Desmaternalización del primer ciclo de Infantil

ES CASI INDUDABLE QUE, CUANDO HABLAMOS DEL PRIMER CICLO DE EDUCACIÓN INFANTIL, NOS ENCONTRAMOS ANTE UN SECTOR MAYORITARIAMENTE FEMINIZADO Y PRECARIZADO. Así, gran parte de la expectativa en torno a la calidad del servicio recae directamente sobre las trabajadoras, exigiéndoseles las renuncias necesarias para poder ofrecerlo, aún en condiciones desfavorables.

Es así como la jornada adicional y la mayor intensidad de su trabajo, derivada de las elevadas ratios personal educativo/alumnado, les obligan a asumir una multitud de tareas que no se compensan, sino que quedan al amparo de ese deber moral que se presupone en el desempeño de su labor y de una responsabilidad social, cuya “recompensa” pretendida sería el afecto recibido de los y las más pequeñas y de las familias, junto a la palmadita en la espalda de las titularidades de los centros. Poco importarían aquellos factores extrínsecos a la propia trabajadora, tales como ratios, adecuación del aula, condiciones de trabajo, que sí que garantizarían una educación de calidad.

Por todo ello, no nos deberíamos de extrañar cuando la valoración social e institucional de la docencia en el primer ciclo de Educación Infantil adquiere un carácter, como mínimo, ambiguo, pues, al mismo tiempo que se destaca la gran responsabilidad involucrada en el cuidado y la educación de las y los menores, se producen toda una serie de circunstancias que diluyen, rebajan y ningunean la labor desarrollada por las trabajadoras del sector.

El esfuerzo físico no se reconoce y los aspectos emocionales del trabajo no son contemplados por ninguna normativa. De hecho, en el listado de enfermedades profesionales reconocidas, el único riesgo vinculado a la actividad docente es la sobrecarga en el uso de la voz; pero no se tiene en cuenta que lo más habitual es que el tiempo de trabajo se prolongue de manera invisible y no remunerada, y la capacitación profesional se oculta tras saberes naturalizados como parte de la condición femenina.

Parece evidente que el haber dado contenido educativo a las tareas que tienen que desarrollar las profesionales del sector no ha sido suficiente, de momento, para desvincular la profesión de esa espada de Damocles que es la maternidad. La desmaternalización de la primera etapa educativa es obligada y necesaria para conseguir la valoración y el empoderamiento de las trabajadoras del sector. Ni maestras ni educadoras son segundas madres, ni las escuelas son segundos hogares. Mientras tanto, la negociación colectiva es el tránsito imprescindible para lograr mejorar sus condiciones laborales y dignificar la profesión en esa etapa educativa. Y ahí nos encontrarán a CCOO, puesto que seguiremos defendiendo los derechos de las trabajadoras del sector hasta que se valoren y dignifiquen sus tareas en un Convenio Colectivo, alejado de cualquier presunción y prejuicio social.

Escribir comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Autoría

Imagen del autor

Pedro Ocaña

Secretario de Privada y Servicios Socioeducativos