las necesidades del alumnado y el personal educativo frente a los trastornos de aprendizaje

RECIENTEMENTE, LA FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE DISLEXIA (FEDIS) Y LA PLATAFORMA DE TUTORÍAS EN LÍNEA PROFE.COM, publicaron un estudio realizado a un universo de 204 padres y madres de estudiantes con dislexia, que mostró que el 82,3% considera que ellos y ellas tienen mayores dificultades que el resto de la clase para aprobar asignaturas en el colegio, y sobre todo en materias como Lengua y Matemáticas.

Aunque sin datos totalmente validados, tanto este informe como algunas fuentes consultadas calculan que entre el 6% y 10% del alumnado en España presentan características relacionadas con esta condición. La realidad a la que se exponen es dura, tanto porque sus familias no sienten un apoyo claro y transversal en los centros, como porque el personal docente que, si bien, es consciente de la dislexia (63,7% de la muestra considera que sí) no tiene herramientas, tiempo ni planes medibles que le permitan atender las necesidades asociadas (el informe indica que solo el 38,5% brinda un mayor apoyo en clases).

En el escenario descrito, pueden visualizarse dos aspectos en los que centrar el análisis: uno son los trastornos del neurodesarrollo, que generan impacto en el aprendizaje y el rendimiento académico; y dos, las herramientas del profesorado para detectar y atender esta condición, y diseñar un programa de apoyo específico para sus estudiantes.

La clave: el trabajo coordinado de la familia y el centro educativo

Desconcentración, dificultad en la lectoescritura o en cálculos matemáticos, estado de actividad permanente, problemas para terminar una actividad, debilidad en el control de impulsos, ansiedad, autoestima fluctuante, aversión a la autoridad, pero también creatividad, empatía, foco en sus intereses o habilidades, ingenio y adaptabilidad (no todo es negativo).

Si en tu labor diaria en el aula has visto estos elementos entre tus estudiantes, es porque al menos dos de ellos tienen algún tipo de dificultad específica del aprendizaje (DEA) o de trastorno de aprendizaje, principalmente en el caso de ellos, y con una prevalencia mayor de dislexia y trastorno de déficit atencional e hiperactividad (TDAH).

Con causas diversas, ya sean neurológicas (inmadurez de la corteza cerebral) o causas exógenas, como la falta de estimulación o factores hereditarios, ambos trastornos generan rezago en un número cercano a 380.000 estudiantes y pueden ser catalizadores para el fracaso escolar de quienes lo padecen, según el informe “El aprendizaje en la infancia y la adolescencia”, que, con datos del curso 2010-2011, publicó el Servicio de Neurología del Hospital de Sant Joan de Déu de Esplugues de Llobregat, en Barcelona.

La dislexia, o «discapacidad para la lectura», dificulta este proceso debido a inconvenientes para decodificar los sonidos del habla y relacionarlos con letras y palabras, y se produce por falencias en el área del cerebro que procesa el lenguaje, mientras que el TDAH es un trastorno de origen neurobiológico que combina la dificultad para prestar atención, hiperactividad e impulsividad. Proyectado a la adultez, el TDAH puede llevar a relaciones inestables, mal desempeño académico o laboral, baja autoestima y otros problemas.

En cada curso, las y los especialistas proponen que a las y los pacientes de dislexia se les dé un tiempo extra para sus exámenes escritos y, al mismo tiempo, potenciar las evaluaciones orales. En cuanto al alumnado con TDAH, la sugerencia es que se les entreguen los exámenes de manera fraccionada.

Si bien ambas condiciones pueden tratarse, su detección temprana y acompañamiento permanente son claves. El informe “Los factores psicobiológicos que influyen en el fracaso escolar”, del servicio de psiquiatría del hospital Vall d’Hebron, plantea que la observación acuciosa debe partir en la etapa de Infantil, pues mientras menor es el niño o la niña, su cerebro aún es moldeable y, por eso, resulta más fácil introducir cambios. Si, al contrario, la detección es tardía –ya en la adolescencia–, al trastorno de aprendizaje se pueden sumar la baja autoestima o problemas de ansiedad. Por ese motivo, los autores del informe piden a la Administración la elaboración de protocolos para poder detectar a tiempo los casos.

No obstante, cada paciente es un mundo diferente, y para trabajar estrechamente con cada uno de ellos o ellas, se requieren herramientas que, como plantean especialistas, ni el sistema educativo posee ni «el maestro generalista sabe bien cómo afrontar”, según el colaborador del estudio Enric Roca, profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

Las percepciones del personal educativo

El fracaso escolar es una amenaza muy presente para los y las estudiantes que presentan estas condiciones. La presión por los resultados y sus dificultades para concentrarse, por un lado, y la alta exigencia a la que se exponen los y las docentes, tanto en clase como en su trabajo de escritorio, unido a la falta de profundización que los currículos universitarios asignan a las materias vinculadas a su detección y tratamiento, crean un ambiente en donde ambas partes salen con heridas.

No obstante, un tema que debe plantearse a padres y madres es que no todo el peso recae en los colegios. Su implicación en la educación de sus hijas e hijos –coordinados con la escuela– es fundamental para reducir los efectos del fracaso escolar. Si la familia no comenta en el centro algún comportamiento o reacción del o la menor que les llame la atención, el profesorado no dispondrá de la primera alarma a la que hacer seguimiento.

Considerando lo anterior, algunas voces, como la del profesor y experto en psicopatologías, Juan Antonio Perteguer, han planteado la necesidad de motivar al estudiantado y coordinarse bien con la familia, pues “es tarea del educador, y especialmente del orientador, ayudar a cada niño o niña a descubrir sus mejores cualidades y potenciarlas”. Según Perteguer, si la o el profesor recibe la formación y el apoyo adecuado, puede educar con éxito a este alumnado.

Lo que no se comenta es que para un correcto diagnóstico se requiere la previa observación en el aula que solo la puede hacer, en una primera instancia, el personal docente, lo que supone un desafío extra para este colectivo. Para ayudar en esa labor, la académica de la Universidad Internacional de Valencia, Laura Sánchez, sugiere atender a algunas señales de alarma, como bajo rendimiento en lectoescritura o cálculo, su constancia en el tiempo (pese a los esfuerzos de ambas partes) y descartar problemas sensoriales. Cuanto antes actúen las familias y el personal educativo, mucho mejor, pues, “si se retrasa en el tiempo la intervención, empiezan a ampliarse las diferencias entre unos (aquellos con diagnóstico de aprendizaje) y otros (alumnos con aprendizaje normal)”.

La Federación de Enseñanza de CCOO, por su parte, ha estado ligada de forma directa al desafío que hemos descrito, pues junto con abogar por más y mejor formación y oportunidades para el personal docente y de apoyo, también aboga por la educación de los y las adolescentes y la atención a la diversidad, desde el punto de vista de la inclusión en el sistema educativo. En ese sentido, ha asumido el compromiso de seguir presionando para mejorar las condiciones laborales del profesorado, ya que la sobrecarga de trabajo, burocracia y funciones, sin apoyos ni recursos, son algunas de las principales causas de estrés del profesorado y de su dificultad para prestar la debida atención que requiere el colectivo de estudiantes con trastornos de aprendizaje.

Como manifiesta su secretario general, Francisco García, “la atención a la diversidad, la convivencia, el bienestar y la salud mental de la comunidad educativa requieren de grandes impulsos para que la educación pública sea garantía inequívoca de los derechos de niños y niñas, adolescentes y de toda la ciudadanía, y genere igualdad de oportunidades, cohesión social e inclusión”. Por lo anterior, CCOO reivindica, de forma prioritaria, la reducción de la carga lectiva y del horario de permanencia de cada docente en los centros, la mejora de las ratios y enfocarlas a las necesidades especiales (dificultades de aprendizaje, desventaja social, entre otras), el aumento de las maestras y maestros especialistas en ellas y el refuerzo de los perfiles de orientación educativa y psicopedagógica, el incremento de recursos específicos para el bienestar y salud mental de toda la comunidad educativa, el impulso de la formación inicial y permanente del profesorado, y la mejora de sus condiciones laborales y retributivas.

Medidas de este tipo, que apuntan a apoyar a las y los estudiantes con DEA, requieren un aumento de inversión de alrededor del 0,17% del PIB, según plantea Héctor Adsuar, responsable de Pública No Universitaria en FECCOO. En este punto, la Federación de Enseñanza de CCOO propone que todo el alumnado, con cualquier necesidad específica de apoyo educativo o de desventaja social, debe contar doble a efectos de la ratio docente/estudiantes. Pero estas acciones quedarán en papel mojado si no hay una inversión específica y “una apuesta clara por la formación del profesorado, con un aumento cuantitativo y cualitativo de la oferta formativa específica”.

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Carlos Cruz Vial

Periodista