Mujer y ciencia: prejuicios en primera persona

CUANDO CONOZCO A UNA PERSONA NUEVA y le explico que estoy formándome para investigar en matemáticas puras, es bastante frecuente para mí percibir su asombro. Y es comprensible: esta profesión pasa desapercibida por abstracta e infrecuente, y además la imagen de una mujer joven no encaja dentro del imaginario asociado al colectivo científico.

La investigación en matemáticas puras se lleva a cabo en la universidad y se compagina con la docencia. Mi trabajo consiste en plantear y resolver problemas teóricos en el área de geometría, y requiere tanto de un proceso de formación continua, para estar al día de los avances en la materia, como de una labor comunicativa, para exponer mis resultados en congresos e intercambiar ideas con otras personas.

Muchas de las características que comúnmente se atribuyen al cuerpo científico, como competitividad, independencia, seriedad, autoridad, invulnerabilidad y egoísmo, son más cercanas a la identidad de género masculina y van más allá de los atributos que garantizan una buena práctica docente e investigadora: curiosidad, persistencia, capacidad analítica y objetividad. Las primeras forman parte de nuestro imaginario como consecuencia de la infrarrepresentación de las mujeres en la ciencia, un problema complejo que tiene sus raíces en la socialización diferenciada de ambos géneros, que orienta a las mujeres hacia la relación con otras personas, cuidados e imagen personal; y a los hombres, hacia el funcionamiento de las cosas y el descubrimiento de la naturaleza.

En mi caso, logré ordenar progresivamente mis gustos y prioridades, sin que el estereotipo científico lograra que descartase estudiar Matemáticas. No obstante, analizándolo en retrospectiva, sí influyó en alguna de mis decisiones.

Estereotipos de género

Elegí el itinerario científico en Bachillerato, siendo consciente de mi habilidad deductiva y conducida por una fuerte curiosidad por entender el funcionamiento de la naturaleza. La decisión de estudiar Matemáticas en la Universidad fue la más difícil, porque me percibía como una persona muy polifacética. Además, estuvo condicionada por estereotipos de género: por un lado, descarté todas las carreras relacionadas con la ingeniería, porque sentía que no encajaba con esta profesión, una idea que ahora mismo rechazo. Por otro lado, mi entorno cercano me animó a estudiar carreras del ámbito de la salud, más relacionadas con los cuidados y acordes, por tanto, al estereotipo de género femenino.

Finalmente opté por elegir la ciencia en la que me sentía más eficaz, reforzada por la idea de que dedicarme a la Enseñanza Secundaria era una opción segura para mi futuro. Durante el grado en Matemáticas comencé a apreciar la belleza de los razonamientos abstractos y a disfrutar de mi proceso de aprendizaje, lo que me aportó la motivación necesaria para profundizar en las asignaturas que más me interesaban y conseguir un buen expediente. A raíz de esto, la decisión de dedicarme a la enseñanza universitaria fue bastante natural.

Elección y obstáculos

En el momento de mi elección era consciente de que la carrera académica demandaba mucho tiempo, requería de la flexibilidad de cambiar de ciudad varias veces y de que el proceso de estabilización de los investigadores podía resultar largo. Esta situación, aunque me parecía desfavorable, era compatible con mi previsión de futuro, por lo que decidí seguir adelante. Por otro lado, también sabía que la proporción de mujeres en investigación era muy baja en comparación con la de los hombres, aunque esta sí fuese equilibrada durante la carrera. Al cabo de un tiempo comprendí que me tocaba superar obstáculos que mis compañeros no tenían que enfrentar y que, además, limitaban mi trabajo. En ocasiones muy puntuales he tenido que lidiar con situaciones impactantes y desagradables, como acoso o desprecio directo. Sin embargo, tardé más en ser consciente de que había otras situaciones normalizadas dentro de mi entorno que también me perjudicaban y desgastaban.

Lo primero que entendí fue que, si bien pocas personas admitirían pensar que las mujeres tenemos menos habilidades en matemáticas, muchas lo habían interiorizado y actuaban como si esto fuese verdad. Por ejemplo, en algunos grupos de trabajo notaba más desconfianza sobre mi palabra, y en ocasiones era necesario que otra persona corroborase lo que había dicho para que esto fuera válido, lo cual me desacreditaba de manera indirecta. Otras veces percibía que se me escuchaba menos, se me interrumpía más o que se presuponía que tenía menos conocimiento en el tema que abordábamos. Estas situaciones me llevaron a dudar en algún momento de mis capacidades, y la sensación de inseguridad ha propiciado que esto ocurriera con mayor frecuencia. Para superarlo, una vez identificados los hechos, analicé cuáles eran mis habilidades y comencé a trabajar para desarrollar las facetas en las que estaba menos cómoda.

En otras ocasiones me sentía desvinculada del grupo por el tipo de dinámicas que se fomentaban. Por ejemplo, notaba que muchas de las conversaciones giraban en torno a temas que tradicionalmente interesan más a los hombres, y en las que yo no podía participar. Así, a la hora de la comida, se hablaba sobre deporte con naturalidad, pero era más difícil dialogar sobre cocina, arte, moda o emociones. A pesar de esto, me esforzaba para que mis relaciones con el resto no se debilitasen, pues perjudicarían mi trabajo al generarme desmotivación, y reducirían mis oportunidades de colaborar con otros componentes del grupo y la cantidad de invitaciones a conferencias en el futuro.

Nuevas herramientas

Mis esfuerzos por buscar soluciones a estos problemas me aportaron nuevas herramientas. Sin embargo, me parecía necesario abordarlos de manera colectiva junto a otras mujeres y encontrar alternativas que involucrasen a todo nuestro entorno laboral. Por esto, comencé a colaborar con la asociación WOMAT, que surge de la necesidad de entender y frenar la desigualdad de las mujeres en matemáticas. La asociación me ha ayudado a ampliar mi perspectiva, pues he tenido la oportunidad de escuchar otras experiencias, compartir las mías y complementar mis vivencias con información científica acerca del tema. Además, desde entonces me he animado a participar en iniciativas que tienen como objetivo fomentar el diálogo dentro de la comunidad universitaria y mejorar la situación de las mujeres.

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Lucía Martín Merchán

Investigadora predoctoral en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Málaga