Yo, la solidaridad

SEGÚN LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, soy “una adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”, pero en realidad esa definición no es completa. Soy un valor humano, el valor humano por excelencia, basado en la prestación gratuita de apoyo, recursos, tiempo, medios…, es decir, ayuda a una persona o colectivo, a una causa. La clave es que no espero nada a cambio. La solidaridad “pagada”, de alguna manera, no es solidaridad.

Soy la colaboración mutua entre las personas, aquello que las mantiene unidas, una ayuda desinteresada y protección. Lucho por las causas justas y cambio el mundo, lo hago mejor. Soy imprescindible para la vida.

Es fácil encontrarme en situaciones de desastres naturales, guerras, de injusticia o desigualdad, pero es más difícil dar conmigo en la vida diaria. Sin embargo, en las situaciones cotidianas, donde a veces me relegan a un segundo plano debido a la rutina, es donde más necesaria soy.

Justicia

Estoy muy relacionada con la empatía, las habilidades sociales, con una actitud positiva ante la vida, pero, sobre todo, con la justicia y el respeto hacia las demás personas, a todas las personas, con independencia de su edad, sexo, etnia, situación laboral o social… Hay quienes me confunden con la caridad, pero somos muy distintas. La principal diferencia es que ella actúa desde una posición de superioridad hacia personas con una posición subordinada, y yo lo hago desde una posición entre iguales que cooperan entre sí. Es una diferencia importante. La caridad va en una sola dirección, de arriba abajo, y la solidaridad interactúa en todas direcciones, de manera que las posiciones son equivalentes, ninguna persona es más ni menos importante que otra, todas son útiles y valiosas para todas.

Tengo muchos enemigos, los más comunes son el racismo, la aporofobia, el maltrato, la xenofobia, el sexismo, la baja autoestima, la discriminación por cualquier motivo, la violencia en general o, simplemente, no prestar atención a lo que ocurre en el entorno, no “darse cuenta” de situaciones injustas cercanas. Solo observando es posible descubrir situaciones que podrían resolverse fácilmente con algo de solidaridad, pero que “no se ven”.

Es fundamental que niñas y niños me conozcan, me sientan, desde sus primeros años de vida. Que se acostumbren a mí, que creen hábitos que favorezcan su solidaridad. Solo sintiendo a las demás personas como iguales desarrollarán un comportamiento solidario de forma natural.

En esto, como en todo, la EDUCACIÓN (así con mayúsculas) tiene un papel importante. Educar en valores y en solidaridad hará que las niñas y los niños de hoy, personas adultas futuras, consigan vivir en un mundo mejor y más justo.

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María Díaz

Secretaría de Políticas Sociales de FECCOO