La cultura, el dinero y la vida

DURANTE EL CONFINAMIENTO RECIBÍ MULTITUD DE PROPUESTAS DE LECTURAS, películas, conciertos, charlas y actuaciones gratis en streaming (¡a chorro!). Incluso nuestra augusta televisión nacional programó documentales, teatro y espacios educativos en cantidades que no se recuerdan. ¡Enhorabuena! La cultura fue consuelo y entretenimiento en aquellos días terribles de confinamiento, enfermedad y muerte; fue una alternativa inmediata y simple.

¡Gracias! Hubo una respuesta generosa de artistas e instituciones que, además de aliviarnos, habrá alegrado el bolsillo de proveedores y portales de Internet. ¡Qué suerte! Pero aquel aluvión quedó atrás. ¿Se ha extinguido la demanda? ¿Fue un espejismo, un delirio ante aquella desolación?

El ministro de Cultura y Balompié estuvo poco afortunado postergando posibles ayudas. “Primero la vida” dijo, cabreando a toda la profesión que, tras aquellas palabras, no quiso escuchar ni una más. Juan Echanove lo repudió públicamente para declararle poco después su amor total. No deja de causar pasmo que las medidas impuestas en espacios culturales sean más estrictas que en los aviones o las terrazas (o sea en “la vida”). La reacción más rotunda ante tal injustica ha sido el florecimiento de memes muy ingeniosos, en medio de una indiferencia bastante general. Transcurrida aquella terrible etapa, la televisión ha vuelto a su cauce y la atención se ha centrado en otras actividades sociales y económicas, como el ocio nocturno. La cultura apenas aparece en el debate. No está en la agenda ni se la espera. ¿Es, tal vez, una reliquia de otra época? ¿Se ha reducido en simple metralla para las refriegas identitarias?

Muchas actividades son claramente esenciales y la cultura ¡también! Constituye un tesoro inconmensurable. No se trata solamente de lucro, pues la rentabilidad destruye la diversidad e impone productos masivos de consumo. La cultura surge en espacios de libertad y pluralidad que no conducen necesariamente al enriquecimiento, aunque alimentan y multiplican esa posibilidad. A pesar de su carácter incierto, se estima que supera(ba) el 3% del producto interior bruto en una evolución descendente desde hace varios años. El turismo ronda(ba) el 13% y tiene contactos obvios con el patrimonio histórico y natural.

Aparte de su aspecto comercial, la cultura tiene otras dimensiones que nos aportan sensibilidad, empatía, concordia, bienestar y, en definitiva, felicidad. Ese gran patrimonio espiritual también fortalece, sin duda, la salud, la prosperidad y, paradójicamente, ese extraño y variado conjunto que los fenicios llamaron España, pues nos une en la diversidad. La cultura es esencial para edificar una sociedad más fuerte, más justa y más dichosa. ¿Qué lugar ocupa en nuestra lista de prioridades? ¿Debemos postergarla aún más? ¿Está “después de la vida”? ¿No será mejor entrelazarla con los hilos de la vida?

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Víctor Pliego de Andrés

Catedrático de Historia de la Música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid