Inquietud ante bellezas paisajísticas

EL PAISAJE PUEDE SER PERSONAJE IMPORTANTE DE UNA NOVELA, UNA POESÍA O UNA PELÍCULA. Define un escenario, pero también una atmósfera, un ambiente psicológico. Las marismas del Guadalquivir son esenciales en la composición de la Isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014), como las tierras de Galicia y del Bierzo en As bestas (Rodrigo Sorogoyen, 2022).

España es un plató repleto de lugares mágicos que siembre han llamado la atención de cineastas y que, en la era de los drones, se abre a nuevas y vertiginosas perspectivas. Unas imágenes primorosamente fotografiadas invitan a viajar, a disfrutar del turismo interior en “marcos incomparables”. Varias series de suspense también han atraído mi atención por sus localizaciones naturales: la isla del Hierro, Monte Perdido, la Albufera de Valencia, Barbate, Ceuta, Mallorca, Cedeira, Cáceres, la ría de Arousa, la bahía de Santander, Almería…

Al contrario que las comedias, desenvueltas en interiores y planos cortos, las tragedias tienden a enmarcarse exteriores asombrosos que desbordan nuestra razón. Transmiten una sensación de grandeza, inquietud, amenaza y peligro que concuerda con lo que Immanuel Kant consideraba “lo sublime”. Muchas de estas series paisajísticas manejan hilos argumentales que parten de un crimen inconcebible al que se enfrentan funcionarios con variados traumas personales y emocionales, en un entorno inhóspito. La justicia triunfa finalmente a fuerza de sacrificios y esfuerzos individuales. Aunque se restablece el orden, llega precario y deja un sabor amargo. La fórmula combina elementos procedentes del cine de vaqueros, de policías, de intriga y de terror. El paisanaje incluye representantes de todas las clases sociales, desde los más marginales hasta las más siniestras oligarquías, pasando por todo un catálogo de sujetos extraños, repletos de enigmas. Una novedad reseñable es la aparición de heroínas que diversifican un catálogo que, hasta hace poco, era abrumadoramente masculino.

Nuestro territorio invita a la felicidad y a la buena vida; es la morada de una sociedad que podría ser paradisíaca. Pero vemos como se resquebraja ante fantásticos horrores, dejando como única vía la alternativa de los justicieros, el sacrificio redentor y la insatisfacción perpetua. Diversos monstruos y pesadillas se ciernen sobre la vida burguesa y provinciana de un país bellísimo, marcado por las sombras del mal. Estas historias reflejan, o simplemente coinciden, con ese malestar patrio que agitan determinados medios y canales, alimentando con entusiasmo indisimulado los algoritmos de la mentira, el miedo y el odio. Ingenios hay que vinculan las preocupaciones por la criminalidad y las disfunciones sociales, sean ciertas o imaginarias, con la psicosis política y los retrocesos democráticos. La boca del infierno se abre en un bostezo. Las series son fantasía; pero, tras verlas, dan ganas de llevar una pistola en el bolsillo, por si acaso. Estoy mayor y paranoico (como la mayoría de los telespectadores), y veo ideologías por todas partes: hasta en las más bonitas postales.

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Víctor Pliego de Andrés

Catedrático de Historia de la Música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid