El acoso escolar es un calvario constante para niños, niñas y familias que lo sufren, muchas en silencio y sin apoyo. Lo que pasa es que los casos más sonados, los que acaban en suicidios o fuertes agresiones, son los que más venden.
Revisando algunos artículos al respecto, la actualidad ofrece, por desgracia, poca esperanza en cuanto a la solución de esta problemática social, que se ha convertido en una lacra para la convivencia. La infancia y la juventud se ven cada vez más influenciadas por la pornografía y la violencia gratuita, mientras que, irónicamente, las sociedades parecen avanzar en derechos e igualdad. Sin ir muy lejos, España ocupa el tercer puesto en el podio del ranking mundial en número de casos de acoso escolar.
Las familias afectadas exigen medidas concretas y eficaces, mientras que las instituciones ofrecen protocolos burocráticos que no hacen más que diluir el problema. En última instancia, es bastante recurrente el cambio de centro de la víctima, con todo lo que eso conlleva, aparte de ser una enorme injusticia. La colaboración de las familias relacionadas tampoco suele ser ejemplar y por eso los centros prefieren mantener un perfil bajo antes que tomar medidas severas. Entre otras cosas, una reivindicación importante por parte del colectivo de víctimas es la creación de un agente externo que fiscalice estas situaciones.
Con el auge de las tecnologías y plataformas de comunicación el acoso ha ampliado sus fronteras, provocando que los centros educativos ya no sean el único foco. Ahora, más que nunca, las familias deben tomar parte, implicarse en el tiempo de ocio de sus hijos e hijas, y controlar lo que ven y hacen, para bien y para mal. La colaboración de estas familias es primordial y, en muchos casos, con una intervención adecuada y a tiempo, permite evitar futuras desgracias.
La solución a un tema tan complejo no es fácil, ya que no tenemos ni un manual ni un procedimiento resolutivo claro y efectivo. Por ahora, los métodos más exitosos radican en la prevención y el trabajo colaborativo, como el famoso método KIVA. Algunos países vecinos plantean acciones concretas, como la prohibición de los móviles en las aulas, medida que Reino Unido pondrá en marcha en breve, y a cuyos resultados estaremos atentos. Esperemos que les funcione aquello de ”a grandes males, grandes remedios”.