El confinamiento, el cambio de rutinas, el teletrabajo y la educación en línea, la falta de contacto con seres queridos y amistades, el miedo al contagio, la sobreinformación y el aumento del uso de las pantallas y las nuevas tecnologías, han derivado en una tendencia al aislamiento, a un contacto vía Internet como elección preferente y una imposibilidad de desconexión, con el consecuente déficit de habilidades sociales y de aprendizaje de estrategias adaptativas de gestión y manejo emocional, sobre todo si esto ocurre en las edades más cruciales en el aprendizaje, tanto de habilidades sociales como de índole emocional.
El aumento de un 32,35% de los suicidios entre adolescentes de 12 a 18 años, según el INE, tras la pandemia; de un 145% de las llamadas de tentativa de suicidio entre jóvenes o de un 52% referentes a conductas autolesivas, según la Fundación ANAR (2021), con una tendencia en alza, nos hacen sospechar que la salud mental se ha visto bastante afectada, especialmente en las personas en edades más vulnerables.
Todo lo anterior, sumado a los duelos por seres queridos fallecidos, puede llevar a un aumento en los trastornos depresivos, del estado emocional y relacionados con la ansiedad. Si lo unimos a un pobre aprendizaje de habilidades de gestión emocional, podría llevar a que las personas busquen y elijan estrategias menos adaptativas y más autodestructivas, ya sea mediante autolesiones, consumo de sustancias psicoactivas o un uso abusivo de nuevas tecnologías y redes sociales, para evadirse de la realidad, o la aparición de pensamientos y conductas suicidas, se lleven a cabo o no, como modo de dejar de sufrir. Si encima las rutinas se han visto alteradas, esto deja a las personas sin alternativas para gestionar su estado emocional.
Además, hay que tener en cuenta la interrupción del ocio y actividades lúdicas que se realizaban en el exterior, que suponían una válvula de escape para muchas personas, haciendo que los problemas psicológicos anteriormente descritos se vieran agravados. Habría que añadir problemas de concentración y de atención derivados de lo mismo, afectando también a su desempeño académico.
Por ello, será vital atender no solo la salud física, sino también la mental de las personas más jóvenes, para reducir la posibilidad de que esta sea una generación perdida.