Una cuestión de género

LAS TRABAJADORAS DEL PRIMER CICLO DE EDUCACIÓN INFANTIL SIGUEN INSTALADAS EN LA MÁS ABSOLUTA PRECARIEDAD LABORAL. La negociación del actual Convenio Colectivo ha puesto de manifiesto, de nuevo, la intención de las organizaciones patronales de seguir apostando por un modelo de negocio basado en la explotación.

Pero, al mismo tiempo, nos ha permitido poner en marcha una respuesta contundente en defensa de unas condiciones laborales dignas del siglo XXI, en la que CCOO se ha convertido en el catalizador de las protestas, facilitando la visualización y la repercusión mediática del conflicto. Las concentraciones y las huelgas de los últimos meses, ampliamente respaldadas en todo el país, están sirviendo como dique de contención a los intereses patronales y han supuesto un punto de inflexión en la negociación, si tomamos como referencia lo ocurrido en 2019. Con el convencimiento de que la movilización es el instrumento que puede aportar la solución a la situación actual, la Federación de Enseñanza de CCOO va a seguir vertebrando la respuesta a las organizaciones patronales.

Para entender la idiosincrasia del sector, más allá de las dificultades actuales que la propia negociación colectiva está generando, tenemos que remontarnos a sus inicios, lo que nos permitirá evidenciar y constatar que la precariedad laboral en el sector es claramente una cuestión de género.

Curva ascendente

Desde hace algunas décadas la tasa de actividad femenina sigue una curva ascendente. El incremento de la población activa femenina es patente a partir de los años 80, como lo es que esa mayor participación puso de manifiesto el enorme volumen de trabajo doméstico que venían realizando. El cuidado infantil en casa requiere de un tiempo presencial cuya reducción puede provocar que se resienta la atención a costa del bienestar del menor. A medida que las mujeres se incorporaban al mundo laboral, buena parte del trabajo doméstico y de la crianza lo iban reabsorbiendo en forma de jornada adicional en el hogar, si bien esa dedicación añadida no conseguía compensar en su totalidad la necesidad del cuidado de las y los menores.

Inicialmente, la escasa presencia del Estado y de las diferentes administraciones públicas en el ámbito de la Educación Infantil generó un nicho de negocio para iniciativas privadas, que provocó una indignante mercantilización del servicio y cuyas nefastas consecuencias arrastramos hoy. Fue entonces cuando empezaron a proliferar todo tipo de espacios, sin demasiada regulación, encaminados a suplir la ausencia de las mujeres en casa, que mayoritariamente han subsistido asociados a la precariedad y al atropello sistemático de los derechos laborales de las trabajadoras. Las primeras denominaciones, tales como jardines de infancia, ludotecas o guarderías, ponen de relieve el sentido atencional del servicio que prestaban.

Buen hacer

Si en otras actividades las pésimas condiciones laborales justificarían sin cuestionamiento las lógicas reivindicaciones de mejoras de condiciones de trabajo, a la docencia en el primer ciclo de Infantil se le exige un compromiso moral, simplemente por tener que trabajar con menores de 3 años, que llevarían esas actitudes al rango de lo inaceptable. Existen enormes reticencias entre titularidades de centros, patronales y parte de la sociedad a que ninguno de los aspectos negativos propios del trabajo –excesos de jornada, bajas remuneraciones, precariedad laboral, falta de reconocimiento– pueda tener mayor peso que el compromiso de las trabajadoras con las tareas a desarrollar. Es decir, las trabajadoras del sector tienen que ser capaces de cargar con eso y mucho más, por el mero hecho de ser mujeres y, muchas de ellas, madres.

Ello nos lleva a que ese compromiso moral con el “buen hacer” justifique el tener que trabajar fuera del aula y del centro, como si ello fuera intrínseco y natural a la propia profesión. Pensar, crear, planificar, hacer, buscar materiales, incluso gastar dinero propio para poner en práctica determinadas actividades pedagógicas, son consideradas normales e incuestionables por quienes regentan el negocio. Así, existe una jornada invisible gratuita y fundamental para el ejercicio de la profesión docente que, en el caso del primer ciclo de Infantil, se extiende más que en otros niveles, porque a la planificación de tareas se suma la elaboración de materiales, decoraciones o reuniones con familias, entre otras, que, unido también a la ausencia de jornada no lectiva retribuida, multiplica exponencialmente la detracción de tiempo personal.

Han querido imponer la idea de que el afecto y consideración hacia niños y niñas puede justificar la ausencia de reivindicación de derechos laborales, conformando, de esta manera, los pilares en los que sostener las deficitarias condiciones de trabajo de maestras y educadoras. Parece ser que ese es el pensamiento que también impera en las administraciones de turno cuando establecen servicios mínimos totalmente abusivos en las convocatorias de huelga, o cuando algunas direcciones y familias chantajean emocionalmente a las trabajadoras para que no se sumen a ellas, aludiendo a su vocación, malintencionadamente entendida.

Es ese concepto de trabajo emocional socialmente impuesto, bien aprovechado por titularidades de centros y patronales, y altamente asimilado por muchas trabajadoras, el que explicaría la convivencia durante décadas entre condiciones de trabajo precarias, y compromiso y calidad de las tareas realizadas. En este sentido, la vinculación afectiva juega en contra de los derechos de las trabajadoras, al igual que el sacrificio, la pasión, la entrega, la responsabilidad o la generosidad. Y es ahí, en la expectativa que se ha procurado generar de afecto sin recompensa material, en que reside, al mismo tiempo, el valor de su trabajo y su desvalorización.

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Pedro Ocaña

Secretario de Privada y Servicios Socioeducativos